miércoles, 9 de enero de 2013

OBITUARIO RINCONADEMUCENSE (y II).

Relatos cortos –entre la anécdota y la historia- referidos al Rincón de Ademuz.




Viene de:


Ni vivo ni muerto.
   Siendo yo niño, hubo un vecino en Torrebaja al que llamaban Isidoro López Gómez (a) el de la Muda... Era un hombre más bien alto y seco de carnes, se ceñía la cintura con una faja negra de algodón y usaba boina o gorra. Nada puedo decir de su carácter, pues nunca le traté. No era natural de aquí, vino a la zona como mediero de alguien, algo frecuente entonces. Su familia la componían él, su mujer, que como digo era muda de nacimiento y dos o tres hijos: al pequeño le decían Ángel y era algo menor que yo, aunque amigo del barrio y compañero de juegos... La familia vivía en la calle del Rosario, al lado de la casa de Amalia Martínez, la de Ernesto el Practicante... La época en que tuvo lugar el suceso que pretendo relatar podría establecerse a finales de los años cincuenta, cuando todavía se estaba construyendo la iglesia parroquial de Santa Marina y el Grupo Escolar de la avenida de la Diputación Provincial. 

Tanto en la construcción del templo como de las Escuelas nuevas intervino el pueblo, mediante concejadas: un sistema de cooperación vecinal establecido desde el Ayuntamiento. Si por alguna razón un vecino no podía hacerse cargo de su obligación, debía pagar un jornalero o poner algún animal o vehículo en su lugar. El sistema era bastante justo, aunque siempre cabía alguna arbitrariedad. En cierta ocasión avisaron al señor Isidoro: Isidoro, lleva mañana un carro de grava para la iglesia –le dijo el alguacil, lo era Trinitario Adalid Rodríguez-. Pero el hombre respondió con acritud: ¡Yo a la iglesia no entro..., ni vivo ni muerto! –parece que el hombre no era de iglesia, lo cual nada tiene de censurable-. No hubo ningún problema, pues la grava la llevó para las escuelas. Pasó el tiempo y aunque se habló del asunto aquello quedó como un simple incidente, pues en los pueblos pequeños de entonces, cualquier novedad constituía la comidilla del día.

Calle del Rosario en Torrebaja (Valencia), en su intersección con la de Zaragoza (derecha), donde se produjo en accidente que se narra (2012).

Como decía, pasó el tiempo y sucedió que el señor Isidoro iba un día con su carro por la calle del Rosario, a la altura de la de Zaragoza, cuando salió un gato del callejón del Horno que espantó al macho. Al querer sujetarlo, el animal se encabritó, con tan mala fortuna que arreó hacia delante, empujando al amo contra la esquina de una casa frontera: una vara del carro se le clavó en el pecho, y quedó mal herido. Una vecina que andaba por allí, y que le socorrió en el primer momento, explicaba: Al respirar, el aire le salía por el sobaco... –pues la vara del carro le había entrado por el pecho y salido por la axila-. El hombre murió en pocos minutos, no le valió médico ni curandero: esto fue el 25 de junio de 1960, cuando contaba 48 años. Después de certificada la defunción, la autoridad judicial, esto es, el Juez de Paz -lo era el señor Evaristo Gómez Sánchez (al) el Pito-, mandó llevarlo al depósito del cementerio municipal de Los Llanos, allí le practicaron la autopsia; y después de la autopsia lo enterraron. La gente, acordándose de su negativa a llevar grava para la iglesia, decía: El pobre Isidoro ha cumplido su palabra, ¡ni vivo ni muerto ha entrado en la iglesia! –pues por alguna razón que desconozco, no se le hizo misa de corpore insepulto en la iglesia, como era lo habitual; quizá sólo un expedito responso al pie de la fosa-. Su Acta de Defunción, dice:
  • En Torrebaja provincia de Valencia, diócesis de/ Segorbe y día veintiseis de Junio de mil novecien-/ tos sesenta: Yo D. Pedro Manuel Miguel Benedicto./ mandé dar sepultura eclesiástica en este cemen-/ terio municipal, con permiso del M.I.Sr. Juez de/ Instrucción del distrito, al cadaver de Isidoro/ Lopez Gomez, de cuarenta y seis años de edad/ que falleció en esta el dia anterior a consecuen-/ cia de accidente. Era consorte de María Martinez Lopez, era natural de Arroyo Cerezo anejo/ de Castiel-Fabib (Valencia). Recibió los St. Sacra-/ mentos de Penitencia y S. uncion. Su entierro fué/ ordinario. Para que conste lo firmo. Pedro M.Miguel.


