Relatos cortos –entre la anécdota y la historia-
referidos al Rincón de Ademuz.
Viene de:
ANECDOTARIO RINCONADEMUCENSE (I).
Hubo un vecino en Ademuz al que llamaban el
tío Juan Paco... Vivía en La Venta, dos calles por encima de la
fuente de La Cabaña. El hombre estaba casado con una tal Adoración y tenía dos
hijos: Juan Pedro y Fernando. El tío Juan Paco
había sido un hombre muy trabajado, hasta el punto que de mayor andaba doblado
por la cintura, casi en ángulo recto, por algún aplastamiento vertebral que
tenía. Contaban de él que una vecina suya, la señora María, le decía: Tío
Juan Paco, ¡qué desgracia la suya, siempre mirando al suelo, sin poder ver el
cielo...! Y el hombre, que pese al infortunio tenía muy buen
humor, contestaba: ¡Ay María, aún tiene uno que dar gracias, imagínate
que me hubiera doblado hacia atrás...! –y hacia el gesto le
levantarse, alzando los brazos en cruz, hacia atrás-. La familia del señor Juan
Paco era muy humilde, aunque tenía dos burros, con los que labraban al par lo
poco que poseían. Pero resulta que uno de los animales se les murió y como eran
muy pobres no pudieron comprar otro...
Un día su padre,
el señor Juan Paco, mandó a sus hijos a labrar una pieza que tenían en el
barranco de la Virgen. Los hijos, obedientes, marcharon a labrar, llevándose el
arado, el yugo y demás aperos necesarios para la labor. Pero como sólo llevaban
un animal, acordaron que Juan Pedro, más alto y fuerte, se pusiera al par con
el burro, ocupando el lugar del asno fallecido... Todo fue que el mozo se puso
la collera y comenzaron a labrar... Como sabe cualquier labrador, cuando se ara
al par, uno de los animales camina por el surco, esto es, por abajo (donde ya
está labrado), mientras que el otro lo hace por arriba (donde está lo que falta
por labrar), siendo ésta la posición más esforzada, toda vez que el tiro se le "engancha"
más. Es por ello que Juan Pedro se cansaba y continuamente bajaba al nivel del
burro, razón por la que Fernando le decía: Juan Pedro, ¡sube al surco,
sube al surco, coño...! Y Juan Pedro exclamaba: ¡Hostia,
calla, ya sé que tengo que subir...! Y así pasaban la jornada, aunque
la finca era pequeña. El espectáculo que daban era para verlo. Esto es tan
cierto como que la Virgen de Tejeda se celebra el 8 de septiembre; y quien dude
de mi afirmación, que pregunte a cualquiera que lo sepa en Ademuz.
Cuando
empezó la guerra don Agustín Navarro
Zapata (1871-1936) era cura de
Henarejos, aunque también atendía la parroquia de Fuentelespino (Cuenca), su
pueblo natal... Por entonces comenzó aquello de perseguir y matar a los curas,
razón por la que don Agustín marchó a su pueblo, donde estuvo escondido en
varios lugares. Harto de estar escondido, un día se fue con los familiares de
su casera a cortar miel a la Hoya Gutiérrez: gran aficionado a la caza, don
Agustín aprovechó para pegar unos tiros... Estando en aquella faena, un leñador
se acercó donde los apicultores a pedir agua y pese a que el cura iba vestido
de paisano le reconoció: Le reconoció por una cicatriz que llevaba en la cara, se la había hecho de
pequeño, al quemarse durante un matacerdo o haciendo el frito... Por eso le
llamaban “el cura manchado” –decía su sobrino, el señor Secundino Navarro Saiz (Fuentelespino, 1931)-. Todo fue que el leñador denunció la
presencia del sacerdote ante el Comité de Moya, y éstos fueron a buscarle: Vinieron como fieras, lo
agarraron y se lo llevaron...
