Recuerdos -evocaciones y remembranzas- de un torrebajense nacido en los cincuenta
“No desprecies el recuerdo del camino recorrido.
Ello no retrasa vuestra carrera, sino que la dirige;
el que olvida el punto de partida pierde fácilmente la meta”.
Pablo VI (1897-1978),
pontífice de la Iglesia Católica.
pontífice de la Iglesia Católica.
Dicen que cuando un hijo empieza a citar a su padre es signo de que está entrando en la madurez... No sé si será cierto, pero personalmente siempre me resulta agradable nombrar, recordar y evocar a mis padres; y más ahora, cuando ellos ya han desaparecido físicamente de mi lado. Intuyo que esto mismo les debe suceder a otras muchas personas...
Lo que se dice pasa con las personas, que conforme maduran recuerdan mejor los hechos de su infancia, ocurre también con el tiempo vital –me refiero a los hechos sucedidos en el transcurrir de nuestra vida-; entre otras razones porque del pasado lejano solemos guardar recuerdos nítidos (memoria a largo plazo), mientras que de hechos recientes puede que apenas nos acordemos (memoria a medio o corto plazo). Es el proceso de la memoria, una función del cerebro a la vez que un fenómeno de la mente que nos permite a las personas clasificar, almacenar y recuperar la información correspondiente de los acontecimientos pasados. Todo depende de las neuronas, de sus sinapsis e interrelaciones y de su vinculación con una parte del cerebro llamada hipocampo...[1] Pero yo no quiero hablarles de los procesos fisiológicos de la memoria, sino de mis recuerdos en relación con la Navidad y los Reyes Magos de mi infancia en Torrebaja... Porque la Navidad es propicia para evocar, compartir, enternecerse e incluso llorar, y también para renacer –retoñar, renovarse...- y continuar.
Vista parcial de Torrebaja (Valencia), desde el puente del Ebrón, con detalle del antiguo camino de acceso al pueblo, correspondiente al actual Paseo de la Diputación (años sesenta, mediados). |
No obstante el sentir y la experiencia de cada uno al respecto del tiempo navideño, yo soy partidario de seguir la recomendación de la gran poetisa americana -Grace Noll Crowell (1877-1969)- cuando dice: Aunque se pierdan otras cosas a lo largo de los años, mantengamos la Navidad como algo brillante... [Y] Regresemos a nuestra fe infantil...; pues, para reorientar nuestra vida y seguir avanzando a veces conviene echar un paso atrás.
Antecedentes sociales y familiares.
Biológicamente somos hijos de nuestros padres, en la misma medida que en lo cultural y social lo somos de nuestro tiempo, del tiempo histórico que nos ha tocado vivir. Para centrar mis recuerdos, evocaciones que por otra parte no tienen más importancia que la de ser mías y de los que las comparten conmigo, cabe establecer las coordenadas históricas y sociales correspondientes; pues todo hecho se produce en un tiempo y un lugar, elementos sin los cuales resulta imposible entender e interpretar el acontecer... Nací en Torrebaja, un pequeño pueblo del Rincón de Ademuz, comarca de montaña situada en el poniente valenciano, entre Cuenca y Teruel. Mis padres se casaron en Torrebaja siendo ya algo mayores: mi padre –Alfredo Sánchez Esparza (1905-84)- procedía de Torrebaja, de una familia de agricultores y tratantes, mientras que mi madre –Francisca Garzón Casino (1914-99)- había nacido en el distrito de Carabanchel Bajo (Madrid), en una familia originaria de El Cuervo (Teruel), que a principios del siglo XX había emigrado a la villa y corte, donde mi abuelo era guardia de seguridad...[2] En el momento de su matrimonio (1951) él residía en Torrebaja (se dedicaba a las faenas del campo y al trato de animales), mientras que ella estaba en Barcelona, donde ejercía como dama de compañía en la casa de una familia de la alta burguesía catalana –me refiero a doña Trinidad Rius Fabra, viuda de don Jaime Nadal Camps y de Ballester-. Tras su casamiento en la iglesia local (situada todavía en una nave de la carretera que hacía las funciones de templo, pues la originaria había sido demolida por causa de la guerra), mis padres se asentaron en la localidad. Yo nací al año siguiente de su boda (1952), en una casa propiedad de una tía de mi padre –me refiero a Rogelia Sánchez Garrido- situada en la calle de san Roque (dicha vivienda es actualmente propiedad de los herederos del poeta Ricardo Fombuena Vidal), pero siendo yo niño mis padres se trasladaron a otra casa que compraron en la calle del Rosario, donde había estado la farmacia local durante la guerra y en años anteriores. Allí nació mi hermano menor -José Mª Sánchez Garzón (1955)-, pues fuimos dos hermanos.