Por lo que vemos, el finado era natural de Arroyo Cerezo, aldea de Castielfabib. Según el registro, hay una diferencia de dos años con la que aparece en la lápida de su tumba, y sí que tuvo entierro, siendo este ordinario. El documento nos dice también el nombre de la esposa, señora María Martínez López... El mismo día del accidente, y hasta algún tiempo después, los niños íbamos a la esquina de la casa de Leoncio el de María –la hija de Roque el Manzanero-, donde el pobre Isidoro había sufrido el accidente, para ver la sangre que había en la pared: señalábamos la mancha sin tocarla, con una mezcla de asombro y pavor. La familia del muerto estuvo unos años más en Torrebaja, y finalmente desapareció. Al menos yo nunca más volví a saber de ellos. Pero muchas veces me he acordado del señor Isidoro, de la esposa muda y de sus hijos... ¡Valgan estas palabras en su memoria!

Etela funeraria en el Cementerio Municipal de Torrebaja (Valencia), correspondiente al señor Isidoro López Gómez, fallecido en accidente el 25 de junio de 1960, a los 48 años (2013).
            

Hubo otro vecino en Torrebaja, de esos que van a la suya, a los que no les importan las cuestiones de los demás, ni por compromiso... Este hombre cogía una corbella y con un saco al hombro se marchaba todos los días al campo. Yo le conocí ya de mayor, era de alta estatura, callado y huraño; al menos es así como le recuerdo. Nunca se le vio en ningún entierro, ni en las misas de difuntos ni en los responsos. Un día le llegó la hora de morir y se murió, lo cual nada tiene de extraordinario. En estos casos lo propio es que se amortaje al muerto: por suerte, siempre ha habido en estos pueblos alguien dispuesto a ello, y ¡menos mal, pues esto de amortajar no es plato agradable!, aunque hay gente para todo. Decía que lo amortajaron y lo pusieron en su féretro, para el velatorio en su casa. En el velorio de aquel hombre, además de los familiares, apenas hubo dos o tres abuelas del vecindario, y casi por encargo. Pero esto carece de importancia, pues el problema surgió a la hora de llevar el féretro a la iglesia, que no había nadie, ningún hombre que lo llevara cuando se presentó el cura con el crucero y el monaguillo con el acetre. De ahí que los familiares tuvieran que ir a casa de algunos vecinos para pedir ayuda. Uno de los que ayudó a llevar el cajón fue el tío Román (a) el Tatá –me refiero al señor Román Gea Sánchez (1890-1973)-: Sí, vino la familia y me pidió si mi marido podía ir a llevar el cajón; él era muy buen hombre y no supo negarse... –eso me contó su esposa, la señora Antonia Tortajada Luis (1896-1987); aunque de esto hace ya muchos años-. Hoy día es distinto, ya no se plantean estos problemas, porque los de la funeraria se ocupan de todo, incluso de la mortaja... Pero siempre va bien recordar lo sucedido, como aviso para navegantes: pues todos vamos por el mismo camino y tarde o temprano nos encontraremos –al menos eso decían antaño los arrieros-.


Vista interior del Cementerio Parroquial de Ademuz (Valencia), 2012.
            
