Recuerdos -evocaciones y remembranzas- de un torrebajense
nacido en los años cincuenta.
“El pasado es lo que recuerdas, lo que imaginas recordar,
lo que te convences en recordar, o lo que pretendes recordar”
-Harold Pinter (1930-2008)
dramaturgo, guionista, poeta, actor, director y activista político británico-.
.dramaturgo, guionista, poeta, actor, director y activista político británico-.
La plaza de Torrebaja en mi infancia -esto es, en los años cincuenta y primeros sesenta del pasado siglo- era muy distinta de la actual... Me refiero a la plaza del Ayuntamiento, que entonces era sólo La Plaza y aunque había otras plazas o plazuelas (la Replaceta y la plaza de la Iglesia, donde el rincón del tío Julián) no había posibilidad de confusión, porque nuestra plaza era La Plaza. De siempre ha sido conocida entre los mayores como plaza del Señor, aludiendo a su origen señorial. Sin embargo, su nombre oficial era plaza de Ramón y Cajal, denominación que debía provenir de principios del siglo XX (1906), cuando le concedieron el premio Nóbel de medicina a don Santiago, el célebre investigador aragonés. No sé por qué le pondrían este nombre, probablemente como manifestación del orgullo patrio, al que no quiso sustraerse Torrebaja; y no era para menos... El caso es que dicho nombre lo conservó hasta el advenimiento de la democracia, en que pasó a llamarse plaza del Ayuntamiento, como actualmente la conocemos; y está bien que sea así, pues la Casa Consistorial -bello nombre para la Casa del Lugar- se halla en esta plaza y el Ayuntamiento es el centro administrativo más importante del municipio, aparte del más próximo al contribuyente.
Pero la plaza de Torrebaja tenía entonces otro sabor, otro aspecto y -sobre todo- olía diferente... Olía a vida rural, a lo que huelen los pueblos cuando están vivos, a actividad humana, a la vida de entonces: cualquiera que haya vivido en un pueblo donde la base de su economía fuera la agricultura comprenderá lo que digo, pues sacar el estiércol de los corrales, establos y cochiqueras produce un aroma acre, áspero y picante, no especialmente malo, sólo huele a lo que es; y cuando se acarreaba trigo o cebada olía a mies, a paja seca..., lo mismo que cuando se vendimiaba, momento en que el ambiente se llenaba de aroma a uva y mosto, o cuando se transportaban manzanas, que el aire sabía a fruta madura... Todos los olores de la vida rural pasaban por la plaza, y los niños, principales moradores y señores del lugar, los percibíamos inconscientemente con toda su fragancia e intensidad, sintiéndolos nuestros, interiorizándolos como la vida misma que se desarrollaba en nuestro derredor. Paco Candel -me refiero a Francisco Candel Tortajada (Casasaltas, 1925-Barcelona, 2007)-[1] lo recoge correctamente en su libro -Viaje al Rincón de Ademuz (Barcelona, 1977)- cuando dice que Torrebaja olía a manzanas:
- Es un olor persistente. No te cansas de respirarlo. Dilatas las narices y ensanchas el pecho. En Torre Baja son todo almacenes de manzanas. Los mulos cruzan arriba y abajo cargados hasta con cinco cajas de fruta...” Y lamenta no ser un poeta lírico, para “poder cantar la manzana de Torre Baja, la manzana del Rincón de Ademuz, la manzana de su pueblo –Casasaltas-, la olorosa y substanciosa manzana [...] la aromática y sazonada manzana, la pintada y azucarada manzana...[2]
Ciertamente, en Torrebaja -y en el Rincón de Ademuz de entonces- olía a manzana. ¿A qué huele Torrebaja y el Rincón de Ademuz hoy...? No sé, quizá ya no huelen, al menos no huelen como antes. Sólo paseando por la orilla del río o por los caminos del campo y el monte se perciben los aromas de antaño, a pino y hierba mojada, a tierra recién labrada, a fango removido cuando el río repunta...
