Relato
corto –entre la anécdota y la historia- referido al
Rincón de Ademuz.
“Incierto es el lugar
en donde la muerte te espera;
espérala, pues, en todo
lugar”.
Séneca (2 a JC),
filósofo latino.
Palabras previas.
Aunque nacido en la calle de san Roque en Torrebaja, me crié en la calle del Rosario... Frente a la casa de mis padres se abría la calle del Sol, vía que daba a Los Callejones, una partida del término situada en la zona meridional del caserío, y de la que ya dije al escribir del tilo de doña Visita.[1]
El tramo inicial de la calle del Sol formaba un espacio singular, pues por el centro de la calleja discurría una acequia descubierta, ramal de la acequia vieja de Castielfabib que servía para regar la parte de La Porcal y otras zonas de huerta. Dicho curso de agua aprovechaba de lavadero, pues allí acudía las mujeres y mozas con sus gavetas para fregar los cacharros. Con el tiempo la acequia fue cubierta, y el espacio urbano se amplió, permitiendo el paso de vehículos. De mi infancia recuerdo una anécdota relacionada con esta acequia, cuyo relato ha permanecido vivo en mi imaginación, pues me turbó indeleblemente.
Contaba mi padre -me refiero al señor Alfredo Sánchez Esparza (1905-84)- que después de la guerra a un chico del pueblo le mordió un perro afectado de rabia propiedad de Armando León, y el muchacho adquirió la enfermedad. Y en cierto momento, al pasar frente a la acequia de la calle del Sol y verse reflejado en el agua, el infectado se puso como loco y gritaba; después se tiraba a morder, babeaba y no había manera de sujetarlo. Por eso tuvieron que llevarle a Valencia, allí le pusieron una inyección para matarle. Esta y no otra debió ser la razón de que nunca tuviéramos perro en casa. Como decía, cuando mi padre me contó por primera vez esta historia me quedé profundamente impresionado, pues no acababa de concebir cómo pudieron ponerle al paciente una inyección letal; yo pensaba en el pobre chico, en sus padres y hermanos, y en su amigo Armando...
Calle del Sol en Torrebaja (Valencia), con la calle del Rosario al fondo (2013). |
Testimonio,
evocaciones y remembranzas de uno de los afectados.
Han pasado muchos años desde que supe de esta historia, pero no fue hasta hace unos días que me decidí a investigar la veracidad de la misma. Para iniciar la pesquisa me dirijí a mi vecino, el señor Armando, que no es otro que aquel chico amigo del joven al que mordió el perro rabioso, para que me contase lo que recordara de aquel asunto. El testimonio de mi vecino, señor Armando León Valero (Vallanca, 1924), hijo de Justo y de Vicenta, dice lo que sigue:
- Sí, todo eso es cierto, ocurrió hacia 1940, cuando yo tenía sobre 16 años... Yo nací en Vallanca, el pueblo de mi padre y de mis abuelos paternos, pero mi madre procedía de Los Santos, aldea de Castiel. Al poco de nacer yo mis padres se instalaron en Torrebaja, nuestra casa estaba donde tú sabes, en la calle de san Roque esquina con la plaza del Ayuntamiento. Teníamos un perro jovencico, procedente de la camada de una perra loba del padre de Antonio el Bruno; como era tan pequeño yo lo cogía en brazos. Estando yo y el perro en la puerta de mi casa pasó por allí el tío Francisco, padre de Antonio el Viejete, parece que iba por paja a las Eras, y llevaba con él un perro que tenía... No sé que pasó, pero el perro del tío Francisco se tiró a morder a mi perrico, y todo fue que en la mordida le rompió al mío un colmillo de abajo. El hombre siguió su camino y aquello pasó. Pero a los pocos días, iba yo con mi perro por la parte de La Recaba y estaba allí un amigo mío de nombre Joaquín Báguena, hermano de Ramón el de la Risicas y de Pepe y mi perro se le tiró y le mordió en el dedo de una mano... Sí, Joaquín estaba en un huerto de sus padres, arreglando unos caballones donde había plantado judías... Como te decía, mi perrico se acercó a Joaquín y le mordió en un dedo, atravesándole la uña, pero por el lado opuesto, como al perro le faltaba el colmillo de abajo no lo hizo nada. Mi perro empezó a mostrarse agresivo y mordedor; otro día se le tiró a José Olmo, que vivía en La Venta, pero sólo de rompió el pantalón. Por eso fue que mi padre le dio un golpe en la cabeza y lo mató. Claro, pensaron que pudiera estar rabioso, por eso fue matarle. Lo mató y le cortó la cabeza, pues hubo que llevarla a Valencia, para que la estudiaran. Debió ser por consejo del médico o del veterinario, no sé... Sí, la envolvería en algún trapo o lo que fuera. A Valencia fuimos con un camioncico de uno de Casas Bajas que se dedicaba al transporte: fuimos mi padre y yo, y mi amigo Joaquín, que era un año mayor que yo... Claro, yo también tuve que ir, pues como te decía solía coger al perro en brazos y en esos días me mordió varias veces, en el brazo y en la mano...
