Conversación –evocaciones y
remembranzas- con un ademucero afincado en Torrebaja.
“Yo he estado muy a
gusto en la Guardia Civil y
he sido feliz con mi
trabajo, por mi carácter;
pero también he padecido mucho...”
-Del contenido de la entrevista-.
Palabras previas.
El
cronista es consciente de que toda vida, toda historia que no se escribe
deviene en olvido o en apariencia, esto es, en nada o en algo que parece pero
no es. Es por ello que me gusta dejar por escrito mis observaciones y –aunque
estas carezcan de trascendencia en el contexto general- son mis
consideraciones, cuya calidad procede habitualmente más de lo observado que del
observador.
Cuando
me planteé la posibilidad de entrevistar a gente del Rincón de Ademuz para este
blog, lo hice pensando en preguntar y averiguar acerca de la vida y hechos de
personas vinculadas a nuestra comarca: incluyendo a individuos de todo tipo y
condición. Pero si he de serles sincero –digamos franco y veraz, en la medida
en que uno puede serlo- las personas que realmente me interesan, mis
preferidas, son las sencillas y comunes, antes que las afamadas y superiores; y esto porque
creo son aquellas las que se hallan más próximas a la cotidianeidad, a la realidad
de cada día. Ello no significa que relegue a las demás, me refiero a las
acreditadas -escritores, artistas y profesores universitarios o del mundo
científico relacionados con la zona, que los hay-; entre otras razones porque
éstas no se hallan a mi alcance, y suelen ser más arrogantes y pretenciosas.
El señor Agustín Chicharro Navarro (Ademuz, 1944), durante la entrevista. |
Contenido
de la conversación.
Siguiendo
el planteamiento formulado en la introducción, decidí entrevistar a mi vecino
Agustín –me refiero al señor Agustín Chicharro Navarro (Ademuz, 1944)-,
un ademucero afincado en Torrebaja, guardia civil jubilado. Conozco al señor
Agustín desde hace unos años, ya que como digo somos vecinos, ambos vivimos en
Torrebaja y frecuentamos la parroquia; pero nos conocemos poco. Sabía que
estaba casado con una chica del pueblo, que tiene dos hijos y que hasta su
jubilación perteneció a la Benemérita. Pero nunca había hablado con él más de
unos pocos minutos, y siempre de asuntos intrascendentes: ¡hola, qué tal, hace
buen tiempo...!, y poco más. Por otra parte, pese a su extensa hoja de servicios -unos 25 años sólo en Teruel-,
nunca le he visto uniformado ni con tricornio.
Lo
cierto, sin embargo, es que Agustín había leído algún escrito mío y sabía de mi
gusto por las anécdotas y los hechos curiosos. Hace unas semanas se me acercó y
me dijo: Alfredo, cuando tengas un momento quisiera contarte algunas
anécdotas de mi familia... –estupendo, contesté. Y quedamos para vernos
una tarde, tomar algo y charlar. La actual entrevista es el resultado de
aquella primera conversación, y de otra posterior que yo le solicité, para
ampliar y completar la primera. Las conversaciones objeto de la entrevista tuvieron lugar en el vestíbulo de mi casa en Torrebaja (Valencia), y fueron del tenor siguiente:
Vista general de Ademuz (Valencia), desde el cerro de Horca (2006). |
Agustín,
¿cuándo naciste, quiénes fueron tus padres, tienes hermanos...?