Tras
la detención le llevaron a Moya y estando allí: Le hicieron padecer lo que
quisieron. Le mandaron sacar cosas de una iglesia, maderas o lo que fuera y no
sé cuántas perrerías. Allí le tuvieron un tiempo, él pedía agua para beber,
pero ni agua le daban... Todas las evidencias apuntan a que le hicieron trabajar en el
desmantelamiento de la iglesia de San Bartolomé, una de las más notables de la
villa moyana devastada por entonces. Después de esto, los del Comité lo
entregaron a los milicianos de Ademuz. Los de Ademuz se lo llevaron hacia la
zona del rento de Benarruel, un lugar entonces poblado por encima
de Negrón, lugar de Vallanca (Valencia), donde lo mataron: Lo mataron y
lo dejaron allí tirado, medio enterrado... –comentaba su sobrino, el señor
Secundino-. Por entonces el rento estaba atendido por dos renteros: Eleuterio
Férriz Sánchez y José Domingo. Felipe Férriz
Adalid (Negrón, 1935), hijo de Eleuterio y de Victoria, contaba lo que
había oído de sus padres: Lo mataron (al cura) y lo enterraron por
allí, más acá del rento, junto a un pino grande que había. Pero lo enterraron
de mala manera, porque José (el otro rentero) le dijo a mi padre: “Me voy a ver
si entierro mejor al cura, porque le asoman las manos...”. Fue y le echó algo
más de tierra encima... Aquí se nombra un pino como referencia del
lugar de enterramiento, pero otros dicen de una noguera. De hecho hay un lugar
en la zona llamado “la noguera del cura”, aunque creo que el nogal ya no existe.
Después
de la guerra los familiares de don Agustín fueron al lugar del enterramiento y
se llevaron los restos a Fuentelespino, poniendo en el lugar de la primera
inhumación una cruz que estuvo allí muchos años: Después (de la guerra) pescaron a unos cuantos de
Ademuz que iban en la cuadrilla que mató al cura y los aviaron también... –comentaba el hijo de
los renteros de Negrón-.[1]
En Ademuz, todos o
casi todos los vecinos tienen apodo... Al señor José Álvaro Hernández le
llaman simplemente “el Chavo”: el sobrenombre le viene de un antecesor suyo, que
subía de Manises (Valencia) a vender cacharros de barro -peroles, cazuelas,
escullas...- con un burro y cuando las mujeres le preguntaban lo que valía cada
cosa, invariablemente contestaba: Un chavo, un chavo, un chavo... –eso decía
el tío Antón, que así le llamaban al hombre-. La mayoría de los productos que llevaba, el llamado “fregao” tenía el mismo precio, un chavo: un chavo es lo
mismo que decir una perra gorda, la décima parte de una peseta, esto es, poca
cosa... Resulta que en uno de aquellos viajes al Rincón de Ademuz conoció a una
moza de la villa, se enamoró y se casó con ella, y se quedaron a vivir en
Ademuz. Este señor tuvo descendientes, uno de ellos fue Antonio Álvaro
Cortés, el cual casó con Isabel Hernández Montesinos y tuvo tres
hijos: Antonio, José e Isabel... Después de la Guerra Civil (1936-39), ya
avanzados los años cuarenta, el señor Antonio iba a vender productos del campo,
uvas y manzanas a la sierra de Albarracín. Esta fue una actividad compartida
por mucha gente en la zona, la cosa entonces estaba muy mal y había que
completar de alguna forma la economía familiar. Para el transporte, llevaba un
macho y una burra que tenía: en el macho cargaba lo de vender mientras
él iba montado en la burra. Por una senda que hay en el barranco de Valencia
arriba se encaminaba hacia esos pueblos de la sierra de Albarracín...