El señor Armando León Valero (Vallanca, 1924), en la plaza del Ayuntamiento de Torrebaja (Valencia), 2009. |
Continúa
diciendo:
- Con el camión del de Casas Bajas fuimos a Teruel, y de allí a Valencia en tren... En Valencia fuimos al Instituto Provincial de Higiene, que estaba al otro lado del río, entre la tabacalera y el campo de fútbol, para que analizaran el perro, y al ver el cerebro dijeron que sí, que tenía la rabia... Por eso tuvimos que quedarnos allí en Valencia, para el tratamiento que tenían que ponernos. Nos hospedamos en la fonda El Pilar, que estaba por la zona del Mercado Central, allí estuvimos hospedados los tres... Por la mañana y por la tarde teníamos que ir al Instituto Provincial de Higiene y allí nos aplicaban unas inyecciones en la piel del vientre, las inyecciones hacían mucho daño... Con nosotros habría quince o veinte personas que también venían a ponerse las inyecciones: entre otros estaba Maruja la Barbera, hija de don Nicolás Tortajada y un chico de Val de la Sabina. Mi padre nos llevaba a pasear por Viveros, para que viéramos los monos y los pájaros, pero nosotros no teníamos ganas de ver monos ni nada, pues ya te digo que las inyecciones nos dejaban muy doloridos... Mi padre estuvo algunos días con nosotros, pero como tenía faena en el campo se volvió a Torrebaja; esto sería en primavera o comienzos de verano... Además, nosotros ya estábamos mucho mejor, las inyecciones ya no nos dolían tanto, por eso fue dejarnos solos, porque ya éramos mayorcicos y sabíamos la ruta de ir y venir del Instituto... En Valencia estuvimos veinte días, poniéndonos el tratamiento contra la rabia. Aquello le costó mucho dinero a mi padre, imagínate, con el poco que había entonces... Al terminar las inyecciones nos aconsejaron que no debíamos bañarnos y evitar las tormentas; sí, para no mojarnos, esto durante un año... Sólo podíamos lavarnos y asearnos con un trapo húmedo. Cuando terminó el año yo todavía tenía miedo de bañarme, y pasó mucho tiempo hasta que me olvidé de aquello...
Calle de san Roque en Torrebaja (Valencia), vista desde la plaza del Ayuntamiento (2013). |
Sigue
el relato:
- Cuando terminamos el tratamiento vino mi padre a Valencia, nos recogió y regresamos a Torrebaja. Aquí continuamos nuestra vida de siempre, aunque ya te digo, con el aviso de no mojarnos... Pero Joaquín no hacía caso, iba a bañarse al río y no se cuidaba nada... Recuerdo una vez que subí a Vallanca por las fiestas de san Roque a ver a los abuelos -esto fue en agosto-, y estando en el campo comiendo ciruelas asomó una tormenta: asustando me fui corriendo hacia el pueblo y al llegar al porche que hay a la entrada comenzó a llover a cántaros; ¡imagínate el susto!, pues ya te digo que nos habían recomendado evitar la lluvia, que no nos mojáramos... Pero Joaquín no se cuidaba nada, se iba a Los Llanos a comer higos y uvas, a bañarse al río... El caso fue que Joaquín comenzó a ponerse mal, y comentaron si tenía la rabia... Dijeron de llevarlo de nuevo a Valencia; recuerdo que lo llevaron en un coche que tenía Elpidio, sujeto entre dos personas, una a cada lado. Sí, los médicos del Instituto confirmaron que Joaquín tenía la rabia, que no había nada que hacer. Por eso fue de ponerle una inyección para matarle... Creo que la familia de Joaquín Báguena vivía en la calle Fuente, por encima de las Escuelas, donde todavía vive su hermano Pepe...