Desde una óptica sociopolítica, el tiempo de mi nacimiento se corresponde con el denominado Despegue económico (1951-1957), que pertenece al final de la Era Azul del franquismo: relativamente dicho “despegue económico” estuvo “animado por el deshielo internacional y matizado por el inicio de la dependencia económica y militar de España respecto de Estados Unidos”.[3] No en vano los niños y niñas de mi generación conocimos la ayuda americana a los colegios españoles basada, en leche en polvo y queso que nos daban en los recreos –la leche en el receso de la mañana y el queso en el de la tarde- correspondiente a esa época que tan magistralmente caricaturiza Luis García Berlanga en su conocida película “¡Bienvenido, Mister Marshall!” (1953). Lo cierto es que muchos de aquellos escolares de los años cincuenta probaron el queso y la leche por primera vez con ocasión de aquel “obsequio” americano; porque la mayoría de los niños de entonces no se desayunaban leche con colacao, sino café de malta con sopas de pan, un bocadillo con una tajada o un huevo frito y una morcilla, aunque no siempre juntos -según las costumbres y posibilidades de cada casa-.
Vista parcial de Torrebaja (Valencia) desde la ermita de San Roque (años cincuenta, finales). |
Mis recuerdos de Navidad en Torrebaja.
Nací en el seno de una familia católica... Es cierto, había que ir a la iglesia; pero yo iba con gusto. De hecho tuve mucho interés en ser monaguillo –lo fui durante muchos años y nunca me arrepentí de serlo, pues todo lo que aprendí en la iglesia fue bueno y provechoso-. Insistí mucho a mi madre para que me acompañara para hablar con el señor cura –me refiero a don Pedro-Manuel Miguel Benedicto, el párroco de entonces (1958-59)-; una mañana nos presentamos mi madre y yo en la sacristía, antes de la misa de ocho, y mi madre le expresó mi deseo. El cura me miró con fingida seriedad y me dijo: “Conque quieres ser monaguillo...” –yo le dije que sí-. Entonces el sacerdote, poniéndome la mano sobre la cabeza me dijo: “Bueno, pues ya lo eres...” –quedando así confirmado como acólito-. En el turno de ayudar a misa me tocó el viernes, y durante muchos, muchísimos viernes ayudé a misa, cuando ésta todavía se celebraba con el sacerdote de espaldas al pueblo; además de preparar las vinajeras y ayudar al cura a revestirse, también había que cambiar el evangelio de lugar y levantar la casulla del celebrante al alzar a Dios, además de tocar la campanita de la consagración y otras muchas cosas más que no vienen al caso... Continué de monaguillo con don Salvador Pla Álvarez y también con don Gabriel Sancho Marín, siendo durante su curato cuando me marché a Barcelona, para estudiar el bachillerato (1964).
Mi madre nos urgía a mi hermano y a mí para arreglarnos y acudir a la misa dominical, pero ella no solía ir, por el contrario de mi padre, que puntualmente venía del campo los domingos y mi madre ya le tenía preparada la muda para asearse y vestirse... No es falso orgullo de hijo, pero mi padre tenía buena planta. No hace mucho una vecina me decía: “Cuando tu padre se ponía el traje parecía un doctor...” –y era cierto, pues tenía una elegancia natural, aunque ello no significa que todos los doctores la tengan-.