Una de las imágenes más intensas que guardo en mi memoria procede de la plaza de mi infancia... Corresponde a mi primer día de escuela, cuando yo tenía sobre seis años, allá por el otoño del año cincuenta y ocho... Yo iba con mi cartera nueva de cartón, cogido de la mano de mi madre -porque suelen ser las madres las que llevan a sus hijos al colegio los primeros días- y al llegar a la plaza recuerdo que estaba llena de niños de distintas edades, todos juntos, párvulos, medianos y mayores... La plaza de entonces tenía otro aspecto, ya les digo; de entonces permanece la Casa Grande y el torreón de Los Picos (norte). Conserva, no obstante, su disposición rectangular, pero el piso era distinto, sólo estaba cementada la mitad de abajo, la que tocaba con el viejo Ayuntamiento (levante): en la planta baja se hallaba la secretaría, el salón de plenos y el calabozo; y en los pisos altos la escuela de Niños, cuya fachada oriental servía de frontón, con una tela metálica en la parte superior sujeta con palos: para evitar que las pelotas que iban altas fueran al Cantón. El Cantón era una calle (que provenía de la parte baja del pueblo, continuación del viejo camino de Ademuz a Teruel), pero también era un lugar, sito bajo la barbacana de la Replaceta, donde orinábamos los chicos de las escuelas...
Hacia el poniente, la plaza estaba limitada por otras construcciones, entre las que destacaba la Casa Roja, de este nombre por el color de su primitiva fachada: así lo había oído yo de mi padre, agregando que fue la casa del Administrador del señorío; hacia el norte estaba la mencionada Casa Grande y el torreón, pero al sur quedaba libre, separada de la prolongación de la calle de San Roque por una hilera de cuatro bancos de obra y otros tantos árboles... De la plaza parten varias vías: San Roque (hacia arriba), Arboleda (hacia la iglesia y calle del Rosario) y la calle Fuente, entonces de Pedro Arnalte (que se dirige hacia el río Ebrón). En la esquina de la plaza con Arboleda había entonces un solar que también se utilizaba como mingitorio, como el Cantón. Este solar era lo que quedaba de una casa hundida por la aviación durante la guerra: en el bombardeo murieron tres personas, aplastadas bajo los escombros.[3]
Respecto a los árboles de la plaza, se trataba de tres grandes ailantos (Ailanthus altissima) de tronco rugoso, que ya debían ser viejos entonces cuyo ramaje sombreaba calle, bancos y plaza. Los ailantos son una variedad de planta introducida desde China en el siglo XVIII, por su rápido crecimiento y porte ornamental; sin embargo, hoy es considerada una especie exótica invasora que medra a costa de la flora autóctona (Real Decreto 630/2013, de 2 de agosto).
Una plaza parece que no es tal sin árboles de sombra; tampoco sin bancos de asiento ni fuente para beber. Ignoro cuándo talaron estos árboles, debió ser a mediados o finales los años sesenta. Yo estaba entonces estudiando en Barcelona, y una de las veces que regresé al pueblo ya no estaban, habían desparecido, como desaparecieron tantas otras cosas: los preciosos bancos de obra que había en la plaza, los monumentales olmos de la carretera, el viejo cementerio de Santa Bárbara, los amigos entrañables de la niñez... Sí, muchas cosas cambiaron por entonces, singularmente la infancia, que se tornó adolescencia, y con ella mi propia visión de la vida, de mí mismo y del mundo.
Hacia el poniente, la plaza estaba limitada por otras construcciones, entre las que destacaba la Casa Roja, de este nombre por el color de su primitiva fachada: así lo había oído yo de mi padre, agregando que fue la casa del Administrador del señorío; hacia el norte estaba la mencionada Casa Grande y el torreón, pero al sur quedaba libre, separada de la prolongación de la calle de San Roque por una hilera de cuatro bancos de obra y otros tantos árboles... De la plaza parten varias vías: San Roque (hacia arriba), Arboleda (hacia la iglesia y calle del Rosario) y la calle Fuente, entonces de Pedro Arnalte (que se dirige hacia el río Ebrón). En la esquina de la plaza con Arboleda había entonces un solar que también se utilizaba como mingitorio, como el Cantón. Este solar era lo que quedaba de una casa hundida por la aviación durante la guerra: en el bombardeo murieron tres personas, aplastadas bajo los escombros.[3]
Respecto a los árboles de la plaza, se trataba de tres grandes ailantos (Ailanthus altissima) de tronco rugoso, que ya debían ser viejos entonces cuyo ramaje sombreaba calle, bancos y plaza. Los ailantos son una variedad de planta introducida desde China en el siglo XVIII, por su rápido crecimiento y porte ornamental; sin embargo, hoy es considerada una especie exótica invasora que medra a costa de la flora autóctona (Real Decreto 630/2013, de 2 de agosto).