Y
termina diciendo:
- Dijeron que Joaquín tenía la rabia y que no había nada más que hacer, por eso fue de ponerle la inyección... No, creo que aquí ya no trajeron a Joaquín, debieron enterrarlo en Valencia; pero eso no lo recuerdo... Después de la muerte de Joaquín, sus hermanas denunciaron a mi padre como responsable, pues yo era el amo del perro que había mordido a su hermano... Hubo que ir a Chelva al juicio, y mi padre llevó como testigos a Heliodoro Provencio de Torrealta y al padre de Jesús el Chimba, que habían visto a Joaquín: uno le vio mojado y el otro bañarse en el Turia, en el pozo debajo de La Venta... Claro, el juicio lo ganó mi padre, lo exculparon porque Joaquín no había hecho caso de los consejos de los médicos, conforme no se mojara; no, no se había cuidado... Del perro del tío Francisco el Viejete nada se supo, debieron matarlo y no dijeron nada...
Fachadas de viviendas en la calle Fuente de Torrebaja (Valencia), 2013. |
Comentarios
al testimonio.
La
anécdota que contaba mi padre, conforme Joaquín gritaba, babeaba y se ponía
agresivo al pasar por la acequia de la calle del Sol, debió suceder después del
tratamiento aplicado en Valencia, entre ese momento y el inicio de la
enfermedad, pues fue entonces cuando le llevaron de nuevo al Instituto
Provincial de Higiene, donde le diagnosticaron la enfermedad. El tratamiento
antirrábico que aplicaron a Armando y a Joaquín en Valencia no debió ser
efectivo para este último. La rabia o hidrofobia es una enfermedad vírica que
ataca al sistema nervioso central, causa inflamación del encéfalo y se
transmite preferentemente por la mordedura de distintos animales contagiados:
perros, gatos, murciélagos, zorros, lobos... El hecho de que Joaquín se
excitara o pusiera agresivo y escupiera al pasar frente a la acequia se
entiende porque la vista y el ruido del agua o su contacto provocan espasmos y
contractura dolorosa en los músculos de la faringe, lo que se manifiesta en la
dificultad de tragar de estos enfermos, en la apertura de la boca y el baboseo; también en el ahogo y
las arcadas...
Parece que entre la mordedura del animal y la manifestación de la enfermedad pasaron algunos meses, lo que se explica por el tiempo de incubación del virus, que puede ser de varias semanas hasta un año o más, con una media de veinte días: una vez declarada la enfermedad, el pronóstico es mortal en la mayoría de los casos, falleciendo en una semana. La muerte se produce por paro cardíaco, tras entrar en coma, o por infecciones secundarias. Cuando llevaron a Joaquín a Valencia en el coche de Elpidio, sujeto entre dos personas, el paciente debía encontrarse ya en la fase neurológica de la enfermedad, caracterizada por “hiperactividad, ansiedad, depresión, delirio, sentimientos de violencia, ganas de atacar, parálisis, espasmos faríngeos (horror al agua).[2] Las palabras del señor Armando: Por eso fue de ponerle una inyección para matarle... –hacen pensar que a Joaquín le aplicaron algún sedante, tras el cual entró en coma y falleció-.
Parece que entre la mordedura del animal y la manifestación de la enfermedad pasaron algunos meses, lo que se explica por el tiempo de incubación del virus, que puede ser de varias semanas hasta un año o más, con una media de veinte días: una vez declarada la enfermedad, el pronóstico es mortal en la mayoría de los casos, falleciendo en una semana. La muerte se produce por paro cardíaco, tras entrar en coma, o por infecciones secundarias. Cuando llevaron a Joaquín a Valencia en el coche de Elpidio, sujeto entre dos personas, el paciente debía encontrarse ya en la fase neurológica de la enfermedad, caracterizada por “hiperactividad, ansiedad, depresión, delirio, sentimientos de violencia, ganas de atacar, parálisis, espasmos faríngeos (horror al agua).[2] Las palabras del señor Armando: Por eso fue de ponerle una inyección para matarle... –hacen pensar que a Joaquín le aplicaron algún sedante, tras el cual entró en coma y falleció-.
