Relatos cortos –entre la anécdota y la historia-
referidos al Rincón de Ademuz.
“La verdad se corrompe
tanto con la mentira como con el silencio”
-Marco Tulio Cicerón
(106 a.C-43 d.C),
escritor, orador y
político romano-.
Palabras
previas.
Siendo
yo estudiante en Valencia –de esto hace ya algunos años, bastantes- encontré en
una librería de lance de la calle Bonaire un libro de Josep Pla –Lo
infinitamente pequeño (Barcelona, 1954)- que me compré por unas pocas
pesetas. La calle Bonaire se hallaba, y se halla, entre la Universidad vieja y
la plaza de Alfonso V el Magnánimo, frente al Cortes Inglés. Yo residía
entonces en la calle del Bisbe, que está en esa misma zona y solía visitar con
frecuencia aquellas librerías de viejo. Recuerdo todavía su olor a papel
enmohecido, y la cantidad de libros almacenados. Por aquella época, hablo de
los primeros setenta, había varios de estos establecimientos en la ciudad, la
mayoría de los cuales estaban por el sector que digo, aunque hoy deben quedar
muy pocos. Parece razonable pensar que si la gente no compra libros, todavía
lee menos; con más razón dejará pues de comprar los viejos. Hoy día, para
comprar un libro usado lo mejor es utilizar los portales de internet: hay
muchos títulos en la red, las librerías de viejo están conectadas y te los
sirven a buen precio desde cualquier parte del país o del extranjero. En todo
caso, yo utilizo este sistema, y me va bien...
“Lo
infinitamente pequeño” es un libro delicioso, tapa dura forrado en tela azul y
páginas pajizas; de esos que leemos muchas veces, porque -aunque
trata de asuntos intrascendentes- lo hace de forma tan campechana y aguda que
no te cansa. En todo caso es un texto que, además de gustarme, me relaja.
Tengo muchos libros preferidos; además, ya estoy en esa edad en que más que
leer, releo. El primer artículo de la obra de Pla da título al libro, el cual
se basa en una serie de relatos cortos, a veces muy cortos y más o menos
encadenados, escritos con el peculiar estilo del autor.
No
pretendo imitar su estilo pues, además de que no lo conseguiría sería absurdo.
Su modo de escribir es a veces cachazudo y parsimonioso, habitualmente cínico,
siempre claro, directo y mayormente inteligente –con una penetración sabia y
liviana a la vez, dictada por la experiencia y el vivir; esto es, el ir de aquí
para allá, tratar con mucha gente, observar y reflexionar-; en todo caso su
contenido me parece delicioso. Es este libro, particularmente su primer
artículo, el que me ha inspirado el presente texto, con la particularidad de que
la temática expuesta es propia del Rincón de Ademuz, como no podía ser de otra
manera.
Anecdotario rinconademucense, vista de un grupo de casas en Guerrero-Ademuz (Valencia), 2012. |
Anecdotario
rinconademucense.
Como
es sabido, el Rincón de Ademuz es una comarca natural del poniente valenciano: un
enclave situado entre Cuenca y Teruel. Esto es, una zona
rural y montañosa, formada por siete municipios y otras tantas aldeas o lugares
que se reparten un territorio equivalente a unos 370 km2, más o menos. Como
digo, se trata de una zona rural, aunque unos pueblos son más rurales que
otros... Sucedió que un agricultor salió de su casa con una azada al hombro y
un macho del ramal. Debía ir a trabajar al campo. Un vecino que se cruza con
él, le dice: ¿Ande vas...? El interpelado responde: ¡Ahí en eso...!
Por lo que sabemos -¡Ahí en eso!- no es una partida del término, podía ser
cualquier zona, pero a lo que parece no hacía falta más explicación. En
realidad se trataba de un saludo, pues ni el vecino quería saber dónde iba
realmente ni el agricultor tenía el menor interés en decirlo. Esto ocurrió en
Torrebaja, uno de los pueblos de la comarca, quizá el menos rural de ellos...
Aquí la gente suele ser muy austera, incluso en el hablar, aunque hay
excepciones. En todo caso no es como en otras partes, donde preguntas a alguien
cómo está y te cuenta todo tipo de detalles sobre su salud y enfermedades...
¡Vaya fastidio!