El primer pueblo donde hacía noche era Arroyofrío, en el entorno de Toril y Masegoso, todos pueblos de Teruel; allí conocía a la posadera, una tal María. En cierta ocasión, el señor Antonio estaba cenando en la cocina de la posada, cuando se oyó un portazo y gente que subía escaleras arriba en tropel. Era un grupo de cuatro o cincos personas, vestían chaquetas de cuero, algunos de ellos con barba o sin afeitar y portando armas, fusiles y metralletas: se trataba de maquis... Subieron al piso donde estaba cenando el señor Antonio y después de mirar a los que había se metieron directamente en una habitación. Al parecer habían estado otras veces, pues conocían los tientos de la casa. Al pronto, el señor Antonio no reconoció a nadie. Pero cuando salieron les observó mejor, reconociendo a uno de Ademuz, pese a que llevaba barba. Entonces los maquis le hicieron pasar a él a la habitación de la que ellos habían salido y le tuvieron allí encerrado. Desde dentro oyó decir al de Ademuz: No hay más remedio que matarlo..., ¡hay que matarlo esta misma noche!, porque tiene un cuñado que es guardia civil... El señor Antonio comenzó a recelar que la cosa iba en serio, porque ciertamente él tenía un cuñado guardia civil –se refiere a José Hernández Montesinos, hermano mayor de su mujer-, que había estado en el puesto de Manzanera y en aquel momento se hallaba en el de Villel; ambos pueblos son de Teruel... Finalmente no pasó nada, los maquis se marcharon de la posada, dejándole con un susto de muerte. A la mañana siguiente, el señor Antonio continuó su viaje, vendiendo los productos que llevaba por los pueblos y rentos de la contornada, pero ya regresó malo a Ademuz, muerto de miedo por lo que le había sucedido.
Según el mismo testimonio, el maqui de Ademuz tenía una novia en la villa, la cual trabajaba de sirvienta en casa de doña Enriqueta Eced Carreras, hermana de don Jesús el cura: Sí, mi madre también servía en casa de don Jesús y conocía a la novia del maqui. La Guardia Civil vigilaba la casa, pensando que algún día (el maqui) iría a verla y podrían detenerle. Pero el maqui subía por los tejados y bajaba por la chimenea... Estas historias se las contaba a José su padre, el señor Antonio Álvaro Cortés, que fue sereno en Ademuz muchos años –junto con Manuel Navarro Gea (a) el Prensa- y conocía bien al vecindario, y las entradas y salida de cada uno.
El primer pueblo donde hacía noche era Arroyofrío, en el entorno de Toril y Masegoso, todos pueblos de Teruel; allí conocía a la posadera, una tal María. En cierta ocasión, el señor Antonio estaba cenando en la cocina de la posada, cuando se oyó un portazo y gente que subía escaleras arriba en tropel. Era un grupo de cuatro o cincos personas, vestían chaquetas de cuero, algunos de ellos con barba o sin afeitar y portando armas, fusiles y metralletas: se trataba de maquis... Subieron al piso donde estaba cenando el señor Antonio y después de mirar a los que había se metieron directamente en una habitación. Al parecer habían estado otras veces, pues conocían los tientos de la casa. Al pronto, el señor Antonio no reconoció a nadie. Pero cuando salieron les observó mejor, reconociendo a uno de Ademuz, pese a que llevaba barba. Entonces los maquis le hicieron pasar a él a la habitación de la que ellos habían salido y le tuvieron allí encerrado. Desde dentro oyó decir al de Ademuz: No hay más remedio que matarlo..., ¡hay que matarlo esta misma noche!, porque tiene un cuñado que es guardia civil... El señor Antonio comenzó a recelar que la cosa iba en serio, porque ciertamente él tenía un cuñado guardia civil –se refiere a José Hernández Montesinos, hermano mayor de su mujer-, que había estado en el puesto de Manzanera y en aquel momento se hallaba en el de Villel; ambos pueblos son de Teruel... Finalmente no pasó nada, los maquis se marcharon de la posada, dejándole con un susto de muerte. A la mañana siguiente, el señor Antonio continuó su viaje, vendiendo los productos que llevaba por los pueblos y rentos de la contornada, pero ya regresó malo a Ademuz, muerto de miedo por lo que le había sucedido.
Según el mismo testimonio, el maqui de Ademuz tenía una novia en la villa, la cual trabajaba de sirvienta en casa de doña Enriqueta Eced Carreras, hermana de don Jesús el cura: Sí, mi madre también servía en casa de don Jesús y conocía a la novia del maqui. La Guardia Civil vigilaba la casa, pensando que algún día (el maqui) iría a verla y podrían detenerle. Pero el maqui subía por los tejados y bajaba por la chimenea... Estas historias se las contaba a José su padre, el señor Antonio Álvaro Cortés, que fue sereno en Ademuz muchos años –junto con Manuel Navarro Gea (a) el Prensa- y conocía bien al vecindario, y las entradas y salida de cada uno.