Del testimonio se deduce que el motivo de que se declarase la enfermedad en Joaquín y no en Armando, fue por no haber seguido aquél la recomendación de los médicos, conforme no se mojara... Entendemos que no existe relación de causa efecto entre el agua y la enfermedad, pues el horror al agua es un síntoma y signo de la rabia, no la causa. Probablemente, sin haberse mojado la enfermedad se le hubiera declarado igual, pues estaba infectado, y el tratamiento aplicado en Valencia no pudo prevenir el mal.
Asimismo, se alude al perro del padre de Antonio el Viejete como portador inicial de la rabia, pues fue el perro de éste el que mordió al de Armando. Obviamente, esto no es más que una hipótesis, ya que sin conocer el comportamiento posterior del primer perro, ni su estudio forense, no puede afirmarse de forma taxativa que este animal fuera el vector primero de la enfermedad. Y nunca lo sabremos, pues según el testimonio, “del perro del tío Francisco el Viejete nada se supo, debieron matarlo y no dijeron nada...”.
Vista parcial de la calle del Rosario en Torrebaja (Valencia), desde la calle del Sol (2013). |
Acerca
de algunos personajes que se citan en el texto.
Respecto
a los personajes que intervienen en la historia, podríamos considerar que el
protagonista principal es el joven Joaquín Báquena Martínez
(ca.1923-1940), fallecido de rabia en Valencia. Joaquín era hermano de Mercedes
(1917-62), Ramón (Torrebaja, 1919), Aurora (+2012) y Pepe -el último todavía
vive-. Desconocemos su lugar de nacimiento, pues su nombre no se halla
registrado en las Actas de Bautismo ni en las de Defunción, pero sí puede
consultarse la de Matrimonio de sus padres –José Báguena y María Martínez-
casados en la parroquia de Torrebaja -en 1915-:
- En el Pueblo de Torrebaja, Provincia de Valencia/ Diócesis de Segorbe a diez y nueve de Junio del/ año mil nuevecientos quince: Yo D. Luis/ Tortajada, Pbro. Cura propia de esta parroquia/ desposé y casé por palabras de presente, dije mi-/ sa, velé y conferí la bendición nupcial a José/ Baguena Tortajada soltero de mayor edad/ hijo legítimo de los difuntos Ramón y María/ natural y vecino de esta parroquia de una/ parte y de otra a María Martínez Martí-/ nez, también soltera de mayor edad, hija legí-/ tima del difunto Joaquín y Joaquina, natu-/ ral y vecina de esta parroquia, habiendo prece-/ dido las tres canónicas moniciones y demás re-/ quisitos necesarios para la validez y licitud/ de este contrato sacramental, siendo testigos/ Tomas Gomez y Julio de la Salud. Y para que/ conste lo firmo. Luis Tortajada, Prbro./ Cura.[3]
Traigo aquí esta certificación de matrimonio de principios del siglo XX, pues, además de procedente, resulta difícil sustraerse a la particularidad de la misma, ya que contiene expresiones tan bellas como “desposé y casé por palabras”, “dije mi-/ sa, velé y conferí la bendición nupcial”, “canonicas moniciones”, “validez y licitud/ de este contrato sacramental”, que no encontramos en las Actas actuales. Asimismo, se conserva en los registros parroquiales el Acta de Bautismo de su hijo Ramón, la cual nos permite averiguar la genealogía familiar del difunto Joaquín Báguena Martínez y sus hermanos.
Líneas genealógicas de la familia Báguena-Martínez.
Nombre y apellidos
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padres
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Abuelos
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Paternos
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Maternos
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Mercedes,
Ramón, Aurora, Joaquín y José.
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José Báguena Tortajada, de Torrebaja.
María Martínez Martínez, de Torrebaja.
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Ramón Báguena Codes, de Los Santos (Castielfabib).
María Tortajada Luis, de Torrebaja.
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Joaquín Martínez, de Torrebaja.
Antonia Martínez, de Torrebaja.
|
Elaboración
propia (2013).