Un
vecino iba con su hijo por una calle del pueblo, cuando se cruzaron con otro
que iba en dirección contraria. Al trasponerse no se dirigieron la palabra. El
hijo preguntó: Padre, ¿qué no te saludas con fulano? -Sí, claro, ¿por
qué lo dices? –Pues porque no le han dicho nada... -Bueno
–responde el padre- tampoco él me ha mirado. Además, ya le he saludado esta
mañana... El hecho de que dos vecinos no se hablen era y sigue siendo habitual
en los pueblos, circunstancia esta –la de no dirigirse la palabra- más
frecuente cuanto menor es el lugar. Dicha anécdota o lo que fuere, es tan
cierta como todas las que se incluyen en esta serie de relatos, tan cierta como
que me sucedió a mí, que iba con mi padre.
Hubo un hombre en Ademuz al que llamaban el tío Bailarín, para el que no había día
perdido: que llovía, a buscar caracoles; que hacía viento, a buscar nueces; que
crecía el río, a sacar troncos con el gancho maderero... Hubo
otro al que llamaban José Antón (a) el Espoleta, de la
familia de los Corbelleros... El hombre era albañil de profesión, como todos
sus hermanos, además de un magnífico cantero: el panteón de los Eced Carreras
que hay en el cementerio de la villa, conforme se entra a la derecha, es obra
suya. Labraba las piedras en su casa y se pasaba la noche carpinteando,
mientras todos dormían: no se sabe cuándo descansaba, pero dicen que tenía a
los vecinos aburridos... Hay que reconocer que era un gran profesional, conocía
todo lo que se podía saber del oficio. El señor José era padre de don Manuel
Antón Blasco (1927-2000), el médico y hermano del tío Julio, padre de don Ángel
Antón Andrés (1926-2011), que fue catedrático y fundador del Instituto Cultural
y de Estudios del Rincón de Ademuz (ICERA), y de la revista Ababol. Y del padre
de doña Felisa, la comadrona. Y del tío Andrés... Lo de “Espoleta” parece le
venía del genio que tenía, pues a los aprendices que llevaba no los dejaba
parar: En las obras, cuando no hay que hacer una cosa hay que hacer otra: y cuando
no hay nada que hacer, hay que barrer o mover los ladrillos de un sitio a otro...
–el caso era que hicieran algo, eso decía Francisco Blasco Aparicio (a) el Frando, que
aprendió con él.
Anecdotario rinconademucense, vista frontal del panteón de los Eced Carreras y González en el cementerio parroquial de Ademuz-Valencia (2012). |
Cuando
yo le conocí, el señor Vidal Gómez Muñoz era un hombre ya mayor que vivía
con su hermana –la señora Dolores- en la calle del Rosario de Torrebaja, en una
casa por encima de la de mis padres. Yo no me enteré que eran hermanos hasta
que fui mayorcito, y siempre pensé que formaban un matrimonio.
Sucede como con los matrimonios sin hijos, que acaban pareciendo hermanos. Por
debajo de su casa pasaba una acequia –un ramal de la acequia vieja de Castiel,
por donde se regaba la parte de La Porcal y Los Callejones. De vez en cuando la
acequia se obstruía y el corral y la porquera se les llenaba de agua... El tío
Vidal y su hermana eran muy peculiares, muy buena gente, pero siempre estaban
discutiendo y se gritaban lo que querían. Siendo muchacho, al tal Vidal le
mandaron a regar un huerto que tenían sus padres junto al cementerio viejo de
“Santa Bárbara”. El chico se negaba a ir, porque le daba miedo, por lo del
cementerio. El padre se empeñaba en que tenía que ir, pues era verano y la
hortaliza necesitaba un riego. La madre apoyaba al chico, pero el padre
insistía, por eso la madre clamaba: Si no quiere ir no le obligues, ¡a ver
si le pasa algo al muchacho...! –eso decía la madre-. Pero finalmente tuvo
que ir a regar, esto fue una tarde-noche. Estando el chico en la faena le
pareció ver un bulto negro que saltaba la tapia del cementerio y enseguida
comenzó a oír un ruido, como arañazos y gemidos... Total que el muchacho dejó
la azada en el huerto y echó a correr carretera adelante, como alma que lleva
el diablo, sin volver la vista atrás hasta llegar a la casa del Mingo, que
entonces era la primera del pueblo. Cuando llegó a su casa, todo acalorado,
agitado y muerto de miedo, contó lo sucedido y aunque pensaron que todo eran
imaginaciones del chico, la madre, mirando al padre, le amenazó diciendo: ¡Como
le pase algo al muchacho, te acuerdas...! Al chico no le pasó nada, sólo el
susto. Pero poco después averiguaron que lo que había sucedido no eran
imaginaciones de Vidal, pues hallaron un sepulcro del cementerio a medio
desenterrar, ya casi aflorando el cajón: se trataba de la tumba de un vecino,
cuya viuda había enloquecido y al anochecer acudía al cementerio a buscar al
marido muerto... La trastornada mujer era la madre de la tía Julia Gimeno Luis (a) la
Perica (1902-1985): esto es, la abuela de Carmen, Pilar y Rosa María Manzano Gimeno. El
sucedido es cierto y todavía vive quien lo cuenta...