- Mi nombre es Agustín Chicharro Navarro y soy de Ademuz, nací en 1944 y soy hijo de Antonio Chicharro Aparicio y de Agustina Navarro Gea, ambos de Ademuz… Mis padres se casaron en la Ermita de San Joaquín: Somos tres hermanos, Antonio y yo mellizos: yo nací el 13 de septiembre y él al día siguiente. Sí, dos días estuvo mi madre de parto... Después vino Francisco –en 1957- con el que nos llevamos trece años. Tuvimos mala suerte, porque al año siguiente de nacer Paco mi padre murió; sí, falleció de maltas… Teníamos unas cabras y bebíamos leche de ellas, debió contagiarse con los animales. Estas fiebres eran malas de curar entonces. Al principio de enfermar mejoró un poco y un día fuimos a una tierra que teníamos yendo hacia Casas Altas, nos pilló una tormenta, nos mojamos, él recayó de la enfermedad y ya no se recuperó. Esto fue por octubre (de 1958) y estuvo más de veinte días enfermo en casa, pero ya te digo que tuvo mala suerte. Si lo hubieran llevado al hospital tal vez se hubiera salvado… La familia de mi padre parece que tenía más posibles que la de mi madre, nada, poca cosa más. Pero el abuelo Fermín Chicharro, el padre de mi padre poseía una finca de regadío en El Soto con frutales, varias paradas de monte, con almendros y viña, por eso parece que era más riquito que la rama de mi madre, que no tenían nada, apenas dos tablas de secano y un burrote. Del abuelo Fermín sólo sé que era muy trabajador, entonces todo se hacía cavando, todo basado en la azada... Antaño se miraba mucho eso de la posición; pero aunque a mi abuelo Fermín no le venía bien, mis padres se casaron porque se querían... La familia de mi padre también tenía apodo, al abuelo le llamaban Fermín el Mediarroba.
Resulta
curiosa la mención que se hace de la Ermita de San Joaquín como el lugar donde
se casaron los padres del entrevistado, seguramente porque la iglesia
arciprestal -San Pedro y San Pablo- se halla en ruinas o
reconstruyéndose por causa de la devastación sufrida durante la revolución y
Guerra Civil (1936-39).[1]
Detalle de la portada de la ermita de san Joaquín en Ademuz (Valencia), donde se casaron los padres del señor Agustín Chicharro Navarro, antes de su restauración (1999). |
¿Qué
recuerdos tienes de esa época primera de tu vida?
- Recuerdo que entonces estaba aquí de médico don Felipe [Navarro Sáez], que por aquellos días se había marchado para casarse. Su padre, que también había sido médico, ya era mayor y no podía subir a ver a mi padre. Así que una vez al día mandaba al practicante, que le ponía una inyección y esa era toda la atención médica que recibía... Por esa misma época se mató Bayo, un militar natural de Villel que estaba casado con Maruja [Navarro Sáez], una hija de don Felipe Navarro Ruescas. Sí, parece que se estrelló en un avión por esa parte de Buendía, entre Cuenca y Guadalajara; con Bayo iba también uno de los Farriates de aquí; los dos se mataron… El practicante nos decía que había que levantar a mi padre, pero él apenas podía tenerse derecho. Mi madre fregaba suelos en varias casas del pueblo, iba a la farmacia y alguna otra. Recuerdo a mi pobre padre al lado de la lumbre, tapado con una manta, pues en nuestra casa hacía frío. Yo me quedaba a cuidarle… Una tarde –esto fue dos o tres días antes de morirse- le cogieron unas tembladeras que le castañeaban los dientes y no podía parar, yo le lleve como pude a la cama y le acosté, pero no paraba de temblar, me asusté mucho… Por eso me tumbé con él y le abracé para darle calor, hasta que se fue calmando; pero tuvo un rato bien malo… Después ya vino mi madre y le haría algo, no sé, pero a los pocos días murió: dijeron si de pulmonía… Cuando murió, mi padre tenía 43 años y mi madre 38 años, se quedó sola con nosotros tres: Antonio y yo de 13 años y Paco con un añico, en cuanto se iba solo… Aunque comíamos todos los días, pasamos necesidad... Recuerdo que a todas horas tenía hambre, y a la hora de comer nunca me quedaba harto... Siendo de 15 años, mi madre me mandaba a comprar tocino a la tienda: Era un tocino grueso, como de diez centímetros, salado, creo que lo traían de Argentina: Yo me lo comía crudo y me estaba tan rico... Ese mismo tocino se freía para sacar la manteca de guisar, pero yo me lo comía solo con pan.
En
este párrafo se nombra a un tal Bayo –se refiere a don Ezequiel Bayo Izquierdo
de Villel (Teruel), comandante de aviación, casado con la señora Mª Isabel Navarro Sáez, hija de don Felipe Navarro Ruescas y de la señora Encarnación Sáez: éste don Felipe era hijo de don Felipe Navarro Artigot y de Isabel Ruescas González. El accidente tuvo lugar
en las proximidades del pantano de Buendía (Cuenca), en la linde con
Guadalajara -el 5 de octubre de 1958-, durante las fiestas de la Virgen del
Rosario; falleció también un soldado de Ademuz que estaba haciendo el servicio
militar, el mozo Vicente Andrés Garrido (a) Farriate, de 21 años; el sargento mecánico
Antonio Giró Casanova, el sargento de radio Francisco Aragón Colina, el
teniente coronel don Mauricio Ramos Simó y don Joaquín Torán Marcos, Presidente
de la Diputación Provincial de Teruel.[2]
Detalle de corral y descubierto en una calle de Ademuz (Valencia), 2006. |
¿Qué
recuerdas de tu padre, contaba algo de la vida de su familia?