Una plaza parece que no es tal sin árboles de sombra; tampoco sin bancos de asiento ni fuente para beber. Ignoro cuándo talaron estos árboles, debió ser a mediados o finales los años sesenta. Yo estaba entonces estudiando en Barcelona, y una de las veces que regresé al pueblo ya no estaban, habían desparecido, como desaparecieron tantas otras cosas: los preciosos bancos de obra que había en la plaza, los monumentales olmos de la carretera, el viejo cementerio de Santa Bárbara, los amigos entrañables de la niñez... Sí, muchas cosas cambiaron por entonces, singularmente la infancia, que se tornó adolescencia, y con ella mi propia visión de la vida, de mí mismo y del mundo.
En cuanto a los bancos de obra de la plaza..., sigo pensando que fue un error quitarlos. Los pueblos, como las personas, cometen errores, a veces los errores son históricos, cuando afectan al común y tiene trascendencia, aunque no sea el caso. Imagino que los retiraron para mejorar la estética de la plaza; sin embargo, la empeoraron. De hecho, aunque ya la han cambiado varias veces, las modificaciones no han superado el aspecto de antaño, y se equivocará quien piense que se trata sólo de añoranza... Aquellos bancos de obra poseían un diseño especial, que los hacía singularmente anatómicos: poseían un respaldo central y asientos a ambos lados, pues permitían sentarse mirando a la plaza o a la calle. Y tenía un dibujo singular en los bordes y laterales, imitando madera... Su autor fue un artista catalán que pasó por aquí después de la guerra (1943), dejando varias muestras de su arte por la zona. Además de los mencionados asientos de la plaza, en Torrebaja construyó el monumento de la Cruz de los Caídos, algunas lápidas y cruces en el cementerio nuevo (de Los Llanos) y los adornos de la fuente o bomba del molino de Abajo, entre otras cosas.[4] Uno de estos bancos que hubo en la plaza fue colocado después en la calle Fuente -sobre las Escuelas-: los demás, lamentablemente -porque es de lamentar-, desaparecieron o fueron destruidos...
La plaza era el lugar de cita de todos los niños, donde tenían lugar muchos de los juegos de entonces: se jugaba en los recreos, los mayores a la pelota, utilizando el frontón, y los menores a otros juegos de grupo y competición. Recuerdo con especial claridad el crujido de la pelota contra el frontón, un ruido seco y potente que enardecía a los jugadores en las partidas. Las paredes servían para apoyarse cuando se jugaba a churro, y las zonas más despejadas para jugar a galope... Mientras unos se sentaban en los bancos para hablar, contarse historias y reírse, ¡pobres de los niños que no ríen!; otros jugaban al clavo, o a las perras, poniéndose en la parte alta, que como digo tenía el piso de tierra. Los juegos de los niños variaban con la estación, como las festividades del santoral y la climatología. La parte de arriba de la plaza se utilizaba para hacer la hoguera de San Antón. Las calles estaban también sin cementar y no había problema al encender un buen “sagato” con raigambres, leña de las podas y cañota en todas las esquinas, hogueras que los chicos -y también algunas chicas más aguerridas o machotas- saltábamos en tropel con cañas cortadas de las riberas y bien peladas. En este mismo lugar se plantaba también el chopo de Pascua, una actividad festiva de primavera, propia de los mozos que iban a entrar en quintas, a los que el Ayuntamiento donaba el árbol para sufragar la fiesta. Plantar el chopo es otra actividad que se ha perdido, aunque parece tratan de recuperarla ahora; y no debería perderse, pues, entre otras cosas, simboliza la unión y el esfuerzo de un pueblo en una tarea común...
En la parte alta de la plaza, donde se plantaba el chopo y se encendía la hoguera de San Antón, se colocó años después una estupenda fuente pública que tuvo poco éxito, pues pronto se estropeó y hubo que jubilarla: poseía una planta rectangular con cuatro escalones, toda ella en piedra labrada con bolas en la parte central y en las esquinas del brocal... Fue una verdadera lástima, pues para una vez que Torrebaja tuvo fuente de beber en la plaza hubo que retirarla. Como decía arriba, una plaza pública debe poseer tres elementos básicos: asiento (para descansar, conversar y observar), sombra (para protegerse del sol) y agua (para beber y refrescarse); de lo contrario se trata de una plaza incompleta... Pero en Torrebaja siempre se ha pecado de lo mismo, poniendo fuentes de adorno antes que de bebida o jardines y setos con preferencia a árboles de sombra. Y así nos va, pues luego se estropean por falta de mantenimiento y ahí se quedan, arrumbados y acumulando porquería. ¿Seremos capaces de aprender algún día...?