A
principios del siglo XX hubo en Torrebaja un matrimonio que vivía en la calle
Cantón... Dicha calle circunda la parte baja del pueblo y formaba parte del
camino viejo de Ademuz a Teruel, constituyendo parte del Camino Real que
comunicaba Valencia con Zaragoza. La casa donde vivía este matrimonio tenía una
galería o solanar en la parte alta. El solanar, que suele estar encarado hacia
el poniente, tenía también un tendedero que sobresalía de la barandilla. En
cierta ocasión, la esposa se hallaba tendiendo ropa con una niña pequeña que
tenía. No se sabe muy bien qué sucedió, pero la niña se cayó del solanar y
se mató... Pudo ser un descuido de la madre, en todo caso fue un trágico
accidente del que desconocemos las circunstancias. Dicen que para unos padres,
la muerte de un hijo es lo peor que puede sucederles. No voy a discutir la
razón de este argumento, pero sin duda que puede haber cosas peores. Prueba de
ello es que todos los días a la hora de comer, el marido de aquella señora le
ponía sobre la mesa la ropita ensangrentada de la niña muerta. La esposa dejó
de comer y poco tiempo después murió...
Anecdotario rinconademucense, venta rejada en una casa de Guerrero-Ademuz (Valencia), 2012. |
Las
Casas de Guerrero se hallan al norte del término de Ademuz, entre las huertas
de la margen izquierda del Turia y la ladera del monte... En la parte alta del
camino que conduce a Ademuz, frente a la Casa Grande, hay un pajar con corral y
descubierto. El edificio lo construyeron entre Manuel el Seronero y el tío
José, abuelo materno de José el Chavo: Manuel y José eran amigos y trabajaban
en “yuguería”, ello significa que los trabajos de ambos los hacían juntos: unos
días trabajaban para uno y los siguientes para el otro. Esta forma de trabajar
fue común en otro tiempo, de forma que un vecino con un animal solo podía
labrar al par juntándose con otro que estuviera en las mismas condiciones.
Manuel el Seronero, además de agricultor entendía de albañilería, siendo esta
la razón de que su amigo José le propusiera hacer un pajar en una finca que
tenía en Guerrero.
En cierto momento de la obra, cuando el pajar se hallaba prácticamente acabado, con las aguas fuera, decidieron echar el piso... Entonces se construía así, levantaban las paredes y colocaban los revoltones del piso, pero sin las cindrias. Cuando decidieron hacer el piso el cobertizo ya tenía su tejado... Para hacer el cindriado insertaban clavos de herrar u otro tipo en las vigas, para que el piso se trabara mejor. Después ponían el molde de la cindria, lo apuntalaban y por encima colocaban el yeso amasado con cascotes de teja, formando propiamente el suelo. Resulta que entre la viga principal del piso y la del tejado habían puesto un puntal, que les molestaba para continuar trabajando. Es por ello que Manuel le dijo a su compañero: José, quita el puntal de la lomera... José lo intentó pero estaba muy sujeto, por lo que le contestó: Está muy duro, Manuel... Y Manuel le respondió: Pues dale con la almádena... José agarró entonces el mazo y le sacudió varios golpes, pan, pan, pan..., hasta que por fin cedió el puntal.
En ningún momento pensaron en colocar otro contrafuerte al lado, toda vez que éste sujetaba el tejado, razón por la que la cobertura se les vino abajo, arrasando de paso el suelo del piso, y a ellos mismos, que cayeron hasta el corral... ¡Habría que haber visto el espectáculo! De milagro no tuvo el accidente consecuencias trágicas, pues el tal José quedó colgado cabeza abajo del clavo de un revoltón y el socio medio enterrado entre los cascotes: les salvaron las tablas del tejado y las vigas, que hicieron de protección... Cuando se disipó el polvo y recuperaron el resuello, Manuel dijo al compañero: José, ¿cómo estás..., estás bien...? José le respondió: Sí Manuel, creo que sí..., pero estoy colgado de la albarca... Manuel volvió a decir: Bueno, no te preocupes, si estás bien ya volveremos a levantar el tejado... ¡Sin duda eran gente de ánimo! Y sucedió que a media tarde pasaron por allí José (a) el Juangrande y su padre, que regresaban de la parte de La Dehesa, por encima de la cuesta de La Palanca, donde habían pasado el día trabajando. Al ver el estado del pajar, el Juangrande indica a su padre: Padre, cuando hemos pasado esta mañana este pajar estaba entero y ahora está medio hundido, ¿cómo puede ser...? El padre le responde: ¡Calla, calla..., estaría ya así, hombre...! Y el muchacho insistió: ¡Que no padre, que estaba entero y ahora está hundido...! Y en esas continuaron hasta Ademuz. Pocos días después, Manuel el Seronero y su amigo José volvieron a levantar el pajar con su tejado, pues voluntad no les faltaba. Prueba de ello es que el edificio todavía se conserva, aunque ya en mal estado...