Anecdotario rincoademucense, ventana rejada bajo el alero en una casa de Guerrero-Ademuz (Valencia), 2012. |
Muchos años después de esto, mediados ya los años sesenta, el señor Antonio marchó con su hijo José a Francia, por la vendimia... Fueron en un grupo de diez o doce, junto con varios de Ademuz, entre los que se hallaban los hermanos Mateo -José y Vicente-, y algunas familias más. La finca donde fueron a vendimiar se hallaba cerca de Perpiñán, donde el puerto de El Barcarés... Un domingo que no trabajaban pensaron hacer unas gachas en un local grande que había. Después de comer se presentó en el lugar un individuo y algunos comensales se dirigieron a él con familiaridad, saludándole. El recién llegado saludó a todos los presentes, menos al señor Antonio, pues resulta que era el maqui de Ademuz con el que se había topado en la posada de Arroyofrío: no cabe duda que ambos se reconocieron... Entonces el señor Antonio se dirigió a él, diciéndole: Qué, ¿y a mí no me saludas...? –el interpelado respondió que no le conocía-. El señor Antonio comenzó entonces a relatar lo sucedido aquella noche en la posada de Arroyofrío, para terminar diciéndole: ¡Entonces llevabas barba y metralleta, pero ahora no llevas...! –y se enzarzaron en una pelea, de forma que tuvieron que separarles-. Finalmente les separaron y el contendiente del señor Antonio se fue al pueblo con algunos de los comensales, parece que a la casa de un tal Juan (a) el Rosendo. ¿Quién era el tal “Rosendo” –se preguntarán ustedes-. Pues se trataba del señor Juan Hernández Aparicio (a) Rosendo o Roseldo, de profesión albañil, anarquista de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) que fue miembro del Comité Revolucionario constituido en Ademuz durante la Guerra Civil Española (1936-39). La mencionada Isabel Hernández Montesinos, mujer de Antonio (a) el Chavo lo recordaba dando un mitin en Las Gradas de la iglesia de Ademuz: [...], ¡y en el Pico Castro se criarán patatas...! –eso decía, pero en la memoria de muchos vecinos de Ademuz no dejó buen recuerdo-. Según se halla documentado, el tal “Rosendo” emigró: Parece que antes de terminar la guerra huyó para Francia con algún alijo y se compró allí una buena finca... Sí, por el sur, por donde iban a vendimiar los de Ademuz; por ellos se supo lo de la finca, que era muy hermosa y tenía incluso tractores, ¡fíjate, tractores en aquella época...! –esto según el testimonio del señor Domingo Aparicio Hernández (1922-2009)-.[2]
Decíamos
que la señora Isabel Hernández Montesinos -casada con Antonio Álvaro
Cortés (a) el Chavo-, tuvo tres hijos: Antonio, José e
Isabel... José era el mediano y nació en 1950, al tiempo que terminaron las
cartillas de racionamiento en la posguerra. Comenzó su escolarización hacia
1956, cuando tenía sobre 6 años: de párvulo fue con doña María, y sus maestros
fueron don Gregorio y don Manuel: la escuela estaba en la calle Empedrado,
donde la "Casa del Calabozo". Al salir de la escuela por la tarde dejaba la
cartera y lo primero que hacía en otoño era ir a llenar un saco de hojas de
higuera para los animales, pues tenían ganado y los animales se las comían muy
bien como pienso. Las hojas de higuera caían con las primeras escarchas, las
cogían y las ponían a secar para el invierno. Cuando volvía a su casa, José le
pedía a su madre la merienda: ¡Madre, ya estoy aquí, prepáreme la
merienda...! La madre, solícita, le preguntaba: Hijo, ¿qué quieres para
merendar...? Y José, invariablemente, le contestaba: ¡Una longaniza,
Madre...! –porque al muchacho le gustaban mucho las longanizas-. La señora
Isabel le abría un “canterico” de pan y le ponía una güeña dentro. Entonces el
muchacho, con la merienda en la mano se iba a jugar. Y así todos los días, el
muchacho quería longaniza para merendar, pero la madre le colocaba la güeña,
pues las longanizas las solían guardar para la siega y la trilla: cuando tenían
gente para ayudar en estas duras faenas, a los que había que dar de comer, ¡y
no les iban a dar güeña! Las güeñas se hacían embutiendo carnes de la cabeza
del cerdo, menudillos y otras partes menos nobles, de ahí que tuvieran baja
calidad proteica –en todo caso menos que las longanizas-. Todo fue que las
güeñas se terminaron, y ese día la madre le colocó una longaniza en su lugar.