- De mi padre tengo pocos recuerdos, contaba que cuando empezó la guerra él estaba haciendo la mili y le tocó con los nacionales, estuvo por esa parte de Burgos: Pero no, no contaba nada especial que yo recuerde, tampoco sé lo que pensaba de política, porque yo entonces era un niño... De la guerra se trajo una careta antigás de goma que llevaba unos anteojos de cristal y un tubo para respirar debajo... Sí recuerdo que todos los años se iba a Aragón para la siega... Pasaba muchas penalidades y al final traía tres o cuatro billetes de veinte duros. Sí, trescientas o cuatrocientas pesetas por cuarenta días de trabajo … Iban en cuadrillas y se llevaban los burros para cargar cosa de comida y la ropa… Con la reata de burros iban uno o dos, los demás cogían el tren o el autobús desde Teruel. Aprovechaban la estancia para que los burros comieran bien, después volvían con unos lomos que para qué de gordos: Pero a los pocos días de estar aquí se quedaban otra vez como lienzos… Entonces había muchos burros en Ademuz, recuerdo que mi padre nos mandaba a mi hermano y a mí a recoger boñigos por las calles. Claro, íbamos con un capazo de esparto y una escoba y los recogíamos como abono… Nos gustaba coger los boñigos recién cagados, porque estaban más calientes; los del día anterior estaban helados, por la escarcha… Las calles del pueblo y los caminos del campo estaban entonces bien limpios. Los boñigos los echábamos en una poza que teníamos, donde poníamos el estiércol para que se hiciera el abono. Entonces la mayoría de la gente del pueblo hacía sus necesidades en las cuadras, donde los animales; así se hacía el estiércol...
Sigue diciendo:
- Hace poco tiempo estuve en Ademuz y fui a ver la casa donde nací… La casa está en la calle Cruces, por debajo del cementerio, la casucha está medio hundida y al verla de nuevo pensé: ¿Es posible que yo naciera aquí?, porque parecía una cueva… A los pocos días de nacer nosotros, la familia se bajó a la calle del Horno, una que tiene un arco antiguo, junto al horno de pan cocer; allí vivimos unos cuantos años, hasta la muerte de mi padre... Cuando murió mi padre, a mi hermano Antonio se lo bajaron los abuelos maternos –Agustín y Nazaria-; Paco y yo nos quedamos con mi madre. Claro, se lo bajaron para criarlo, porque aquello fue poco después de la guerra y había mucha necesidad; entonces mi tía Emilia, la menor de los hermanos de mi madre, todavía vivía con los abuelos. Mis abuelos eran horneros y tendrían algo más que nosotros, el caso es que se bajaron a Antonio y lo tenían allí en el horno: Lo ataban con una cuerda y le daban un trozo de pan para que rosigara, así lo tenían entretenido… Tenía tanta hambre que se agarraba a la ubre de una cabra que tenían los abuelos… Un día hicieron de comer patatas con arroz y algo de bacalao, pero en un descuido de la abuela, Antonio se quitó un calcetín cagado que llevaba y lo echó dentro del puchero. Entonces comían todos directamente de la cazuela, sin platos; y a la hora de repartir el bacalao empezaron a tirar los tres, los abuelos y mi tía Emilia, y el bacalao no se partía. Lo sacaron de la olla y vieron que era el calcetín de Antonio… Total que aunque el guiso les había estado bien bueno, empezaron todos a vomitar, cada uno por su lado…
¿Siempre
vivisteis en la misma zona de Ademuz?
- No, cuando murió mi padre nos mudamos de casa, porque aquella se nos caía encima: Nos trasladamos a otra más pequeña que había una calle más abajo; por aquella casa pagábamos cuarenta duros anuales de alquiler. Allí estuvimos un par de años y nos mudamos de nuevo a una casucha que compró mi madre por El Solano –era casa y pajar-: aquella casa le costó seis mil pesetas, pero no me quiero ni acordar... Hace unos años hubo un desprendimiento en el cerro del castillo y se está hundiendo...