En cierto momento de la obra, cuando el pajar se hallaba prácticamente acabado, con las aguas fuera, decidieron echar el piso... Entonces se construía así, levantaban las paredes y colocaban los revoltones del piso, pero sin las cindrias. Cuando decidieron hacer el piso el cobertizo ya tenía su tejado... Para hacer el cindriado insertaban clavos de herrar u otro tipo en las vigas, para que el piso se trabara mejor. Después ponían el molde de la cindria, lo apuntalaban y por encima colocaban el yeso amasado con cascotes de teja, formando propiamente el suelo. Resulta que entre la viga principal del piso y la del tejado habían puesto un puntal, que les molestaba para continuar trabajando. Es por ello que Manuel le dijo a su compañero: José, quita el puntal de la lomera... José lo intentó pero estaba muy sujeto, por lo que le contestó: Está muy duro, Manuel... Y Manuel le respondió: Pues dale con la almádena... José agarró entonces el mazo y le sacudió varios golpes, pan, pan, pan..., hasta que por fin cedió el puntal.
En ningún momento pensaron en colocar otro contrafuerte al lado, toda vez que éste sujetaba el tejado, razón por la que la cobertura se les vino abajo, arrasando de paso el suelo del piso, y a ellos mismos, que cayeron hasta el corral... ¡Habría que haber visto el espectáculo! De milagro no tuvo el accidente consecuencias trágicas, pues el tal José quedó colgado cabeza abajo del clavo de un revoltón y el socio medio enterrado entre los cascotes: les salvaron las tablas del tejado y las vigas, que hicieron de protección... Cuando se disipó el polvo y recuperaron el resuello, Manuel dijo al compañero: José, ¿cómo estás..., estás bien...? José le respondió: Sí Manuel, creo que sí..., pero estoy colgado de la albarca... Manuel volvió a decir: Bueno, no te preocupes, si estás bien ya volveremos a levantar el tejado... ¡Sin duda eran gente de ánimo! Y sucedió que a media tarde pasaron por allí José (a) el Juangrande y su padre, que regresaban de la parte de La Dehesa, por encima de la cuesta de La Palanca, donde habían pasado el día trabajando. Al ver el estado del pajar, el Juangrande indica a su padre: Padre, cuando hemos pasado esta mañana este pajar estaba entero y ahora está medio hundido, ¿cómo puede ser...? El padre le responde: ¡Calla, calla..., estaría ya así, hombre...! Y el muchacho insistió: ¡Que no padre, que estaba entero y ahora está hundido...! Y en esas continuaron hasta Ademuz. Pocos días después, Manuel el Seronero y su amigo José volvieron a levantar el pajar con su tejado, pues voluntad no les faltaba. Prueba de ello es que el edificio todavía se conserva, aunque ya en mal estado...
Anecdotario rinconademucense, vista del pajar de marras, con corral y descubierto en Guerrero-Ademuz (Valencia), 2012. |
Anecdotario rinconademucense, vista de un grupo de casas en Guerrero-Ademuz (Valencia), 2012. |
Don
Blas Mañes Palomar (1869-1936) era natural de Alcublas (Valencia) y en
1936 llevaba treinta y tres años de cura en Ademuz, de cuya iglesia era
arcipreste. Don Blas era una persona bondadosa y muy querida en Ademuz, en cuya
localidad se había casado una sobrina suya que trajo con él. Cuando estalló la
guerra y comenzó la persecución y el asesinato de los curas, unos le
aconsejaron que se marchara de Ademuz y otros que se escondiera, que nada le
pasaría. Finalmente tomó la decisión de marcharse. Lo hizo en dirección a
Teruel, subiendo aguas arriba del Turia, pero fue detenido en Los Terreros, una
zona de monte frente a Torrebaja. Tras su detención fue llevado a esta última
localidad, donde estuvo retenido. Las autoridades locales avisaron al Comité de
Ademuz para que subieran a buscarle para llevarle de nuevo a Ademuz. Entre los
que fueron a buscarle a Torrebaja estaba el presidente del Comité, un tal José
Pérez Luz (a) el Terolano. Una vez en Ademuz los del Comité lo entregaron a la
familia de don Blas, que lo recogió en “el cerrado de don Jesús”, con una
advertencia: A tu tío, meterlo en casa y que no salga, que nada le pasará...