Como ahora, la plaza de mi infancia servía también de mercadillo... Entre lo vendedores de entonces recuerdo a un tal Santiago (a) Mantecosa, que venía de Los Santos (Castielfabib) con un carro cubierto, tirado por una yegua percherona, con el collerón adornado de cascabeles... Vaya si lo recuerdo, portaba un mostacho impresionante -al menos a mí me lo parecía- y unas cejas muy pobladas; aunque de trato agradable y campechano bajo un aire de gravedad. Aparcaba en la parte de arriba de la plaza, utilizando el primer banco como mostrador... La yegua la metía en la cuadra que me padre tenía frente al lugar de venta, y luego le regalaba un cuarto de olivas negras de Aragón y algunas lata de sardinas, porque esa era su especialidad: abadejo, sardinas saladas de barril, olivas, embutido y variedad de latas de conserva, entre otras cosas que no recuerdo. Entonces el dinero apenas corría, y la compraventa se realizaba, además de con monedas al trueque de huevos, trapos viejos, pieles de conejo, “ferralla”, etc. Los niños de entonces éramos tan golosos como los de ahora, quizá un tanto más, porque pastas y dulces no había todos los días... Para conseguir un pirulí -variedad de caramelo que terminaba en punta- reuníamos hierros viejos, botellas de vidrio, herraduras o lo que pillábamos por ahí..., porque los pirulís de aquel vendedor ambulante eran especiales... Recuerdo una anécdota, ocurrida entre en comerciante y una señora andaluza que se las daba de fina, esposa de un Guardia Civil del puesto: resulta que se dirigió al hombre diciéndole “señor Mantequilla” -porque lo de Mantecosa le debía parecer demasiado rústico, y el vendedor se cogió un buen disgusto: Bien está que me digan Mantecosa, pero por lo de “Mantequilla” no paso... -y no pasó, hasta que la mujer le pidió perdón, toda compungida-. La verdad es que conociendo al tal Salvador, lo de señor Mantequilla era demasiado...
La plaza servía también de escenario para las noches de circo, circos ambulantes al aire libre que traían los gitanos, húngaros o saltimbanquis: cuando venían los titiriteros era fiesta en el pueblo, sobre todo para los niños, y la gente salía a la plaza trayendo sus sillas de casa, para ver el espectáculo bajo la carpa de estrellas... Sin embargo, ningún momento más alegre para la plaza que durante las fiestas, para celebrar a los santos patrones: Santa Marina (ya fuera la Cerecera o la Melonera) y San Roque; porque entonces no se llevaba eso de las fiestas culturales..., ni las músicas y bailes eran tan estridentes, ni se prolongaban hasta el amanecer. Sin embargo, la gente también se divertía, unos mirando y otros bailando o escuchando la música. La relación de la plaza con el baile viene de antiguo, pues ya se celebrarían aquí fiestas y bailes en tiempos del mayorazgo. Consta por testimonios que durante la última “carlistada” (1872-76) pasaron por la zona varias partidas que estuvieron en Torrebaja, al mando de los cabecillas Santés, Merino y Cucala, recaudando impuestos para la guerra: “... todavía las personas ancianas de Torrebaja recordaban haber asistido a los bailes que en la plaza del Señor organizaron los jefes carlistas”.[5] Asimismo, consta por actas del Libro de Sesiones que para las fiestas de septiembre del año 1906, los señores del Ayuntamiento echaron la casa por la ventana, pues acordaron iluminar la plaza con luces del alumbrado público, ordenando que:
- Con el fin de que se halle alumbrada la plaza pública durante los días de la festividad de los patronos de este pueblo Santa Marina y San Roque, se coloquen cuatro focos de luz eléctrica en la expresada plaza para darle más vista y para que la música pueda ejecutar sus escogidas piezas y al mismo tiempo el público pueda aprovecharlas bailando los más y sirviendo de distracción a los otros; que el gasto de estas luces se pague del capítulo de imprevistos.[6]
Si la empresa Teledinámica Turolense, S.A. comenzó a construir la central hidráulica de Castielfabib (Valencia) en 1913,[7] ¿de dónde provenía la luz eléctrica con que iluminaron los bailes de Torrebaja en septiembre de 1906? Según testimonios –Alfredo Sánchez Esparza (Torrebaja, 1905-83)-, de una pequeña turbina que había en el molino de Abajo, aprovechando el desnivel de la acequia “hondonera” (prolongación de la del Molino hacia Las Vueltas). Ello significa que Torrebaja fue uno de los primeros pueblos que dispuso de luz eléctrica para el alumbrado público, posteriormente extendido a los domicilios.