Detalle de un ladrillo de cerámica nombrando una popular calle de Ademuz (Valencia), 2006. |
¿Qué sabes de la familia de tu
madre?
- Mis abuelos maternos –Agustín Navarro y Nazaria Gea- tuvieron varios hijos: Manuel, Agustina, Ignacio y Emilia Navarro Gea, la pequeña. Agustina era mi madre... Cuando Emilia tenía sobre 22-23 años se marchó a servir a Barcelona… Contaba que cuando llegó a la ciudad, al salir de la estación vio que había gente vendiendo periódicos, y gritaban: ¡Ha salido la prensa, la prensa…, ha salido la prensa…! -y ella, como en Ademuz le decían a su familia “los Prensa”, se lo tomó por lo personal, y pensó: ¡Vaya, acabo de llegar y ya me conocen…! Ya sabes, en Ademuz todos tienen su mote... Sí, a la familia de mi madre les llamaban “los Prensa”, por el abuelo Agustín...
¿Sabes
de dónde le viene a tu familia el apodo?
- Resulta que antaño en Ademuz se cultivaba mucha viña y se hacía mucho vino. Claro, por eso había muchos cubos... Sacaban las prensas a la calle y allí prensaban; esto después de sacar el cubo. A este abuelo mío le gustaba beber, y siempre llevaba en la faja una navaja... Una noche iba medio achispado y entre la bebida y la poca luz que habría en la calle se topó con una de estas prensas. Pensando era alguien que le había golpeado, como no respondiera a lo que le dijera sacó la navaja y se la clavó, de forma que la hoja le entró al artilugio entre dos tablas, quedando allí clavada en la brisa... Las manos se le mancharon y pensando era sangre echó a correr, razonaría que había matado a alguien. Como pudo llegó a su casa y mi abuela Nazaria, al verle tan alterado, le preguntó: ¿Qué te pasa Agustín, que te pasa...? El abuelo le contestó que había matado a una persona. Espantada, la abuela indagó: ¿A quién has matado, Agustín, a quién...? El abuelo contestó: ¡Mañana se dirá, mañana se dirá...! –y se acostó-. A la mañana siguiente, nada más levantarse, el abuelo salió a la calle, y como no viera movimiento de gente se quedó sorprendido. Fue a donde había ocurrido el percance y vio allí la prensa en medio de la calle, con la navaja clavada... Así que se acercó, la cogió y se la guardó: Pero debió contar lo sucedido, porque desde entonces le llamaron el Mataprensas y de ahí el Prensa; con ese apodo conocen a mi familia en Ademuz...
Antigua casa de Ademuz (Valencia), 1999. |
El
relato acerca del origen del apodo familiar materno del entrevistado puede
contrastarse con otro similar, en este caso referido al señor Manuel Navarro
Gea (a) el Prensa, hijo de Agustín y Nazaria, que fue sereno en Ademuz.[3]
Y continúa:
- Sí, mi abuelo Agustín Navarro, el padre de mi madre era algo bruto... Un día de verano, volviendo del monte se amorró a beber en una fuente, aunque el agua estaba muy fría. El caso fue que llegó a casa con carraspera, pensando que una sanguijuela se la había agarrado al gaznate... Se lo dijo a la abuela, la abuela le miró y no le vio nada. Pero él continuaba con la carraspera y debió inflamársele la garganta. El caso es que no hacía más que meterse los dedos en la boca, intentando desprender la sanguijuela que él creía tener apegada. Tanto insistió que acabó amarrándose la campanilla, dio un tirón y se la arrancó, y empezó a sangrar por la boca como un gorrino... Así se quedó tranquilo. Pero ya te digo, era muy bruto… Murió de cáncer de próstata y como no podía orinar se bajaba al corral y con ayuda de un alambre y aceite del candil, se sondaba; así meaba el pobre…
Y
de la escuela, ¿qué puedes decirme, porque irías a la escuela...?