Sin embargo, don Blas fue detenido de nuevo y encerrado en el calabozo de la
villa, sito en una edificio de la calle Empedrado, tras la Casa Consistorial,
donde estuvo varios días. Sabemos esta circunstancia por el testimonio de una
vecina de Ademuz, la señora Mercedes Hernández de San Félix (Ademuz,
1937), hija de Rufo y de Mercedes, y nieta de José Hernández Millán
(1862-1937), el alguacil del Ayuntamiento de Ademuz cuando comenzó la guerra.
Decía que don Blas estuvo varios días detenido en el calabozo de Ademuz, al cargo del alguacil y de su esposa: [...] a ratos lo hacían subir al piso donde vivían ellos; allí le daban de comer, seguramente lo que comieran ellos, y algo de conversación. El sacerdote estuvo encerrado en el calabozo varios días: [pero] una noche vinieron y se lo llevaron... Contaba el padre de la señora Mercedes que al sacarlo había por allí tres mujeres, y que al pasar los hombres con don Blas, preguntaron: Pero, ¿dónde lo lleváis...? Parece que ellos no contestaron, y añadieron: ¡No gastéis mucha gasolina..., terminarlo pronto...! Según el testimonio de la sobrina del sacerdote, la señora María Mañes Silvestre, su tío fue detenido el día 7 de agosto de 1936, por Antonio Antón Yuste y José Pérez Luz. Sin embargo, el asesinato se produjo el 14 del mismo mes y año, lo que permite decir que el tiempo transcurrido entre ambas fechas pudo ser el que estuvo encerrado en el calabozo de Ademuz. A don Blas se lo llevaron de Ademuz en un vehículo, presuntamente a Valencia: en el camión donde lo llevaban montó también uno de Ademuz que estaba de permiso, llamado Julián el Castillejo, aunque parece que éste se bajó en Salinas del Manzano (Cuenca). Al menos eso afirmaba él...
Pero después de la guerra le acusaron de haber participado en el asunto, aunque parece que no había tenido nada que ver; en todo caso, figura entre los fusilados de Ademuz tras la guerra. Según el testimonio de su sobrina, a don Blas se lo llevaron y lo mataron... Entre los que se lo llevaron y asesinaron figura uno apodado “el Chileno”, del que se desconoce el nombre y apellidos: lo único que sabemos de este individuo es que “fue ejecutado por los rojos por ladrón”. El cuerpo muerto de don Blas lo encontró de madrugada un vecino de La Huérguina –Cayo Sausor Ortiz-, que iba con un carro de pértiga a acarrear... Según el testimonio de Domingo Aparicio Hernández (1922-2009):
Decía que don Blas estuvo varios días detenido en el calabozo de Ademuz, al cargo del alguacil y de su esposa: [...] a ratos lo hacían subir al piso donde vivían ellos; allí le daban de comer, seguramente lo que comieran ellos, y algo de conversación. El sacerdote estuvo encerrado en el calabozo varios días: [pero] una noche vinieron y se lo llevaron... Contaba el padre de la señora Mercedes que al sacarlo había por allí tres mujeres, y que al pasar los hombres con don Blas, preguntaron: Pero, ¿dónde lo lleváis...? Parece que ellos no contestaron, y añadieron: ¡No gastéis mucha gasolina..., terminarlo pronto...! Según el testimonio de la sobrina del sacerdote, la señora María Mañes Silvestre, su tío fue detenido el día 7 de agosto de 1936, por Antonio Antón Yuste y José Pérez Luz. Sin embargo, el asesinato se produjo el 14 del mismo mes y año, lo que permite decir que el tiempo transcurrido entre ambas fechas pudo ser el que estuvo encerrado en el calabozo de Ademuz. A don Blas se lo llevaron de Ademuz en un vehículo, presuntamente a Valencia: en el camión donde lo llevaban montó también uno de Ademuz que estaba de permiso, llamado Julián el Castillejo, aunque parece que éste se bajó en Salinas del Manzano (Cuenca). Al menos eso afirmaba él...