Hace unos días estuve en el cementerio parroquial de Ademuz (Valencia) y vi la lápida de Sara Hernández Yuste (1987-2004); Sara era una adolescente, tenía 17 años cuando falleció... Iba paseando con unas amigas y fue atropellada por un coche que circulaba a velocidad excesiva –en todo caso, inadecuada- por la avenida de Valencia, frente a la sucursal de Bancaja-Bankia en Ademuz: esto fue el 15 de mayo de 2004...[8] Han pasado ya nueve años; de estar viva, pronto sería una mujer 26 años. Posiblemente tendría novio o estaría casada, incluso es posible que tuviera algún hijo. Lo más probable es que hubiera estudiado, tal vez sería una profesional en su campo o trabajaría de lo que fuera; nunca lo sabremos, pues aquel circunstancial encuentro con la muerte le arrebató el ser y su imagen quedó hasta la eternidad detenida en el tiempo.

Mis hijos eran compañeros suyos, la trataban desde la escuela y en el instituto, y cuando sucedió aquello se vieron muy afectados; imagino que como cualquiera de sus amigos y conocidos de Ademuz, pues fue la primera persona joven que vieron desaparecer de su vida, constituyendo una de sus iniciales experiencias de muerte. Muchas veces hemos hablado de ella en las sobremesas que hacemos en casa, su comentario es siempre triste y apenado, porque no comprenden que aquello pudiera ser así. Aunque sabemos que la muerte no descansa, ni se detiene ante los jóvenes ni ante los niños, porque para la muerte no hay edad, ni sexo, ni condición social: la hermana muerte hace su trabajo y nadie ni nada puede detenerla indefinidamente -morir habemus, fratres-; tarde o temprano a todos alcanza...

La tumba de Sara se halla en el extremo izquierdo de los nichos que hay bajo los soportales del fondo, frente a la entrada principal del cementerio. Sabía que sus restos estaban allí, porque estuve en su entierro; por eso me acerque para ver su lápida. Voy con frecuencia a los cementerios, conozco bastante bien los del Rincón de Ademuz, ya que como documentalista he tenido que visitarlos muchas veces. Pero lo hago también como ejercicio de acatamiento y respeto, pues sé que tarde o temprano todos acabaremos allí o en un lugar semejante; sólo es cuestión de tiempo...

La lápida de Sara es de mármol gris-oscuro, y su iconografía responde al tipo que yo clasifico como “espiritual”, basada en un corazón sangrante rodeado de una corona de espinas, sobre el que hay dos manos abiertas que sueltan una paloma blanca, con un ramito de olivo en el pico. En la parte inferior izquierda de la placa hay un angelito de rizos dorados... La iconografía de una lápida responde a las creencias e ideas de cada familia o a las del difunto. En este caso vemos ausencia de símbolos estrictamente religiosos, aunque con implicaciones espirituales. El corazón sangrante y las espinas señalan a los sentimientos, al dolor y al sufrimiento, mientras que las manos abiertas soltando una paloma aluden a la esperanza bíblica, toda vez que se trata de la paloma que arribó al arca de Noé tras el diluvio... Por lo demás, el ángel del ángulo inferior nos dice también del mundo espiritual, pues los ángeles son seres inmateriales o espirituales, a los que se les adjudica una función protectora –ángel de la Guarda o Custodio- y de comunicación con Dios.[9]

Obituario rinconademucense, lápida correspondiente a Sara Hernández Yuste (1987-2004) en el Cementerio Parroquial de Ademuz (Valencia), 2012.
            
En el margen derecha de la lápida hay una inscripción, encabezada por una fotografía ovalada de Sara, luce cabello oscuro y liso, con cuello blanco. En la inscripción de la placa se lee:

Sara
Hernández Yuste
+ 15.5.2004
a los 17 años
D.E.P.
Estarás siempre en
nuestro corazón.