Los recuerdos de las Navidades de mi infancia en Torrebaja están íntimamente unidos a dos belenes que colocaban en los escaparates de las dos tiendas que había en la calle del Rosario, hoy ya desaparecidas... Uno en el estanco de Paco (a) el Estanquero –me refiero a Francisco Tortajada Gea (1905-1991)- y otro en “El Pequeño Siglo”, la popular tienda de ultramarinos de los Ritos.[4] Mis recuerdos datan de finales de los años cincuenta, principios de los sesenta, cuando yo tenía 6, 8 ó 10 años. Toda la chiquillería de entonces nos pasábamos horas y horas subidos en un pequeño escalón de ladrillo que había al pie de los expositores... Los escaparates de ambas tiendas eran grandes ventanales encristalados con marcos de madera, en uno de ellos se exponían los juguetes –muñecas, cocinillas, pelotas, cochecitos, patinetes, tambores, triciclos...- y en el otro el belén... Para hacer las montañas utilizaban grandes piezas de corcho, del mismo material que el portal del Nacimiento, las casitas de Belén o el palacio de Herodes... La nieve se formaba con harina y las figuritas eran de barro... Las que más me gustaban eran las de las ovejitas, con su lana rizada y las patitas de alambre..., y los pastores que se ponían alrededor de una hoguera con un puchero al fuego... Los Reyes Magos –inefables Melchor, Gaspar y Baltasar- eran unas imponentes figuras que bajaban de las montañas montadas en sus camellos...
Calle del Rosario esquina Arboleda, con los escaparates de la célebre tienda de "El Pequeño Siglo" en Torrebaja (Valencia). |
Había otra tienda en la carretera, la del tío Ceferino –me refiero a Ceferino Gómez Martínez (Torrebaja, 1915)-, donde se expendían “Vinos y Licores”; ésta era una tienda frecuentada en exclusivo por hombres, donde la consumición típica era la cazalla y el vino con cacahuetes o tramusos, pero donde también se exponían juguetes colgados de unas estanterías que había a la izquierda, en la parte alta...
Respecto a las comidas navideñas, recuerdo que mi madre cuidada mucho la de Noche Buena y el día de Navidad, con la mesa bien dispuesta y la vajilla, cristalería y cubertería de su boda; y menos la cena de Noche Vieja, aunque nunca faltaron los dulces habituales ni las uvas de fin de año, ni la calabaza asada -mi postre preferido en invierno, junto con las manzanas y naranjas-. Por la tarde de ese último día del año mi padre bajaba de la cambra unos enormes racimos de uva, que tenía allí colgados, para seleccionar los mejores granos... Recuerdo que las uvas las tomábamos, como ahora, al compás de las campanadas del reloj de la Puerta del Sol, pero escuchadas a través de la radio, porque tele no había... Eran momentos sencillos, aunque plenos de íntima felicidad; pues, desde bien temprano supe que aquellas celebraciones, con toda la familia unida no iban a durar siempre. Por eso me entristecía cuando mi madre cantaba aquel villancico cuyas estrofas finales o estribillo dicen:
La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va,
y nosotros nos iremos y no volveremos más...
Calle del Rosario esquina Arboleda, con los escaparates de la célebre tienda de "El Pequeño Siglo" en Torrebaja (Valencia). |
El belén de casa de mis padres.
En nuestra casa de Torrebaja se comenzó a poner el belén siendo nosotros pequeñitos... Cuando nos hicimos mayorcitos mi madre nos enviaba a mi hermano y a mí a recoger algunas ramas de pino o ciprés para hacer la cueva del nacimiento, y musgo para formar el verde de las montañas... Las ramas de ciprés las cogíamos de uno enorme, que había en la partida de Los Callejones; pero si nos decidíamos por el pino íbamos hasta La Loma, donde crecían buenos ejemplares de pinos negrales. Pero el verdín lo cogíamos de la acequia de La Hoya... Después había que poner una mesa en un rincón del comedor y comenzar la preparación, empezando por formar la cueva del Nacimiento y el piso de paja, con la mula y el buey, la Virgen y san José y la cunita con el Niño dentro. Seguidamente colocábamos el resto de figuras, los pastores con corderitos o brazados de leña al hombro, camino del pesebre, para ofrendarlos al Niño Dios. Nuestro belén tenía muchas figuritas de barro coloreadas, unas mayores que otras, pero todas muy bonitas; al final le añadimos una piara de cerditos... Pastores y pastoras, mujeres lavando en el río -que figurábamos con un trozo de espejo-, un puente y variedad de animalitos: corderitos, ocas, gallinas y un gallo de cresta colorada... y los Reyes Magos, montados sobre sus camellos y conducidos por pajes de trajes exóticos, tocados con turbantes. Cada figura la íbamos colocando donde nos parecía, con las inevitables discusiones... Nuestro belén procedía de Barcelona, desde donde nuestras tías nos enviaban las figuritas, incluyendo el “caganet” o "caganer", que siempre situábamos tras una roca o arbusto e íbamos cambiando cada día de lugar, como al gallo de cresta colorada... Lo último en colocar era la estrella de oriente que guiaba a los Reyes Magos; la poníamos sobre la entrada de la cueva del pesebre, junto al ángel que anunciaba la Buena Nueva, y que hacíamos recortando un trozo de cartón y pintándolo de rojo y amarillo –porque el papel de aluminio no se había inventado todavía-.