Pero después de la guerra le acusaron de haber participado en el asunto, aunque parece que no había tenido nada que ver; en todo caso, figura entre los fusilados de Ademuz tras la guerra. Según el testimonio de su sobrina, a don Blas se lo llevaron y lo mataron... Entre los que se lo llevaron y asesinaron figura uno apodado “el Chileno”, del que se desconoce el nombre y apellidos: lo único que sabemos de este individuo es que “fue ejecutado por los rojos por ladrón”. El cuerpo muerto de don Blas lo encontró de madrugada un vecino de La Huérguina –Cayo Sausor Ortiz-, que iba con un carro de pértiga a acarrear... Según el testimonio de Domingo Aparicio Hernández (1922-2009):
- A don Blas lo mataron y lo enterraron por debajo de La Huérguina, a la derecha de la carretera, en dirección a Utiel. Cuando acabó la guerra, mucha gente de Ademuz fue con un camión a La Huérguina, desenterraron los restos del cura y se los trajeron para enterrarlos aquí… Fueron muchos, los que cabían en el camión; pero hubiera ido el pueblo entero; ya te digo que era una persona buena, pero mucho buena, y claro, la gente le apreciaba. Por eso después de la guerra el Ayuntamiento puso una placa con su nombre, dedicándole la plaza del Rabal, donde la iglesia”.[1]
La placa de
policía a que alude el testimonio fue retirada hace unos años; en su lugar
figura otra con el nombre de Plaza de la Iglesia.
Anecdotario rinconademucense, don Blas Mañes Palomar (1869-1936), sacerdote. |
Don
Ramón Fos Adelantado (1891-1936) fue un sacerdote natural de Segorbe
(Castellón), ecónomo de Corcolilla, parroquia próxima a Alpuente (Valencia).
Don Ramón murió asesinado en el camino del rento de Barrachina a
Casas Bajas; esto fue el 16 de agosto de 1936... Según la información
recogida, el sacerdote fue detenido en el rento de Benarruel por un
grupo de gente armada, entre los que iban algunos de Ademuz. La detención fue
propiciada merced a la denuncia de un pastor de Casas Bajas. Los de Ademuz
salieron de la Villa por el portal del Solano y se encaminaron a la cuesta de
Moya por el barranco de Los Cuarentadales, en dirección al Pinar. Entre los que
iban estaba un tal José (a) el Gil, quien al darse cuenta de lo que iban a
hacer y sus consecuencias, cogió miedo y comenzó a rezagarse del grupo,
haciendo como que se ataba la alpargata... Cuando los perdió de vista, se
volvió para Ademuz. El disparo que mató al cura lo hizo un vecino de Ademuz,
jefe del grupo miliciano que lo detuvo. Posteriormente, el abuelo del homicida
le reprochó su mala acción, diciéndole: Esto que has hecho te costará la
vida...
Después de la guerra el homicida y varios de los que le acompañaban fueron detenidos, juzgados y sentenciados de muerte. Dicen que cuando el abuelo fue a verle a la cárcel de Valencia el nieto lloró amargamente, acordándose de la reconvención del anciano. La sentencia de muerte se ejecutó mediante fusilamiento; esto fue en Paterna (Valencia), el 26 de agosto de 1940. Con tal motivo detuvieron también al tal José (a) el Gil, que estuvo en la cárcel algún tiempo. Según parece, salió por intercesión del alcalde de Ademuz, el cual había recibido amenazas de la esposa del internado: Si matan a mi marido juró que te mato, a ti o alguno de tu familia... –dijo al alcalde-. Temeroso, el regidor haría gestiones ante la autoridad política, el caso es que el preso fue excarcelado, aunque con la obligación de presentarse cada semana en el cuartel de la Guardia Civil: donde no se libraba de una paliza cada vez. Hasta que cambiaron al cabo del puesto... En esa ocasión llegó algo tarde y el nuevo comandante le preguntó la causa, a lo que el encausado respondió: Si cada semana le dieran a usted una paliza, seguro que no tendría prisa en llegar... Desde ese momento se acabaron las tundas, y las presentaciones semanales fueron tranquilas. La historia narrada forma parte del anecdotario local y como tal la acogemos, pero los hechos centrales están documentados.[2]
