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lunes, 24 de febrero de 2014

UN CIUDADANO CORRIENTE, A PROPÓSITO DE LA ASONADA DEL 23-F DE 1981.


Reflexiones y soliloquios de un lugareño.


En última instancia,
“Los hombres se dividen en dos bandos:
los que aman y crean y los que odian y destruyen”
-José Martí (1853-95),
político y poeta cubano de origen español-



            Ayer se cumplió el 33º aniversario del fallido Golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, tenía yo 29 años, camino de 30. Por aquella época me hallaba en Cartagena, cumpliendo el servicio militar obligatorio. Sí, estaba yo ya un tanto talludito, pues me sucedió lo que a aquel personaje de un cuento de Samuel Beckett (1906-89) -Primer amor (1973)-, en cuya lápida había un curioso epitafio que decía: Yace aquí quien tanto huía que también de ésta escaparía... –también yo pensaba librarme de la mili, por eso agoté todas las prórrogas, pero no me valió-. Al final tuve que ir, y por suerte o por desgracia me tocó la Marina, en cuyo cuerpo pasé dieciocho largos meses de mi vida...

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El autor en La Azohía-Mazarrón (Murcia), con lepanto, peto nuevo y tafetán (diciembre de 1980).
          Como marinero de oficio, mi destino fue Capitanía General y estuve en la Enfermería. Evocados en la distancia, no tengo tan malos recuerdos de aquella época, aunque para mí fue un tiempo complejo por diversas circunstancias en las que no entraré. De aquellos días recuerdo con especial emoción mis estancias en la playa de La Azohía cerca de Mazarrón (Murcia), adonde solía ir cada vez que tenía oportunidad, para bañarme, tomar el sol, leer y meditar. Esto fue en la primavera, verano y otoño de 1981. Había un antiguo torreón vigía en lo alto de la montaña, abocado al mar, sobre la Almadraba, desde donde se podía contemplar un paisaje marinero espléndido... Muchos años después volví por allí con mi mujer y mis hijos, el paisaje continuaba siendo hermoso, pero todo aquello había cambiado, las antiguas casitas de pescadores habían sido sustituidas por apartamentos y no había rastro de las pequeñas embarcaciones de pesca que yo conocí, rodeadas de redes por remendar y viejas anclas oxidadas.

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El autor en La Azohía-Mazarrón (Murcia), charlando con un lugareño (diciembre de 1980).

La mayoría de mis compañeros de mili eran gente sencilla, mucho más jóvenes que yo. En Capitanía los había de todas las profesiones, administrativos, albañiles, camareros, carpinteros, fresadores, tapiceros, mecánicos, sanitarios... Con algunos de ellos trabé amistad, aunque después no la he continuado. Como suele pasar, nuestras vidas se cruzaron un momento y luego cada cual siguió su camino, pero recuerdo que existía una sana camaradería entre nosotros. Había muchos catalanes, aunque la mayoría eran valencianos y murcianos. Ni el idioma ni la procedencia constituyeron nunca un problema. Uno de aquellos mozos, estudiante catalán de Bellas Artes, en agradecimiento por haberle curado de un contagio venéreo, me regaló un par de retratos al carboncillo, uno de mi novia y otro mío; y esto a partir de unas simples fotografías de fotomatón. Los dibujos son estupendos, todavía los conservo enmarcados, y no sólo porque son buenos o me lo parecen, sino porque mi novia de entonces acabó siendo mi mujer... Otro marinero, ebanista murciano de Calasparra, me hizo un pipario con recortes de madera, pues por entonces fumaba yo en pipa. También conservo aquel armarito, aunque ya dejé el nefasto hábito tabáquico... Con mis impresiones de entonces podría llenar un libro, pero no creo que aquellas batallitas de la mili pudieran interesar a nadie..., así que no las contaré. Soy consciente de que mis recuerdos sólo son significativos para mí, esto es, que no tienen más interés que el particular. Pero siempre es bueno, aunque sólo sea como ejercicio para la memoria, evocar el pasado, ¿qué hacíamos, dónde estábamos hace tantos o cuantos años, cómo ha evolucionado nuestra vida y sus circunstancias, qué ha sido de nuestras ilusiones y afanes de juventud? Por supuesto que mis palabras no van a formar parte de nada, pero muchas veces, sin darnos cuenta, participamos o somos testigos de la Historia, y nuestra opinión, la de la gente común, tiene también su relevancia y no tenemos por qué ocultarla. No en vano la historia general se nutre de las pequeñas historias particulares...