En nuestra casa de Torrebaja se comenzó a poner el belén siendo nosotros pequeñitos... Cuando nos hicimos mayorcitos mi madre nos enviaba a mi hermano y a mí a recoger algunas ramas de pino o ciprés para hacer la cueva del nacimiento, y musgo para formar el verde de las montañas... Las ramas de ciprés las cogíamos de uno enorme, que había en la partida de Los Callejones; pero si nos decidíamos por el pino íbamos hasta La Loma, donde crecían buenos ejemplares de pinos negrales. Pero el verdín lo cogíamos de la acequia de La Hoya... Después había que poner una mesa en un rincón del comedor y comenzar la preparación, empezando por formar la cueva del Nacimiento y el piso de paja, con la mula y el buey, la Virgen y san José y la cunita con el Niño dentro. Seguidamente colocábamos el resto de figuras, los pastores con corderitos o brazados de leña al hombro, camino del pesebre, para ofrendarlos al Niño Dios. Nuestro belén tenía muchas figuritas de barro coloreadas, unas mayores que otras, pero todas muy bonitas; al final le añadimos una piara de cerditos... Pastores y pastoras, mujeres lavando en el río -que figurábamos con un trozo de espejo-, un puente y variedad de animalitos: corderitos, ocas, gallinas y un gallo de cresta colorada... y los Reyes Magos, montados sobre sus camellos y conducidos por pajes de trajes exóticos, tocados con turbantes. Cada figura la íbamos colocando donde nos parecía, con las inevitables discusiones... Nuestro belén procedía de Barcelona, desde donde nuestras tías nos enviaban las figuritas, incluyendo el “caganet” o "caganer", que siempre situábamos tras una roca o arbusto e íbamos cambiando cada día de lugar, como al gallo de cresta colorada... Lo último en colocar era la estrella de oriente que guiaba a los Reyes Magos; la poníamos sobre la entrada de la cueva del pesebre, junto al ángel que anunciaba la Buena Nueva, y que hacíamos recortando un trozo de cartón y pintándolo de rojo y amarillo –porque el papel de aluminio no se había inventado todavía-.
La noche mágica de Reyes.
No cabe duda que cada familia tiene sus peculiaridades, y en lo que hace a la tradición de los Reyes Magos no iba a ser una excepción. Mis recuerdos de esa época no deben verse, pues, como una generalización; lo que escribo son tan sólo mis recuerdos de aquellos años más o menos desfigurados por el tiempo y la forma en que creo los viví... Mi hermano y yo esperábamos la noche de Reyes con gran expectación, como pienso hacen los niños de todas las casas en nuestra cultura, tanto de hoy como de entonces... Nuestra casa poseía en la parte de atrás un patio exterior con una puerta que daba a otro recinto por donde corría un ramal de la acequia de Castielfabib, que regaba la zona de La Porcal. Dicho patio se hallaba dividido por una escalera que bajaba de la casa a la acequia; en uno de los lados había balconcito con una baranda de hierro que daba sobre una parte de patio... En dicho balcón colocábamos varios recipientes, uno con trigo o cebada, otro con maíz desgranado y alguna panoja suelta, y un cubo o gaveta con agua..., todo ello para alimento y bebida de las caballerías de Sus Majestades. En los belenes se representa a los Magos montados en camellos, pues son animales propios del desierto; pero yo intuía que a Torrebaja vendrían en caballos, como era lo propio... Porque, aunque en esa época de la infancia todo resulta mágico –asombroso e intemporal- no acababa yo de ver aquí camellos... Nosotros ya escribíamos carta a los Reyes, y sin olvidar el sello la poníamos con todo cuidado en un buzón que había en el estanco. La noche mágica había que acostarse temprano y no hacer ruido, para no asustar a las cabalgaduras ni a los pajes. La mañana del día de Reyes nos despertábamos temprano y con viva emoción nos levantábamos para ver lo que nos habían dejando. Los regalos los encontrábamos al pie de la cama, dentro de sus envoltorios, basados en papel de embalar: recuerdo con especial intensidad un triciclo con el asiento de madera y un balancín con forma de caballo de cartón; un soldadito con casaca roja, que al caminar golpeaba los platillos, una sillita, un patinete, un juego de birlos, un camión de madera..., además de las golosinas de caramelo y carbón dulce, y alguna moneda suelta. Eran los regalos habituales en aquel tiempo, con los que mi hermano y yo nos poníamos a jugar de inmediato... No lo recuerdo, pero puedo imaginar la emoción de mis padres al observar nuestra ingenuidad, mezcla de alegría y sorpresa ante los regalos, saltando sobre la cama... Porque –como dice el clásico- las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen –Baltasar Gracián, dixit-. En el balconcito donde habíamos puesto el pienso había desaparecido el agua del cubo: Mira, los animales se han bebido el agua... –interpretaba mi padre-. Y dentro de los capazos del pienso aparecían también algunas castañas, naranjas o mandarinas -frutas aquí entonces infrecuentes, que constituían una verdadera delicia-.