Después de la guerra el homicida y varios de los que le acompañaban fueron detenidos, juzgados y sentenciados de muerte. Dicen que cuando el abuelo fue a verle a la cárcel de Valencia el nieto lloró amargamente, acordándose de la reconvención del anciano. La sentencia de muerte se ejecutó mediante fusilamiento; esto fue en Paterna (Valencia), el 26 de agosto de 1940. Con tal motivo detuvieron también al tal José (a) el Gil, que estuvo en la cárcel algún tiempo. Según parece, salió por intercesión del alcalde de Ademuz, el cual había recibido amenazas de la esposa del internado: Si matan a mi marido juró que te mato, a ti o alguno de tu familia... –dijo al alcalde-. Temeroso, el regidor haría gestiones ante la autoridad política, el caso es que el preso fue excarcelado, aunque con la obligación de presentarse cada semana en el cuartel de la Guardia Civil: donde no se libraba de una paliza cada vez. Hasta que cambiaron al cabo del puesto... En esa ocasión llegó algo tarde y el nuevo comandante le preguntó la causa, a lo que el encausado respondió: Si cada semana le dieran a usted una paliza, seguro que no tendría prisa en llegar... Desde ese momento se acabaron las tundas, y las presentaciones semanales fueron tranquilas. La historia narrada forma parte del anecdotario local y como tal la acogemos, pero los hechos centrales están documentados.[2]
De Esteban Muñoz Blasco, uno de los diez hijos que Mariano y Petra tuvieron en el rento de Barrachina se cuenta el siguiente
lance, cuyo interés reside en ambientar el panorama social, económico y
político de la época, correspondiente a los primeros años del siglo
XX. El señor Esteban tenía un hijo muy avispado y ambos se dedicaban al
pastoreo, cuidando ganados de don Felipe Navarro el Viejo -se refiere a
don Felipe Navarro Artigot (+1922), médico de Ademuz-. Don Felipe
era un personaje típico de la época: natural de Albarracín (Teruel), del que se
decía que había llegado a Ademuz a finales del siglo XIX, recién terminada su
carrera, sin más haberes que su flamante título, un traje nuevo y el maletín de
médico que portaba. Al parecer era un hombre de temperamento, muy dispuesto y
emprendedor, que con los años consiguió una respetable hacienda. Casó con una moza de la
villa -se refiere a la señora Isabel Ruescas González (+1928)- de la que tuvo veintiún
hijos. Don Felipe también anduvo metido en política, como jefe del partido conservador en
Ademuz.[3]
En cierta ocasión fue el señor médico a cobrar la parte de corderos
que le correspondían de los nacidos ese año y el hijo del pastor no hacía más
que mirar los borregos que se llevaba, con una mirada
extraña, entre recelosa y sorprendida. Cuando don Felipe se marchó el padre le
preguntó qué le pasaba, por qué esa mirada y el hijo le contestó: Padre, ese hombre nos engaña... -Pero hombre –objetó el padre- ¿cómo nos va a engañar don
Felipe, si le cuidamos el ganado y encima nos da todos estos corderos...? Pero el hijo continuo: Padre, ese hombre nos engaña..., ¡se lleva más
corderos de los que le pertenecen! Intuimos que el contrato entre amo y pastor estribaba en quedarse
una parte de la cría anual de corderos, tal vez la mitad o el tercio. El caso
es que el avispado muchacho, basándose en unos trocitos de paja, logró
demostrar a su padre que las cuentas de don Felipe no eran correctas. De esta
forma, llegado el tiempo, cuando el dueño fue por los corderos, Esteban le
dijo: ¡Hasta aquí, don Felipe, que
el resto son míos...! El amo puso el grito en
el cielo, amenazador y furibundo, pero el pastor no se arredró, demostrándole
con los palitos que sus cuentas eran correctas y que había estado engañándole
durante años, pero que no iban a consentirlo más.
Anecdotario rinconademucense, vista del Pico Castro y vega del Turia, desde el cerro del Castillo de Ademuz-Valencia (2009). |
Anecdotario rinconademucense, puerta de madera con ventana rejada en una casa de Ademuz-Valencia (2009). |
La siguiente anécdota se halla también
relacionada con el acreditado don Felipe Navarro el Viejo,
sucedida por entonces, años diez o veinte del pasado siglo XX, cuando el médico
ya se había convertido en el típico cacique, entendiendo por tal a una persona
de gran influencia social y política en el mundo rural ademucense. El
señor Juan Amado (a) Juangrande era un vecino
de Ademuz, de oficio binador, persona de mucho coraje y elevada estatura, de
ahí el apodo. Se cuenta que en cierta ocasión estaba haciendo su carga de
aliagas, antes del amanecer, momento en que tenía que ponerse a trabajar la viña
del tal don Felipe. Al parecer se topó con el amo, quien, de malos modos, le
dijo: ¿Cómo es que no estás en la viña? ¡Venga, a trabajar...! A lo
que el señor Juan contestó: Estoy haciendo una carga de aliagas para
casa y mi contrato es que debo trabajar de sol a sol, así que cuando amanezca
allí estaré... Pero el dueño, acostumbrado a tratar con autoridad, se
encorajinó con la respuesta del asalariado y sacó una pistola que llevaba,
amenazando al trabajador: pero éste no se acobardó y le dijo: Apunte usted
bien, don Felipe, porque si no acierta a la primera con esta azada le abro la
cabeza y lo entierro aquí mismo en su viña. Ante semejante actitud el amo
se achicó, guardó la pistola y se marchó mascullando para sus adentros.