En el extremo derecho luce un búcaro con flores. Se trata de una lápida común, como otras muchas de las existentes en cualquier camposanto local. Lo más llamativo, sin embargo, es una estela votiva -en tanto promesa de amistad y recuerdo de las que fueron las mejores compañeras de la difunta: Ana y Sarika- del mismo estilo y color que la lápida del nicho, la cual puede verse en una de las columnas del soportal. En su extremo superior izquierdo, la estela posee un relieve con la figura de otra paloma de la paz: alas extendidas y ramita de olivo en el pico, y una emotiva leyenda:

SARA HERNÁNDEZ YUSTE

De la noche a la mañana se te fue la vida.
De la noche a la mañana nos quedamos sin amiga.
Nos dejaste solas, tristes, y hundidas,
sin consuelo y alegría.
Pero nos queda el recuerdo de tus palabras
de tu sonrisa, de tantos momentos buenos
que has tenido en la vida.
Siempre te recordaremos como una persona
llena de bondad y alegría.
¡Gracias por ser tan buena amiga!
Y aunque el destino nos ha separado,
en nuestra mente y en nuestro corazón
siempre seremos: Ana, Sara y Sarika.
Tus amigas que te quieren mucho y no te olvidan:
Sarika y Ana.


De la afectuosa composición, lo más notable es -a mi entender- ese sentido de presente intemporal o continuado que condensa la última estrofa: “Tus amigas que te quieren mucho y no te olvidan: Sarika y Ana” –no dice que la quisieron, sino que la quieren y la tienen presente-: Descansa en paz Sara y allá donde te encuentres, ruega por nosotros... -en tanto esperamos nuestro Dies irae, momento en que todos seremos juzgados-.

Obituario rinconademucense, estela votiva en recuerdo a Sara Hernández Yuste (1987-2004), en el Cementerio Parroquial de Ademuz (Valencia), 2012.

Obituario rinconademucense, lápida correspondiente a Elisabet Gómez Montesinos (1981-2011) en el Cementerio Municipal de Torrebaja (Valencia), 2012.

Visitando el cementerio municipal de Torrebaja encontré la tumba de Elisabet Hernández Montesinos (1981-2011). Elisabet tenía 30 años y estaba a punto de casarse o era recién casada cuando enfermó, y meses después falleció... Vivía en Barcelona, y sus padres sólo tenían esta hija. Por parte de madre descendía de Torrebaja (Valencia), pues era nieta de Ángel Montesinos Blasco (a) el Carlas (1921-1995). Sus restos mortales se hallan en un nicho de la parte occidental del camposanto y luce una lápida con su foto grabada a la izquierda y una imagen del Sagrado Corazón en la parte superior. La inscripción dice:


Elisabet
Hernández Montesinos
*14-06-1981 +04-12-2011
Tu sonrisa, amor y bondad
siempre estará con tus padres
marido, familia y amigos.


El epígrafe recoge los datos personales de una mujer fallecida en plena juventud, según sabemos victima de la enfermedad: decíamos al comienzo que la muerte no para, ni respeta edad, sexo ni condición... En el hueco del nicho inferior, sobre una plataforma de madera y rodeada de flores hay un cuadrito de plástico que contiene una fotografía de la difunta con un texto a modo de carta, en el que la madre se dirige a la hija:

Elisabet casi un año sin tu presencia. Sin lugar a dudas, el peor año de mi vida.//
Es tan duro levantarse cada mañana, sabiendo que no sentiré tus/ abrazos, tus besos que no escucharé tu voz, tu risa, tu llanto, tus quejas/ y sobre todo mi frase preferida: MAMI, ¡CUÁNTO TE QUIERO!// Ninguna persona que no haya perdido un hijo puede saber lo que/ siente una mamá al perder a su hijo/a.// Parece que todo acaba con su muerte, se van todas las ilusiones, esperanzas, proyectos, etc., y sólo nos queda llanto, soledad, tristeza, vacío, rabia; y para los creyentes/ pensar que un día nos volveremos a ver./ Le doy Gracias a Dios por haberme dado una hija como tú, por/ haberme dejado estar y disfrutar 30 años a tu lado con sus/ momentos buenos, regulares y malos, pero a tu lado./ Qué cortos se hicieron!// Siempre pensé que sería toda la vida (pero no fue así)./ Pero en esos treinta años hay tantos recuerdos que con ellos/ viviré el resto de mi vida.// Sólo decirte una vez más, lo que te dije millones de veces./ TE QUIERO MUCHO, HIJA MÍA y por favor, ayúdame/ a salir adelante como tú me dijiste./ Gracias a todos los que la quisisteis y la recordáis con cariño. MAMI.


Decía que se trata de una carta, mediante la cual la madre se comunica con la hija muerta -aunque viva en su conciencia-, haciéndola partícipe de su dolor, pero sin olvidar que su recuerdo incluye también los momentos buenos que ambas vivieron. La palabra clave del texto de referencia es AMOR, amor con mayúscula, que en la madre se transforma en confianza, para “pensar que un día nos volveremos a ver”; fuera del tiempo y el espacio, pero con la misma carne, aunque nadie sepa explicar cómo pueda ser eso. ¡Pero nada hay imposible para Dios! La madre tiene la certeza de que será así –que los cuerpos resucitarán al final de los tiempos, como dice el Credo cristiano-: dicha certidumbre se la confiere la fe. Ya lo decían los grandes pensadores medievales -entre los que hallamos a Tomás de Aquino (orden de predicadores), Guillermo de Ockham (orden franciscana) y Raimundo Lulio (próximo a los franciscanos)-:
  • <La fe es la única dimensión capaz de proporcionar a los seres humanos certeza absoluta; todas las demás disciplinas del saber proporcionan evidencias que, si pueden considerarse ciertas cuando se procede con rigor, son también revisables en la medida en que se produzcan nuevos descubrimientos>[10]
Obituario rinconademucense, estela votiva correspondiente a Elisabet Gómez Montesinos (1981-2011) en el Cementerio Municipal de Torrebaja (Valencia), 2012.


Lo más sorprendente de la cita es, no obstante, constatar la proximidad del pensamiento científico actual con la afirmación de los maestros medievales, cuyo punto de encuentro es precisamente la conciencia de que todo conocimiento científico es provisional y revisable. Porque sólo la fe suministra evidencia absoluta, alumbrando de paso a la razón. Porque fe y razón no son instrumentos contradictorios, sino complementarios en la búsqueda de la verdad. Volviendo a la carta de referencia vemos que la madre, pese a su fe, desconfía de sus propias fuerzas, lo que la lleva a pedir a su hija: “por favor, ayúdame/ a salir adelante como tú me dijiste”. Se trata de un pensamiento transido de sufrimiento, aunque pleno de esperanza, a la vez que enteramente humano: pues ella confía en que su hija muerta le dará fuerzas para continuar la lucha de la vida, mientras espera el momento de volverla a ver y abrazar. La manifestación de ese deseo en los que han amado, de volver a ver y abrazar a los seres queridos hará crujir al mundo de no consumarse; y en su infinita bondad, Dios no podrá resistirse a satisfacer esa aspiración tan humana -del hombre y de la Humanidad-. Ya que somos sus criaturas y nos quiere: Deus caritas est... De no ser así es que Dios no existe; y de existir y no materializar ese profundo anhelo en los mortales, es que no es compasivo, ni bueno… Porque no podemos aceptar como un mero accidente circunstancial y aleatorio el sufrimiento que la pérdida de seres queridos ha provocado en el hombre a lo largo de la historia; ni el dolor sin sentido.