Cuando José llegó a casa por la noche, después de haber estado toda la tarde
jugando, lo primero que dijo a su madre, fue: ¡Madre, hoy sí que me ha estado
buena la longaniza...! Todo esto se lo contaba la señora Isabel a su hijo
cuando éste ya fue mayor, suspirando de pena, pues recordaba el engaño que -sin
querer- le había hecho a su hijo, al que cada día colocaba para merendar güeña
por longaniza: ¡Me hacía un duelo mi Pepico...! –exclamaba la mujer-.
Pero no crean, ¡también son buenas de comer las güeñas!
Anecdotario rinconademucense, detalle de una casa en Guerrero-Ademuz (Valencia), 2012. |
Antonio Álvaro Cortés (a) el Chavo y Manuel Navarro Gea (a) el Prensa
fueron durante muchos años serenos en Ademuz; ambos eran muy conocidos... Ser sereno
no era cualquier cosa –quiero decir que era una faena dura-, pues pasaban las
noches en vigilia haciendo sus rondas por las calles del pueblo, anunciando las
horas y el tiempo que hacía, con el chuzo en la mano. El sargento del puesto de la Guardia Civil le decía
al señor Antonio: ¡Tío Chavo, vigíleme a los del círculo...! –refiriéndose
a los que se reunían en cada casa para hacer espiritismo, pues entonces en
Ademuz, allá por los años cuarenta y cincuenta, había muchos de estos “círculos”
espiritistas. El señor Antonio sabía dónde se reunían unos y otros, y las
andanzas de cada cual, pero nada decía. De Manuel (a) el Prensa se contaba
que en cierta ocasión, siendo la época de sacar el cubo, iba una noche algo
bebido, de forma que tropezó contra uno de aquellos artilugios donde se
prensaba la brisa. Porque resulta que después de prensar los dejaban allí
varios días en la calle...
Decía que entre lo bebido que iba y la escasa luz de las farolas de las calles por donde andaba, tropezó contra uno de aquellos armatostes y pensando era alguien que le atacaba, sacó su faca y se la clavó a la prensa, de forma que la hoja del cuchillo entro a través de dos tablas, hincándose en la misma brisa: el hombre vio o le pareció ver cómo el cuchillo se le teñía de rojo, lo que le llevó a pensar que había matado a alguien... Pero tarumba como iba llegó hasta su casa a trompicones y la mujer, al verlo, exclamó: ¡Anda cómo vienes, Manuel!, ¿pero qué has hecho...? A lo que el hombre respondió: ¡Mañana se dirá, mujer, mañana se dirá...! –pensando que al día siguiente se descubriría el cadáver del muerto-. Pero no se dijo nada, sólo que había matado una prensa, por lo que desde entonces también se le conoció como Manuel (a) el Mataprensas...
Decía que entre lo bebido que iba y la escasa luz de las farolas de las calles por donde andaba, tropezó contra uno de aquellos armatostes y pensando era alguien que le atacaba, sacó su faca y se la clavó a la prensa, de forma que la hoja del cuchillo entro a través de dos tablas, hincándose en la misma brisa: el hombre vio o le pareció ver cómo el cuchillo se le teñía de rojo, lo que le llevó a pensar que había matado a alguien... Pero tarumba como iba llegó hasta su casa a trompicones y la mujer, al verlo, exclamó: ¡Anda cómo vienes, Manuel!, ¿pero qué has hecho...? A lo que el hombre respondió: ¡Mañana se dirá, mujer, mañana se dirá...! –pensando que al día siguiente se descubriría el cadáver del muerto-. Pero no se dijo nada, sólo que había matado una prensa, por lo que desde entonces también se le conoció como Manuel (a) el Mataprensas...