En relación con el señor José Báguena Tortajada existe una anécdota referida por la vecina Trinidad Martínez Arnalte, que alude a cierto momento de la Guerra Civil (1936-39) en Teruel:
- Contaba mi padre –se refiere al señor Gregorio Martínez Gómez (1895-1986)- que un día hicieron un caldero de gachas en el cuartel de la Guardia Civil. Estaban Modesto Izquierdo, marido de María la Ricarda; el Frailecico, padre de los hermanos José y Ramón Báguena, casado con María la Manzana, que era guardia (civil); Luciano, su primo, también guardia, y el tío Miguel el Mosquito, uno del pueblo. Y eso, que hicieron un caldero de gachas y una miaja de juerga. Y alguien propuso: ¡Cuando termine la guerra, si estamos todos vivos, repetiremos la juerga...! Pero faltaron el Frailecico y Modesto. Y ya no quisieron hacer nada... Parece que el Frailecico murió de valiente, en el frente, porque era algo exaltado y no se protegía de nada –eso decía mi padre-. Según me contó el tío Avelino Esparza –se refiere al señor Avelino Esparza Gómez (1907-84)-: Modesto murió conduciendo un autobús, por hacerle un favor a un compañero. Los rojos empezaron a disparar al vehículo y lo acribillaron... –eso me contaba, que lo sabía porque también estaba él de guardia en Teruel-.[4]
La
historieta expuesta resulta curiosa, pues tuvo lugar en el Cuartel de la
Guardia Civil de Teruel durante la guerra: aquí se menciona a los padres de
Joaquín Báguena Martínez, nombrándoles por su nombre y mote con el que se les
conocía en el pueblo: José el Frailecico y María la Manzana.
Detalle de fachadas en la calle Fuente de Torrebaja (Valencia), 2013. |
En el relato
general se nombra también al
vecino Francisco Gómez Esparza, padre de Antonio el Viejete, dueño del
perro que mordió al perrito del señor Armando León Valero. Dicho señor
Francisco era hermano de Tomás, esposo de María Gómez Martínez (a) la Rita, de
Vicente, marido de Amalia Casino Argilés (a) la Risicas y de Teresa, esposa de
Manuel Cortés Chavarría (a) el Herrero.[5]
Cuando el informante dice: “Teníamos un perro jovencico, procedente de la camada de una perra loba del padre de Antonio el Bruno” –se está refiriendo al señor Antonio Pérez Luis de Torrebaja, esposo de la señora Felisa Díaz Martínez, padres éstos del señor Antonio el Bruno.
Cuando dice: “otro día se le tiró a morder a José Olmo, que vivía en La Venta, pero sólo de rompió el pantalón” –se está refiriendo al señor José Olmo Baseguer (Torrebaja, 1923), hijo de José Olmo Corbalán (1886-1962) y de Escolástica Baseguer, que vivía en las Casas de la Venta de Torrebaja. Según sabemos, el tal José Olmo emigró a América y allí casó con la señora Estela Espinosa Brito –esto fue en Puerto la Cruz (Venezuela), en 1963-.
Asimismo,
se menciona al señor Justo León Sánchez (1899-1978), esposo de la señora
Vicenta Valero Calvo (1895-1975), padres de Armando León Valero.
A Elpídeo Cañizares Gómez (1909-96), dueño del coche con el que llevaron
al joven Joaquín a Valencia, cuando ya se le había declarado a éste la
enfermedad. A Heliodoro Provencio Mañas (1893-1967) de Torrealta[6]
y a Tomás Díaz Gómez de Torrebaja, padre de Jesús el Chimba, testigos de
la defensa en el juicio habido en Chelva (Valencia) tras la muerte de Joaquín.
A Maruja Tortajada Fortea (a) la Barbera, hija de Nicolás y de María: la
señora Maruja se estaba aplicando el mismo tratamiento antirrábico que Joaquín
y Armando, y coincidió con ellos en el Instituto Provincial de Higiene de
Valencia, aunque desconocemos las circunstancias de este caso.
El señor Esteban Giménez Manzano (Torrebaja, 1922), en el Cementerio Municipal de Torrebaja (Valencia), junto a la tumba de su madre (2013). |
Otros
testimonios contemporáneos.