La plaza de Torrebaja durante las fiestas de mi infancia reunía todos los ingredientes de las festividades rurales: las turroneras de Ademuz (la Loreta y otras) ocupaban los márgenes de la plaza próximos a los bancos de obra con sus tenderetes de golosinas, turrones, alajúes y chupadores. También vendían globos de colores, mazos de petardos (de los que estallaban al golpearlos contra el suelo y de los que había que prender con la mecha) y “pedorretas” de rascar por las paredes... Eran las fiestas de entonces, con los músicos de la orquesta subidos a un tablado mientras los jóvenes y no tan jóvenes bailaban en la plaza. Los niños correteábamos entre los danzantes, asustábamos a las niñas echándolas petardos y fumábamos cigarrillos de anisetes y palos de saúco en la fuente de los Pobres... Los mismos niños, ya de mayorcitos, comprábamos entre varios un paquete de “Tres Carabelas” y los fumábamos a escondidas, jugando a ser mayores. Sin darnos cuenta pasamos de asustar a las niñas a acercarnos a ellas: en los bailes tratábamos de arrimarnos, sin saber muy bien por qué -al menos yo no lo supe hasta mucho después- mientras ellas ponían los codos por delante, para evitar el achuchón...
En suma: la plaza de mi infancia en Torrebaja dejó de ser la que fue hace ya muchos años; y ha ido transformándose sin parar, como si de algo viviente se tratara -porque la plaza era a la vez un tiempo y un espacio activo-: pero yo todavía la recuerdo como el sitio preferido de mis juegos, el punto donde quedar con los amigos por la tarde, después de la escuela, con un buen trozo de torta o pan con sobrasada, longaniza del frito, chocolate o lo que fuera como merienda... Sin duda, cualquier tiempo pasado no fue mejor, excepto en el recuerdo y la imaginación del que lo evoca... Vale.
De la Real Academia de Cultura Valenciana (RACV).
[1] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. Francisco Candel Tortajada, en la hora de las alabanzas, en: Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, 2008, vol. II, pp. 221-231.
[2] CANDEL, Francisco. Viaje al Rincón de Ademuz, Plaza y Janés, S.A., Barcelona, 1977, p. 141.
[3] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. Acerca del bombardeo de Torrebaja de 26 de noviembre de 1938, en: Del paisaje,..., Valencia, 2009, vol. III, pp. 17-48.
[4] BADÍA MARÍN, Vicente y PÉREZ TARÍN, José Antonio. Torrebaja, mi pueblo, Edita Ayuntamiento de Torrebaja, Valencia, 1953, p. 18.
[5] BADÍA MARÍN, Vicente y PÉREZ TARÍN, 1953, p. 83.
[6] Archivo Histórico Municipal de Torrebaja [AHMTb] Libro de Actas del Ayuntamiento, correspondiente a la sesión del 9 de septiembre de 1906.
[7] CARRASQUER ZAMORA, José. Los comienzos de la electricidad en Teruel (1889-1936), Edita Fundación Teruel Siglo XXI, Teruel, 2011, pp. 49-57.
Plaza del Ayuntamiento de Torrebaja (Valencia), detalle de la antigua fuente pública (años sesenta, principios). |
Vista parcial de la plaza del Ayuntamiento de Torrebaja (Valencia), con detalle de los bancos de obra y ailantos (Ailanthus altissima) que tuvo, el piso todavía de tierra. |
Vista parcial de la plaza del Ayuntamiento de Torrebaja (Valencia), con detalle de banco y tronco de ailanto (Ailanthus altissima), y varios vecinos sentados. |
Calle san Roque y plaza del Ayuntamiento de Torrebaja (Valencia), detalle del piso de tierra y un vecino -el señor Cayetano Manzano Camañas (1895-1971)- con su mulo. |
Calle san Roque y plaza del Ayuntamiento de Torrebaja (Valencia), detalle de bancos, ailantos (Ailanthus altissima) y piso de tierra. |
Plaza del Ayuntamiento de Torrebaja (Valencia), durante la renovación del piso. |
Plaza del Ayuntamiento de Torrebaja (Valencia), durante la renovación del piso, con detalle de uno de los ailantos (Ailanthus altissima). |
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