Anecdotario rinconademucense, vista parcial del caserío de Los Santos-Castielfabib (Valencia), 2012. |
Ramón
–me refiero al señor Ramón Mañas Aguilar- es natural de Los Santos,
aldea de Castielfabib, lugar donde nació un 18 de febrero de 1946: aquel día
cayó una buena nevada... Su padre era sastre y su madre ama de casa, aunque
también trabajaban las tierras que tenían. Ramón era hijo único, pero antes que
él hubo tres hermanos trillizos, que fallecieron siendo bebés: en su casa de
Los Santos todavía hay un baúl con la ropita de sus hermanitos que su madre
guardaba, y que él todavía conserva... Siendo un muchacho como de 12 ó 14 años
fue con su padre a replegar espliego (Lavandula
angustifolia) a la parte de Tóvedas, más allá de El
Colladillo; esto sería en verano, terminadas las labores de la siega, el
acarreo y la trilla. Su madre les preparó comida para los días que pensaban
estar en el monte, cosa del frito y varios panes de estrella, además de una
torta dulce. El pan y la torta la metieron en una taleguita que tenían al efecto,
para conservar mejor el alimento.
Replegar espliego y venderlo al peso para destilarlo fue un trabajo habitual en aquella época, finales de los cincuenta y primeros sesenta, siendo una actividad que servía para completar la economía familiar. Todo fue que antes de llegar al Colladillo, yendo por esa parte de la Hoya Hermosa, el padre vio un frondoso rodal de matas de espliego y no pudo evitar pararse a segarlo. De hecho, hubiera sido una pena desperdiciarlo y nada perdían con detenerse un momento... Ataron el mulo que llevaban en algún arbusto y fueron a recoger las matas, de forma que cuando regresaron vieron que el mulo se había comido todo el pan que llevaban, dejando sólo la torta, que se hallaba en el fondo del talego: Sí, parece que percibió el olorcillo del pan tierno y comenzó a mordisquear el saco, hasta que lo rompió; sólo nos dejó la torta dulce; sí, de aquellas que se hacían con chichorritas y azúcar... –explicaba el señor Ramón-. Toda la semana estuvieron comiendo las carnes del frito sin pan, con un trocito de torta como postre. Cuando llegaron al tajo, el padre subía al monte con la corbella a segar las matas que iba encontrando, formando gavillas y haces con ellas. Se subía a lo más alto de las lomas, pese a la dificultad que tenía para andar, pues era algo cojo, por una malformación que tenía en un pie.
Una vez formados los haces, los cargaba en el mulo y el hijo se ocupaba de llevarlo hasta Tóvedas de Abajo, donde los destiladores lo pesaban, dando al muchacho una nota con el monto de la carga. Así pasaban la semana, un día tras otro, hasta que el espliego se acababa. Luego bajaban a Ademuz a cobrar el importe: a 10 ó 12 céntimos el kilo. La empresa que les compraba el espliego tenía su sede en Castellón, se trataba de Destilería Adrián & Klein: Sí, lo destilaban allí mismo en Tóvedas, mediante unas calderas que tenían... La semana que pasaban en Las Tóvedas era dura, después de estar todo el día trabajando, arriba y abajo con el espliego y los haces, dormían en un corral que había junto a la Casa Grande de la masía: Abajo en la cuadra el animal y nosotros en la planta de arriba, sobre la paja... –comentaba el señor Ramón-.[3] Sin duda que eran otros tiempos...
Replegar espliego y venderlo al peso para destilarlo fue un trabajo habitual en aquella época, finales de los cincuenta y primeros sesenta, siendo una actividad que servía para completar la economía familiar. Todo fue que antes de llegar al Colladillo, yendo por esa parte de la Hoya Hermosa, el padre vio un frondoso rodal de matas de espliego y no pudo evitar pararse a segarlo. De hecho, hubiera sido una pena desperdiciarlo y nada perdían con detenerse un momento... Ataron el mulo que llevaban en algún arbusto y fueron a recoger las matas, de forma que cuando regresaron vieron que el mulo se había comido todo el pan que llevaban, dejando sólo la torta, que se hallaba en el fondo del talego: Sí, parece que percibió el olorcillo del pan tierno y comenzó a mordisquear el saco, hasta que lo rompió; sólo nos dejó la torta dulce; sí, de aquellas que se hacían con chichorritas y azúcar... –explicaba el señor Ramón-. Toda la semana estuvieron comiendo las carnes del frito sin pan, con un trocito de torta como postre. Cuando llegaron al tajo, el padre subía al monte con la corbella a segar las matas que iba encontrando, formando gavillas y haces con ellas. Se subía a lo más alto de las lomas, pese a la dificultad que tenía para andar, pues era algo cojo, por una malformación que tenía en un pie.
