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lunes, 17 de octubre de 2011

DON OCTAVIO GÓMEZ LUIS, ALCALDE DE TORREBAJA (VALENCIA) [I].

 Conversación con un alcalde 
del valenciano Rincón de Ademuz



Cuando le propuse al señor Alcalde –don Octavio Gómez Luis (Torrebaja, 1946)- una entrevista no me puso objeción, ofreciéndose para llevarla a cabo en cualquier momento: quedamos en su despacho del Ayuntamiento un sábado por la mañana, a eso del mediodía. Llegué puntual y él ya me estaba esperando, sentado a la mesa frente al ordenador...

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Don Octavio Gómez Luis (Torrebaja, 1946), alcalde de Torrebaja.
Nos conocemos desde niños, pero apenas nos hemos tratado, pues, además de que pertenecemos a quintas distintas, ambos marchamos del pueblo siendo muy jóvenes, él para trabajar (a Inglaterra) y yo para estudiar (a Barcelona). Lo cierto, sin embargo, es que no sabemos casi nada uno del otro, aunque quizá él me conozca algo más, “ya que tengo todos tus libros” –me dice-. Los primeros momentos los empleamos en “romper el hielo”, hablando de cosas triviales... Seguidamente paso a explicarle el motivo de la entrevista: saber de su vida, acercarme a su forma de ser y de pensar (creencias e ideología), conocer la actividad laboral que ha tenido y lo que le ha llevado a presentarse a las elecciones, cómo ha encontrado el Ayuntamiento y los proyectos que tiene. De esta forma, en vez de realizar una entrevista al uso, basada en preguntas y respuestas, le dejé hablar, reconduciendo la conversación en ocasiones o formulando preguntas concretas, resultando del tenor siguiente:
  • Nací en Torrebaja en el año cuarenta y seis, hace ya unos cuantos años, me crié aquí en el pueblo, y de mi infancia guardo el mejor recuerdo... [...] te podría contar infinidad de anécdotas de entonces. Fui a la escuela con don Luis Perpiñán, con don Eladio y algo también con don Elisinio... Dejé la escuela a los 14 años y estuve trabajando un tiempo como peón de albañil con el tío Constantino, hasta que me marché a Gran Bretaña (Inglaterra), donde ya estaba mi hermano Avelino... Sí, me llamó y me marché, aquello fue a comienzo de los años sesenta y tenía yo 17 años...

Su caso fue el de tantos otros jóvenes de la época en España, que de las zonas rurales marcharon a las ciudades, o al extranjero, como emigrantes en busca de un trabajo con el que mantener su vida y labrarse un futuro. Su estancia en Inglaterra tuvo unos comienzos relativamente difíciles, como el de casi todos los emigrantes:
  •  Llegué a Inglaterra siendo muy joven, sin conocer el idioma, las costumbres ni las leyes de aquel país...; y a las dos semanas de estar allí mi hermano se marchó a Canadá, así que me quedé completamente solo..., pero poco a poco mi fui adaptando. Mi primer trabajo fue en la casa de una familia riquísima, un multimillonario..., sólo el jardín era tan grande o más que todo el Rento de Torrebaja, puedes imaginarte... Por las mañanas hacía de asistente del mayordomo y por las tardes en el jardín, como ayudante de los jardineros. Aquella mansión estaba en Ascot, al oeste de Londres, donde las famosas carreras de caballos a las que asiste la reina de Inglaterra y la alta burguesía luciendo sus pamelas, compitiendo a ver quién la lleva más exótica... Aquello es una zona preciosa y todas las grandes familias inglesas suelen tener por allí una casa, palacio o mansión... Allí estuve muy a gusto, el dueño era buena persona y muy sencillo, Peter Cadbury, propietario de los famosos chocolates de este nombre, del “London Palace”, el mejor teatro de Londres, y de la BBC, una cadena de TV muy importante... [...] Luego marché a Windsor, donde el castillo de la reina; allí estuve trabajando en un hospital, el Old Windsor Hospital, donde sólo había mutilados de guerra...


Su marcha a Canadá fue casual o providencial, pues en principio no tenía intención de moverse de Windsor, donde se encontraba muy bien; allí hizo amistades y se desenvolvía perfectamente en ingles, estudiando la lengua por las noches; pero parece que su destino no era quedarse en Inglaterra:
  • Sucedió que un compañero español, de Vigo, que no se manejaba muy bien en ingles, me pidió le acompañara a la embajada de Canadá, recuerdo que estaba en la Plaza Grosvenor (Grosvenor Square) para cumplimentar unos impresos, pues pensaba emigrar a aquel país... Y todo fue que para indicarle cómo debía hacerlo yo rellené uno también, y los entregamos... Al poco tiempo recibí una llamada de la embajada, citándome para una entrevista, fui y la hice, pero sin ninguna intención de marcharme... Pero al final me convencieron, quizá por las grandes expectativas de aquel país, y también porque allí estaba mi hermano, no sé; el caso es que a los tres meses yo me encontraba volando hacia Toronto... Allí estuve trabajando también en un Hospital, el Scarborough General Hospital, como celador, ayudando en el quirófano, en la anestesia y con el instrumental. La verdad es que me encontraba muy bien, me sentía apreciado y era feliz...