Finalizada
la composición del artículo, tuve la posibilidad de hablar con el señor Esteban
Giménez Manzano (Torrebaja, 1922), al que me encontré visitando el
Cementerio Municipal de Torrebaja. El señor Esteban reside con su hija en
Barcelona, adonde emigró hace ya muchos años, pero suele pasar el mes de agosto
en su pueblo. Cuando le pregunté si recordaba lo sucedido con Joaquín Báguena, me
dijo:
- Claro que lo recuerdo, Joaquín era un joven de unos 18 años, estudiante, muy aplicado... Al padre le llamaban Juan José, era guardia civil y murió en la guerra. Joaquín tenía varios hermanos, Mercedes, Ramón, Aurora y Pepe, el pequeño, que vive todavía... Parece que Joaquín estaba con Armando en el campo, y jugando con un perrico el animal les mordió, a él y a Armando... Les dijeron que no se mojaran, y recuerdo que Armando salía de casa siempre bien protegido, por si le cogía una tormenta... Pero Joaquín no se cuidaba, y se mojó... Contaban que una mañana Joaquín se levantó y al acercarse a la acequia dio un grito tremendo al ver el agua, y ese fue el comienzo de la enfermedad. Se lo llevaron a Valencia y allí le pusieron una inyección y murió... ¿A qué acequia me refiero?, pues una que había frente a la casa del tío Román el Tata, porque la familia de Joaquín vivía entonces en la calle del Rosario, en una casita que había junto a la de la tía Clara...
El
testimonio del señor Esteban resume lo que ya sabíamos, pero aporta un detalle
que aclara el episodio que contaba mi padre, conforme “al pasar frente a
la acequia de la calle del Sol y verse reflejado en el agua, el muchacho se
puso como loco y gritaba; después se tiraba a morder, babeaba y no había manera
de sujetarlo. Por eso tuvieron que llevarle a Valencia, y allí le pusieron una
inyección para matarle”. La casa de la calle del Rosario donde vivía la familia
Báguena Martínez –en 1940- se halla a pocos pasos de la acequia que pasaba por
el medio de la calle del Sol, entonces descubierta y utilizada como lavadero
público. Posteriormente, la familia de Joaquín se trasladó a la calle Fuente,
donde todavía vive José, el menor de los hermanos de esta progenie. Pero en el
año que ocurrieron los hechos que se narran dicha casa se hallaba en mal estado,
pues pudo resultar afectada por el bombardeo de la aviación nacional del 26 de
noviembre de 1938 que sufrió Torrebaja.[7]
Contamos también con el testimonio de la señora Trinidad Martínez Arnalte (Torrebaja, 1941):
- Yo no conocí a este chico por el que me preguntas, ni sé cómo le llamaban, porque no había nacido cuando murió, pero recuerdo haber oído decir a mí madre que lo tenía el tío Tomás el Rito en la tienda -se refiere al señor Tomás Gómez Gómez (1865-1955), fundador de un célebre comercio de ultramarinos de Torrebaja, conocido como El pequeño siglo-, para hacer los recados, vender y eso... El padre de este chico había muerto en la guerra, y la madre vivía en una casa que ahora tiene Lamberto el de Isabel la Jacinta, entre la de Antonia la Cristas y la de la tía Clara; ahí vivía la familia... Lo que yo sé es que al muchacho le mordió un perro que tenía Armando, y que no guardó la cuarentena... Decían que en la acequia del tío Román veía reflejado el perro, y también en la palangana de su casa: ¡Madre, el perro, el perro..! –decía señalando el agua del lavamanos-. Armando sí que guardó la cuarentena, pero Joaquín, como no tenía padre iba más suelto y no la guardó; por eso debió aparecerle la enfermedad... Cuando se lo llevaron a Teruel, él era consciente de lo que le pasaba; y también su madre, que sabía marchaba para no volver... A la madre le llamaban María la Manzana; yo la conocí y era muy buena mujer; parece que después de aquello ya no volvió a ser la misma... Cuando llegaron al hospital o donde fuera que lo llevaran, contaba mi madre que el chico le dijo a su madre: Madre, ¿aquí me trae...? -como diciendo que era un lugar de donde ya no saldría-. Luego le pusieron una inyección y murió...
La
informante ratifica el lugar donde vivía la familia de Joaquín, “en una casa
que ahora tiene Lamberto el de Isabel la Jacinta, entre la de Antonia la
Cristas y la de la tía Clara”, añadiendo algún detalle relativo a la hidrofobia
que padecen los afectados de rabia. Aquí se menciona Teruel como el lugar donde
se llevaron a Joaquín tras declarársele la enfermedad, pero según lo dicho
arriba fue a Valencia donde lo trasladaron.
Detalle de la lápida correspondiente a la señora Aurora Báguena Martínez, hermana de Joaquín, recientemente fallecida (2013). |
Palabras
finales.
El relato expuesto se basa en una anécdota referida por el padre del autor, conforme un chico afectado de rabia presentó una crisis de hidrofobia al pasar por la calle del Sol en Torrebaja, donde había una acequia abierta que discurría por el centro de la vía.