- Sí, claro que fui a la escuela, aunque la aproveché poco… En mi tiempo había varias escuelas: En la planta de arriba del Ayuntamiento había dos aulas con niñas; la secretaría estaba abajo, daba a la plaza. Detrás del Ayuntamiento, en la Casa del Calabozo también había una escuela; allí estuvo de maestro don Gregorio, natural de Casas Bajas. Otra estaba en un edificio que había a la izquierda, según se sale de la plaza hacia El Solano. Allí había dos aulas más, una de mayores arriba y la de párvulos abajo. Yo fui con don Pedro, un maestro de la familia Férriz; la escuela estaba en un edificio particular, donde La Cabaña, y creo que había otra por el centro del pueblo… Pero ya te digo que fui poco, porque desde antes de morir mi padre solo iba por las mañanas, ya que por la tarde tenía que llevar a pastar una oveja y una cabra que teníamos. Me mandaban y tenía que ir a pacer los animales... Me fastidiaba, porque por las tardes daban un buen trozo de queso amarillo para merendar que me gustaba mucho -me lo comía con un trozo de pan que traía de casa-; pero por ir con los animales no podía recogerlo. ¿Por dónde pastoreaba?, pues por la parte de El Trapero y El Sanguinar, unas partidas por encima de la Fuente Vieja... Por las mañanas en la escuela daban leche en polvo, al principio la preparaba el maestro. Pero después buscaron alguien con cargo al Ayuntamiento. Como mi madre se había quedado viuda con tres chicos le dieron a ella el trabajo, y yo tenía que ir a buscar aliagas, espliego, romeros y sarmientos para calentar la leche… La leche en polvo había que deshacerla en agua caliente; esto lo hacía mi madre en la planta baja de la escuela del Solano, donde los parvulitos. Allí había un cuarto y la preparaba, después tenía yo que repartirla para las siete aulas que había en Ademuz. Las ollas las llevaba pasando un paño por las asas y el asidero de la tapa, haciendo un lazo; a veces llevaba dos ollas cada vez… No, entonces yo ya había dejado la escuela, esto sería cuando tenía 14 ó 15 años –por el año 1958-59-: por esa época mi hermano Antonio empezó de aguador con las brigadas de los pinos, y después fui yo... A esa edad todavía no podíamos trabajar, pero el alcalde intercedió para que nos dieran el trabajo como pinches, porque nuestra situación familiar era mala, muy mala... Claro, para nosotros fue un alivio, igual que lo de mi madre con lo de la leche. De comer no teníamos mucho, pero leche bebíamos toda la que queríamos; además, a ella le pagaban algo... Sí, fueron tiempos malos para nosotros: Con la enfermedad de mi padre gastamos todo lo que él había ahorrado de la siega y cuatro cabras y una oveja que teníamos; porque seguridad social como ahora no había... Esos son algunos de los recuerdos que tengo de mi infancia y de mis padres…
Detalle de la entrada -arco de medio punto con dovelas- en una antigua casa de Ademuz (Valencia), 2006. |
Al
terminar la escuela, ¿cuál fue tu primer trabajo, aparte de repartir la leche?
- Como te decía, después de la muerte de mi padre sólo iba a la escuela por las mañanas... A los 14 años dejé la escuela y cuando cumplí los 15 años –en 1959- empecé a trabajar de pinche para una brigada de reforestación que plantaban pinos en la Dehesa –había cuatro o cinco equipos de catorce o quince hombres cada una-; yo hacía de aguador de una brigada... Les llevaba el agua con una cuba de madera de ocho o diez litros que cargaba a la espalda: Al principio, el agua la cogía de una fuentecica que manaba entre los puntales del Mediero... Yo me levantaba a las seis de la madrugada y salíamos de Ademuz a las seis y media; apenas se veía el camino. Enganchábamos a las ocho en punto y se soltaba a las cuatro de la tarde... Y después de ocho horas de trabajo, otra hora y media para volver a Ademuz. Íbamos por el camino de Las Vueltas, unos en bicicleta y otros andando: Las bicis las dejaban en el portal de la ermita de San José, hasta la noche. Y desde el molino, atravesando la huerta llegábamos hasta el Turia y lo cruzábamos por la canal de Bolsa, buscando el camino del Otro Lado en Los Terreros. Cierto día cruzando por la canal uno de la cuadrilla dijo: ¡Si me dais cinco duros me tiro al río...! -todos aceptaron la apuesta y el hombre se tiró al río. Claro, después le pagaron entre todos la apuesta.