En aquel hospital de Toronto estuvo poco más de un año, pues por una cuestión pecuniaria acabó marchándose, y comenzó a trabajar como repartidor de leche a domicilio, donde ganaba más:
  • Al marcharme del hospital cometí un error, porque ya que conocía el oficio podía haber estudiado enfermería y me hubieran pagado como tal, pero no caí ni me lo sugirieron... Pero no tuve problema, pues entonces había mucho trabajo. Y me puse a trabajar como lechero, repartiendo las botellas por los domicilios, para lo que me levantaba a la cinco de la mañana, pues tenía 360 clientas... Y en esa época conocí a la que hoy es mi mujer, Mari Paz, que acababa de llegar a Canadá... Entre semana terminaba la jornada a las doce del mediodía, pero los viernes y sábados podía acabar a las ocho la tarde, porque esos días es cuando estaban las clientes en casa y podía cobrarles y venderles los tiques de la semana... El caso es que me di cuenta que tenía que cambiar de trabajo, porque el sábado, cuando tenía que salir con la novia era cuando más faena tenía, y acababa agotado... Un día, paseando por el centro de la ciudad vi una oficina de empleo del gobierno, y allí me metí... Era la Estación de ferrocarriles, y el empleado que me atendió me preguntó por qué quería yo trabajar allí, y le respondí lo primero que se me ocurrió: “Porque estoy enamorado de esta empresa...”. El hombre se quedó parado, y me dijo: “Entre tanta gente como ha pasado por aquí, nadie me había dicho algo parecido” -y debí caerle en gracia, porque me dio la oportunidad de hacer una entrevista y una prueba psicotécnica-. Al cabo de tres días volví y el hombre me dijo que había sido aceptado, imagínate... Me preguntó cuándo podía empezar, y le dije que en quince días, porque era lo que cabía dar para que encontraran un suplente de repartidor... Así fue como empecé a trabajar el la Compañía de ferrocarriles y aerolíneas canadienses, donde estuve nueve años. Comencé por abajo y poco a poco fui subiendo; cuando lo dejé ya era jefe de área de la zona de Toronto, con ciento y pico de personas a mi cargo...

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Vista del caserío de Torrebaja (Valencia), desde la ribera del Turia.

Le pregunto cómo fue de volver a España, cuando en Canadá tenía tan buenas perspectivas laborales:
  • Bueno, por entonces ya estaba casado y habíamos acordado mi mujer y yo que cuando tuviéramos el primer hijo regresaríamos a España, porque no queríamos que nuestros hijos se enraizaran allí... Porque allí la familia comienza a desunirse cuando los hijos tienen 16 ó 18 años, y nosotros apreciábamos mucho la unidad familiar... De hecho todavía la tenemos, pese a que mis dos hijos ya están casados y tengo dos nietas, una de cada uno. Cuando regresamos a España también lo hicimos con la condición de que nos adaptáramos, pues yo me había marchado muy joven y no sabía si me acomodaría, pero todo fue muy bien... Pero estando todavía en Canadá, el último día que fui a trabajar el jefe de personal me dijo que me lo tomara libre y aprovechara para despedirme de los compañeros, y eso hice, pasando despacho por despacho... Después me dijo que a las doce volviera, que me invitaba a tomar una cerveza; fuimos en su coche y me llevó a un buen hotel que había por allí, a mí me sorprendió un poco, porque era un restaurante muy bueno. Total, que al entrar al salón veo que todos mis compañeros estaban allí..., fue muy agradable y todavía me emociono al recordarlo... Después el Director me dio una carta que aún conservo, donde decía de mi buen comportamiento y aunque me marchaba a mi país para emprender una nueva vida, si algún día, por lo que fuera, decidía volver, que mi puesto de trabajo me estaría esperando... Aquello fue muy halagador para mí, vaya...


Su regreso a España fue a mediados de los setenta –en 1975-, cuando aquí comenzaba la transición política a la democracia; en su desarrollo profesional reconoce que le ayudó mucho el conocimiento de la lengua inglesa, pues siempre ha tenido cargos ejecutivos. Antes de continuar quiero decir que la entrevista que pretendía hacerle al señor Alcalde se limitaba a reseñar escuetamente su vida familiar, profesional y laboral en el extranjero y en España, para pasar directamente a comentar sus impresiones sobre el estado del Ayuntamiento, tras hacerse cargo de la alcaldía. Sin embargo, me ha impresionado su honestidad, la modestia y sencillez de su persona, y la evolución (personal y laboral) que ha tenido desde que se marchara de Torrebaja en plena adolescencia; de ahí que me haya parecido interesante dar a conocer estos aspectos de su vida, porque pueden ser provechosos para la juventud. Pese a su limitada formación académica, el señor Octavio es el típico autodidacta hecho a sí mismo, muy intuitivo y poseedor de una gran inteligencia natural, como bien lo demuestra su singular currículo.



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