Calle del Rosario, escaparates de la antigua tienda de "El Estanco" en Torrebaja (Valencia). |
En suma: hoy –después de tantos años y ya camino de la madurez- todavía recuerdo con emoción y añoranza aquellos dulces días de mi infancia en la Torrebaja de los años cincuenta... Y agradezco a mis padres que pudieran darnos a mi hermano y a mí aquellos momentos de felicidad, de la misma forma que doy gracias a Dios por habernos dado a mi esposa y a mí el poder ofrecérselos a nuestros hijos. ¡Padres, no regateéis felicidad a vuestros hijos; porque al final el recuerdo de su contento será lo único que permanezca...!
Pero mi infancia no terminó con el despuntar de la pubertad, en la adolescencia, sino mucho antes: precisamente un año en vísperas de Reyes, cuando un chico mayor, señalándome ante los demás, exclamó: “¡Éste todavía no se ha enterado que los Reyes son los padres...!” –me quedé tan pasmado que no supe qué contestar, y me marché corriendo a casa, no sé si llorando a preguntárselo a mi madre-; ella, lógicamente, lo negó, pero ya nunca fue igual, porque la duda había penetrado en mi alma... Recuerdo que esto sucedió saliendo de “Casa Ceferino” y el chico que lo dijo era Daniel (a) el Sastrecilllas; todavía no se lo he perdonado, aunque tendré que hacerlo... ¡No en vano estamos en Navidad! Vale.
© Alfredo SÁNCHEZ GARZÓN.
De la Real Academia de Cultura Valenciana (RACV).
[1] Memoria (proceso). (2011, 23 de diciembre). Wikipedia, La enciclopedia libre. Fecha de consulta: 09:07, diciembre 27, 2011 desde http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Memoria_(proceso)&oldid=52427726.
[2] Dice el testimonio: <Contaba mi padre –se refiere a José Garzón Casino- que cuando estuvieron a Madrid, donde él ejercía como guardia de seguridad, también trabajaba en una cuadrilla de podadores en los jardines del Palacio Real y en más de una ocasión el rey niño –se refiere a Alfonso XIII- se escapaba de sus cuidadores y se iba a almorzar con los podadores, entre los que se hallaba el abuelo José...> -según refería Francisca Garzón Casino (1914-99)-.
[3] DE MIGUEL, Amando. Sociología del franquismo, Editorial Euros, Colección “España: punto y aparte”, Barcelona, 1975, pp. 32-33.
[4] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. Luis Gómez Martínez, la persistencia de la memoria, en: Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, 2009, vol. III, pp. 201-207.
1 comentario:
Alfredo es un relato precioso, se lo he impreso a mi madre para que lo lea, ella es mucho mayor que tú y también me cuenta de cómo celebraban las navidades.
Sólo tuvo Reyes mientras vivió su abuelo que murió cuando ella tenía ocho años, y recuerda de ir a los escaparates del estanco a ver las muñecas de trapo.
Eran otros tiempos, con muchas penurias, pero creo que a su vez con mucha ilusión y esperanza.
Como siempre un placer pasear por tu blog. Un abrazo
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