¿Qué
más recuerdas de aquellos días como aguador en la cuadrilla de reforestación?
- Recuerdo que en cierta ocasión me desperté más temprano de lo habitual, serían las cinco de la madrugada. Era una noche de invierno despejada, con una luna llena que iluminaba como si fuera de día, y como no teníamos reloj en casa pensé que la cuadrilla ya habría pasado y no me habían llamado… Cogí la merienda –medio pan con dos tajaditas, una tortilla y medio tomate restregado-, salí de casa y eché a correr hasta llegar al molino nuevo y continué carretera adelante hacia El Soto, sin encontrar a nadie, hasta que llegué a Las Vueltas: ¿Y ahora qué hago?, pensé… Claro, yo apenas tenía 15 años, iba solo y tenía miedo de un fantasma que decían se aparecía por allí en forma de cabra, y mucho frío. Llamaba pero nadie me contestaba, así hasta que llegué a la ermita: Allí no vi a nadie, ni las bicicletas de los compañeros, entonces me di cuenta que no habían llegado todavía, que yo había salido de Ademuz antes de la hora… Encogido de frío bajé hasta el molino y me senté en el portal, porque me daba apuro llamar tan temprano. Yo oía los ronquidos del molinero, que era un hombre gordo… Allí estuve sobre una hora, hasta que llegaron los compañeros a su hora… Aquella madrugada pasé mucho frío y mucho miedo, no se me olvidará nunca…
Y sigue diciendo:
- En invierno caían unas escarchas de cuidado, yo tenía que encender un fuego con aliagas para calentar los astiles de las azadas y los picos, pues no se podían ni coger... Para mí, lo peor era el frío, pasaba mucho frío... Sí, después vinieron unos bueyes, pero eso fue después, al final de la reforestación; al principio todo se hacía a mano, con azadas, picos y palas... Yo ganaba 10 pesetas al día, nos pagaban cada quince días. Más adelante me pusieron una burrica, y con unas aguaderas subía varios cántaros de agua a la vez... Bajaba hasta la fuente de los Pobres en Torrebaja y subía hasta un punto de la ladera donde la recogían los aguadores... Recuerdo un día que la burra se me escapó. Sí, parece que percibió algún burro y echó a correr con las aguaderas puestas y yo detrás, tiró algún cántaro, pero no se rompió ninguno... ¡Jodida burra, el trote que me dio hasta que pude agarrarla! Desde que me pusieron la burra salía de Ademuz algo más tarde, sobre las siete de la mañana, detrás venía el encargado... Un día venía montado en la burra y en el camino de Las Vueltas me encontré un billete de 25 pesetas en papel: Iba montado en la burra y lo vi, bajé y lo cogí, ¡no te puedes imaginar lo contento que me puse...! Otro día, bajando de la fuente del puntal me encontré 3 pesetas de papel. Sí, dentro de lo malo tenía suertecilla...
La fuente de los Pobres de Torrebaja
(Valencia), se halla en la calle Fuentecilla, continuación de la calle del Cantón,
que discurre por la parte baja y oriental del pueblo y formaba parte del Camino Viejo de Ademuz a Teruel.[4]
|
¿Hacías
alguna otra cosa además de llevar agua a los de la cuadrilla?
- Bueno, además de aguador ayudaba en lo que me mandaban... Un día, siendo yo jovenzazo –como de 17 años-, mi madre me mandó a labrar una pieza que teníamos en Las Tajugueras, yendo por el barranco de la Virgen… El día amaneció malo, con el cielo muy oscuro, aunque ya era tiempo largo. Fui a pedir el vernete y las cadenas a un primo mío y con un burro medio desmayao que teníamos me fui a labrar. El día que iba a labrar le echaba al burro medio panderico de cebada y paja, pero muy racionado… El caso es que comenzaron unos truenos y rayos de miedo. Llegué al bancal, apresté al burro y me puse a labrar, pero enseguida comenzaron a caer unas gotas de aguas gordas, gordas… Total que desmonté el vernete y aparejé de nuevo al animal, pero el viento se me llevaba las mantas. Como pude llegué a Ademuz y al poco de llegar a casa dejó de llover y despejó. Yo siempre pensé que mi padre difunto me ayudó aquel día, siempre lo he pensado… Porque el barranco de la Virgen es un lugar muy peligroso en las tormentas, ya que recoge agua de muchas vertientes, desde más arriba de las Tóvedas hacia abajo; y bajando tenía miedo de que viniera una riada y se nos llevara al burro y a mí: Por eso yo no hacía más que mirar hacia atrás… No me pasó nada, ¡pero siempre he pensado que aquel día mi padre me ayudó…! No me quiero ni acordar, porque cada vez que pienso en aquello me doy lástima, yo era un crío, apenas llevaba una botella de agua para todo el día, el burro no podía con su alma y apenas hacía una labor de cuatro dedos, además no echábamos abono… Puedes imaginar lo que podíamos sacar de allí: ¡Valía más el hambre que pasábamos que lo que hacíamos!