La veracidad de la anécdota se demuestra en la entrevista realizada al señor Armando León Valero (Vallanca, 1924), el cual aporta su testimonio como afectado, pues él también resultó mordido por su propio perro, junto con su amigo Joaquín Báguena Martínez. El joven Joaquín se contagió por la mordedura del animal, desarrolló la enfermedad y, pese al tratamiento aplicado en Valencia, falleció...
El suceso tuvo lugar en el contexto de la inmediata posguerra –año 1940-, cuando Joaquín tenía 17 ó 18 años. Las circunstancias socio-sanitarias del momento histórico debieron ser absolutamente extraordinarias. Prueba de ello es que en el Instituto Provincial de Higiene de Valencia, al tiempo que los jóvenes Joaquín y Armando, se estaban aplicando el tratamiento antirrábico una veintena más de personas, entre las que se hallaba “Maruja la Barbera, hija de don Nicolás Tortajada y un chico de Val de la Sabina”. Según hemos visto, al menos uno de aquellos presuntos afectados falleció...
En tratamiento antirrábico utilizado entonces se basaba en una serie de vacunas elaboradas con tejido nervioso de afectados de rabia, y se aplicaban en el abdomen mediante unas gruesas agujas, esto durante veinte días –una por la mañana y otra por la tarde- y eran muy dolorosas: nos aplicaban unas inyecciones en la piel del vientre, las inyecciones hacían mucho daño... –dice el testimonio-. Como tratamiento preventivo, en la actualidad se utilizan vacunas elaboradas con virus, mientras que el de post-exposición, además de la limpieza y desinfección de la herida, se basa en la aplicación de vacunas seriadas, y una dosis de inmunoglobulina de rabia humana (HRIG) puesta en torno de la mordedura y en un punto alejado de la misma.[8]
No se han hallado de momento registros documentales del caso, tampoco la partida de bautismo ni la de defunción de Joaquín. La explicación puede hallarse en que no nació ni falleció en Torrebaja. Respecto del nacimiento, puede que viniera al mundo en alguno de los lugares donde estuvo destinado su padre, que era guardia civil; en cuanto a la defunción, sabemos que falleció en un centro sanitario de Valencia.
El señor Armando León Valero (Vallanca, 1924), que sobrevivió al episodio de rabia (2009). |
En suma: dadas las circunstancias
concurrentes, el suceso quedó en el acervo
popular como un hecho singularmente dramático, a lo que colaboró la juventud del afectado y la forma de su muerte. Pues en la
creencia general de los vecinos consultados se halla la idea de que al resultar
contagiado y no tener la enfermedad cura, para evitarle sufrimientos al paciente
“le pusieron una inyección para matarle” –cuando lo propio es pensar que le
aplicaran un sedante-. Vale.
[1] SÁNCHEZ
GARZÓN, Alfredo. El tilo de los Callejones, un árbol centenario en Torrebaja (Valencia), en la web Desde el Rincón de Ademuz, del jueves 13 de junio de 2013.
[3] Archivo
Histórico Parroquial de Torrebaja [AHPTb], Libro de Matrimonios, Año 1915, fol.
55r.
[4] SÁNCHEZ GARZÓN,
Alfredo (2009). Trinidad Martínez Arnalte (Torrebaja, 1941), la persistencia de la memoria, en Del
paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, vol. III, p. 264.
[5] <Tomás Gómez Esparza fue
asesinado en el cementerio de Villel (Teruel), durante la Guerra Civil (1936-39),
junto a su cuñado Manuel Gómez Esparza, a su suegro el señor Ignacio Gómez
Gómez y a Aurelio Cortés Soriano>. SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo (2009). Anexo
al artículo: Contra las tapias del cementerio de Villel (Teruel), en: Del
paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, vol. III, p. 477.
[6] SÁNCHEZ
GARZÓN, Alfredo. Francisco Provencio Garrido (1923-2019), natural y vecino de Torrealta (Torrebaja), en la web Desde el Rincón de Ademuz, del sábado 10 de diciembre de 2011.
[7] ID (2009). Acerca
del bombardeo de Torrebaja del 26 de noviembre de 1938, en Del
paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, vol. III, pp. 17-33
y 522-525.
[8] Organización
Mundial de la Salud (OMS), Centro de Prensa, Rabia.
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