Ese
mismo día o más adelante, el señor Juan estaba trabajando en la viña cuando vio
venir a dos mocetones, criados del amo, armados con sendos garrotes. Cuando se
acercaron lo suficiente les preguntó: Qué, ¿os manda don Felipe para
que me deis una paliza...? -momento que aprovechó para lanzarle una
piedra a uno de ellos, pedrada que le alcanzó en el pecho, dejándole
desfallecido por el impacto-. El otro, temeroso de que le ocurriera lo mismo,
indicó: ¡Para, para...! –a la vez que cogía a su
compañero y se lo cargaba al hombro-. Esa misma noche, o más adelante, se
presentó don Felipe en casa del jornalero, que vivía en El Vallao, portando un
muleto del ronzal. Al verle le expuso: Juan, que te traigo este muleto,
el mejor de mi cuadra, te lo regalo... -Yo no quiero ni necesito nada de
usted don Felipe –contestó circunspecto el jornalero-. Pero finalmente
le convenció y se quedo con el mulo. Nunca supo si el obsequio fue como
expresión de su arrepentimiento, por lo que le había dicho de injurias y
amenazas, o receloso de que un día lo acechara en una esquina y le rompiera la
crisma con un astil. Quizá fue por ambas razones, un poco por miedo y otro
tanto por contrición... Resultó, sin embargo, que Juan Amado (a) Juangrande recrió
al muleto, pero, sin saber muy bien cómo ni por qué, el animal acabó de nuevo
en la cuadra de don Felipe...
Continúa en:
ANECDOTARIO RINCONADEMUCENSE (II).
[1] SÁNCHEZ
GARZÓN, Alfredo (2008). Don Blas Mañes Palomar, cura y arcipreste de Ademuz, asesinado, en: Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz,
Valencia, vol. II, pp. 41-60. ID (2009). Anexo a la investigación relativa adon Blas Mañes Palomar, cura párroco y arcipreste de Ademuz, en Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, vol. III, pp. 41-48. ID (2011). Don Blas Mañes Palomar (1869-1936), cura párroco y arcipreste de Ademuz en la Causa General,
en Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, vol. IV, pp. 83-90. Cf. Wikipedia, voz Blas Mañes Palomar.
[2] SÁNCHEZ
GARZÓN, Alfredo (2011). Don Ramón Fos Adelantado, cura párroco de Corcolilla de Alpuente, en la Causa General, en Del paisaje, alma del Rincón deAdemuz, Valencia, 2011, vol. IV, pp. 105-124. Cf. Wikipedia, voz Ramón Fos Adelantado.
[3]
Don Felipe Navarro Artigot era médico de profesión y patriarca de una extensa
familia, entre los que se hallaban don Pedro Navarro Ruescas y su hermano
don Felipe el Joven (1888-1970); el padre y ambos hijos ejercieron como médicos en
Ademuz. El doctor Navarro Artigot fue jefe del partido conservador en el Rincón
de Ademuz, en tiempos de Antonio Maura y Montaner (1853-1925), jefe
de la mayoría conservadora y cinco veces presidente de Gobierno (1903-22).
Coetáneo de Álvaro de Figueroa y Torres (1863-1950), conde de
Romanones: del partido liberal de Sagasta y Canalejas, tres veces presidente
del Consejo de Ministros, prototipo de político “palaciego, maniobrero, de
escasos escrúpulos y titular o valedor de poderosos intereses económicos (...),
que extendió su cacicazgo en Guadalajara por varios lustros”. Don Felipe (a) el Viejo dirigió la política conservadora en el Rincón de Ademuz
durante poco tiempo. De Ademuz marchó a Valencia, donde poseía dos fábricas de
serrar y tornear madera. Cf. DOMÍNGUEZ HERRERO, M., Un septenario
trágico: 1921, en revista Ababol 16 (1998) 15-16.
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