Sigue explicando:
- Recuerdo haber ido muchas veces por leña a los montes de Santerón con aquel burro... Claro, me mandaba mi madre, a recoger leña para el fuego... No se me olvidará la primera vez que fui, cuando tenía sobre 17 ó 18 años. Resulta que los aparejos eran viejos, un baste con su cincha, las samugas y la tarria, ésta remendada con tachas y alambres... Íbamos en un grupo y de Ademuz salíamos a las cuatro de la madrugada, para llegar a Santerón a los ocho: cuatro horas de marcha costaba subir... Yo no tenía experiencia y formé cuatro brazados de ramotes, pero los mayores se cogían sólo los palos más gordos... Cuando tuvimos los animales cargados dijeron de volver, y al bajar una trocha muy empinada la tarria de mi burro se rompió, de forma que el baste y la carga de leña se le pusieron en el cuello: No se me estozoló de milagro, porque me avisaron a tiempo. Le di la vuelta al animal y la carga se puso en el sitio. Con una cuerda remendamos la tarria y continuamos camino, pero desde Vallanca era todo cuesta abajo. No te puedes imaginar lo que padecimos en aquel viaje, tanto el burro como yo... Llegué a casa muy enfadado y fui enseguida al correcher a comprar una tarria nueva, pero mi madre no quería -por el dinero: ella era muy ahorrativa-; pero yo ya estaba harto de ir siempre sufriendo, y también el animal, que sangraba por las ancas, debido las raspaduras que le hacían los alambres del remiendo: La tarria nueva me costó veinte duros; pero valió la pena, porque desde ese día ya fui tranquilo...
Y concluye:
- La gente de Ademuz ha padecido mucho, pero mucho por estos andurriales... Recuerdo que teníamos un huerto por Val de la Sabina y yo subía a segar el alfalfe con la corbella. La finca era el doble que esta habitación, pero me costaba todo el día segarla... El forraje se secaba y servía de pienso en invierno. Mi abuelo Agustín tenía unas tierras en el monte, allí sembraba patatas, remolacha, maíz... Porque entonces llovía más; pero nada, sólo tenía cuatro o cinco tablicas que labraba con el burro... Las tierras las teníamos en el monte, camino de Vallanca, por encima de la fábrica de luz. En subir ya se te iba la mañana, porque había que ir por el camino de Negrón y volver luego hacia el puntal. Allí iba mi abuelo Agustín y sus hijos, Ignacio y Manuel a labrar, y a reparar portillos; mi madre subía a llevarles el almuerzo. Nada cuatro pataticas ruines sin nada de carne... O un trozo de gacha con alguna tajadica... Sí, los portillos de las paredes los reparaban en invierno, cuando había menos faena en el campo: Ahora todo está perdido...
Continúa en:
[1]
SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo (2011). El expolio de las iglesias y ermitas de Ademuz
durante la revolución, con detalle de los daños, en Del paisaje,
alma del Rincón de Ademuz, Valencia, vol. IV, pp. 185-194.
[2] Seis muertos al estrellarse un avión del ejército del aire en Buendía (Cuenca), en diario ABC, del martes
7 de octubre de 1958, Edición de la Mañana, p. 53.
[3] SÁNCHEZ
GARZÓN, Alfredo. Anecdotario rinconademucense (II), en Desde el Rincón de Ademuz, del martes 1 de enero de 2013.
[4] SÁNCHEZ GARZÓN,
Alfredo. La “Fuente de los Pobres” en Torrebaja, un receso en el Camino Real, en Desde el Rincón de Ademuz, del sábado 10 de noviembre de 2011.
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