Una vez formados los haces, los cargaba en el mulo y el hijo se ocupaba de llevarlo hasta Tóvedas de Abajo, donde los destiladores lo pesaban, dando al muchacho una nota con el monto de la carga. Así pasaban la semana, un día tras otro, hasta que el espliego se acababa. Luego bajaban a Ademuz a cobrar el importe: a 10 ó 12 céntimos el kilo. La empresa que les compraba el espliego tenía su sede en Castellón, se trataba de Destilería Adrián & Klein: Sí, lo destilaban allí mismo en Tóvedas, mediante unas calderas que tenían... La semana que pasaban en Las Tóvedas era dura, después de estar todo el día trabajando, arriba y abajo con el espliego y los haces, dormían en un corral que había junto a la Casa Grande de la masía: Abajo en la cuadra el animal y nosotros en la planta de arriba, sobre la paja... –comentaba el señor Ramón-.[3] Sin duda que eran otros tiempos...
Anecdotario rinconademucense, vista parcial del caserío de Los Santos-Castielfabib (Valencia), con detalle del campanario de la iglesia de San Marcos (2012). |
Anecdotario rinconademucense, vista parcial del caserío de Los Santos-Castielfabib (Valencia), con detalle de una calle que desciende hacia la vega del Ebrón (2012). |
Palabras
finales.
Como se dice en el subtítulo, se trata de una
serie de relatos cortos –entre la anécdota y la historia- referidos al Rincón
de Ademuz... La materia de estos textos procede de las entrevistas mantenidas a
lo largo del tiempo con distintas personas, con motivo de averiguar datos sobre
asuntos concretos: las anécdotas surgieron en el contexto de la conversación,
otras veces al margen.
Como puede verse, hemos expuesto también datos o asuntos
estrictamente históricos, que hacen a investigaciones previas, pero siempre en
relación con las entrevistas de referencia: corroborándolas, ampliándolas,
perfeccionándolas..., incluyendo a veces notas de humor, otras veces de
tragedia. El más dramático de los relatos corresponde quizá al de la niña que
se cayó del solanar y se mató: cuando la madre se ponía a comer, el padre le
colocaba sobre la mesa la ropita ensangrentada de la niña muerta... Esta
historia es tan cierta como todas las demás y tiene nombres y apellidos, pero
hemos preferido omitirlos.
Con todo, las anécdotas aquí recogidas deben
entenderse como lo que son, esto es, relatos de hechos y sucesos unas veces
divertidos, otras veces extraños o curiosos, cuando no circunstanciales o
irrelevantes. Habremos de convenir, sin embargo, que algunos de ellos, pese a
su aparente intrascendencia, pueden contener cierta enseñanza. Vale.
Continúa en:
[1] SÁNCHEZ
GARZÓN, Alfredo (2009). La Guerra Civil española en el Rincón de Ademuz, en Del
paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, vol. III, pp.
143-145. ID. Don Agustín Navarro Zapata (1871-1936), cura párroco de
Henarejos, en la Causa General, en Del paisaje, alma del Rincón de
Ademuz, Valencia, 2011, vol. IV, pp. 69-80. ID.
Don Agustín Navarro Zapata..., en Desde el Rincón de Ademuz, del jueves 8 de marzo de 2012. Cf. Wikipedia, voz Agustín Navarro Zapata.
[2] SÁNCHEZ
GARZÓN, Alfredo (2009). La Guerra Civil española en el Rincón de Ademuz, en Del
paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, vol. III, pp. 136-140. ID. Ayuntamientos,
Juntas Gestoras y Comités constituidos en Ademuz durante la revolución, en Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, 2011, vol. IV, pp. 169-180.
[3] SANCHEZ
GARZÓN, Alfredo. Ramón Mañas Aguilar, natural de Los Santos (Castielfabib) y vecino de Mallorca, en Desde el Rincón de Ademuz, del jueves 30 de agosto de 2012.
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