De la misma forma que es preciso un Juicio Final, donde el ser humano vea, ¡por fin!, saciada su ansia de justicia. Pues en un acto de suprema ecuanimidad, la maldad debe ser sancionada y la bondad recompensada: de lo contrario nada tendría sentido... Estoy convencido de la existencia de Dios -del Dios cristiano, personal y cercano-; y de que aun sin entender sus designios, “Dios no juega a los dados”, ni con el hombre ni con su creación –Albert Einstein, dixit. Pero todo esto no es prueba de nada; sólo la manifestación de  un profundo deseo... Pues, en última instancia, no existe argumento definitivo -de primera causa, moral, cosmológico, teológico, hipótesis de Omphalos...-; cada cuál debe elegir lo que quiere ser: ateo, creyente, agnóstico, indiferente, con la única exigencia de que sea ético, esto es, que ajuste el comportamiento a su creencia y se atenga a las consecuencias.


Obituario rinconademucense, soneto en el Cementerio Municipal de Torrebaja (Valencia), obra de Ricardo Fombuena Vidal, el poeta del Rincón de Ademuz por excelencia.

Palabras finales.
La serie de relatos incluidos en la entrada, entre los que hallamos algunos anecdóticos, otros testimoniales y también descriptivos, constituye una muestra de lo que puede ser otra forma de acercarse al conocimiento del pasado. Pues las anécdotas son a la historia lo que el eco a las palabras. Por supuesto, una forma no reglada ni estrictamente científica o historiográfica, pero sí circunspecta, prudente y rigurosa.

Contra lo que podría suponerse, la composición del artículo ha sido una labor lenta, producto de una investigación trabajosa, basada en escuchar conversaciones y transcribirlas, para buscar después los nombres de los personajes que se nombran o intervienen en cada relato, y situarlos en su contexto físico y temporal. Hay relatores a los que da gusto oír, no sólo están dotados de forma natural para contar historietas, sino que tienen además buena memoria y recuerdan nombres, fechas y lugares. Este tipo de informantes son los más agradecidos, por el contrario de los que saben poco y todo lo embarullan. Pero cada cuál es como es, aunque de todos puede extraerse algo aprovechable. Lo más curioso, sin embargo, es que entre varios de estos últimos puede conseguirse a veces el mejor relato, en tanto ofrecen puntos de vista distintos, aunque confluentes. En última instancia, historias como las relatadas existen en todas partes -fuera y dentro de nuestra comarca-; para conocerlas basta observar y hablar con la gente.

Las citas al pie de página informan al lector de la base bibliográfica que poseen algunos pasajes, varios de ellos están fundados en testimonios que el autor ha convertido en simple relato. Por lo demás, mi intención ha sido la de describir la verdad de lo que he observado, me han contado o he averiguado, y siguiendo el consejo del sabio he procurado hacerlo con veracidad, sencillez y ternura antes que con elegancia. Vale.




[8] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. A Sara Hernández Luz, in memoriam, periódico bimestral de información comarcal Rincón de Ademuz, número 11, junio-julio 2004, p. 3. ID. A Sara Hernández Yuste, in memoriam, en: Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, 2007, vol. I, pp. 209-210.
[9] <Un ángel es un ser inmaterial o espiritual presente en algunas religiones cuyos deberes son asistir y servir a Dios. Los ángeles son a menudo representados como mensajeros de Dios en la Biblia hebrea, Biblias cristianas y el Corán. Según las tres principales religiones monoteístas, los ángeles además actúan como mensajeros, ejecutando los juicios de Dios y sirviendo a los creyentes. Desde este punto de vista, los ángeles son normalmente considerados como criaturas de gran pureza destinadas en muchos casos a la protección de los seres humanos. En este sentido, en el cristianismo, se habla del ángel de la guarda o custodio, que sería aquel que Dios tiene señalado a cada persona para protegerla>. Cf. Wikipedia, voz Ángel.
[10] SUÁREZ, Luis (2008). La construcción de la cristiandad europea, Colección HomoLegens, Barcelona, p. 290.

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