Primera página del diario ABC del martes, 24 de febrero de 1981.

Particularmente, recuerdo con especial intensidad la larga noche del 23-F... Estaba yo en la Enfermería de Capitanía General de Cartagena, hablando por teléfono con mi novia de entonces, que me había llamado desde Valencia. Nosotros no podíamos llamar fuera de Capitanía, pero a través de la centralita sí podían pasarnos llamadas del exterior. Decía que estaba yo hablando, y que la novia me refería con pasmo lo que estaba ocurriendo en Valencia. Una hilera de tanques iba por las calles desiertas, no sé si por la avenida del Puerto, aunque nadie sabía bien lo que estaba ocurriendo, y estando en esta conversación entró el Tte. Coronel médico, el cual me ordenó colgar el teléfono de inmediato... Hablando para sus adentros recuerdo que comentó: ¡Ya era hora que apareciera en España alguien con un par de cojones...! –yo no entendí a qué se refería, eso lo comprendí después-. El médico jamás había venido a esa hora de la noche a la Enfermería, sólo aparecía un momento por la mañana a firmar recetas del personal y poca cosa más, pues a los marineros les atendíamos nosotros y un enfermero Subteniente que había... Además de la consulta y sala de curas, en la Enfermería cabían dos camas: en una dormía yo y en la otra un compañero. Aquel día estaba yo de guardia y el Tte. Coronel me dijo: Esta noche dormirá usted en el sollado, yo dormiré aquí... –absolutamente sorprendido me fui con mi petate al sollado, una nave enorme y llena de literas donde pernoctaba la marinería-. Tras el toque de silencio apagaban la luz y nadie hablaba, pero entre los ronquidos y otros retumbos aquello parecía una caja de disonancias. La gente estaba inquieta, nadie sabía bien lo que estaba ocurriendo, aunque intuíamos era grave, pues el ruido de sables, como el diálogo de puños y pistolas, siempre resulta amenazante. A la mañana siguiente me personé en mi puesto de la Enfermería, pero el Tte. Coronel no estaba. Al ir a deshacer la cama donde había dormido el oficial, vi debajo de la almohada una pistola enorme y me llevé un buen susto, dejé allí el arma y me fui a desayunar... Cuando volví la pistola ya había desaparecido..., así fue como viví aquellos momentos del intento de golpe de estado que hubiera podido cambiar la historia de España. Por los camareros y demás personal de servicio en la vivienda del Capitán General, sita en la parte alta del edificio, supimos que durante aquella larga noche el Almirante estuvo fuera hasta la madrugada...
En cualquier caso, yo continué mi servicio en Capitanía como hasta entonces, siendo uno de mis cometidos, entre otros, llevar el periódico a casa del Tte. Coronel médico. Vestido de uniforme iba a un kiosco por el diario, invariablemente el ABC, lo recogía y se lo llevaba a su domicilio. Contrariamente a lo que pudiera pensarse, no me resultaba degradante tener que llevar la prensa a casa del médico, pues aunque marinero también era yo de la profesión; al contrario, ya que el recado era motivo para pasar un buen rato fuera de Capitanía. El único inconveniente es que debía ir de uniforme, con el lepanto puesto, algo que me atormentaba... Durante el trayecto hojeaba la prensa, de esta forma me enteré de lo sucedido en el Congreso de los Diputados en Madrid. al Tte. Coronel médico le decían don Luis –persona de mediana edad y más bien seria-; no era mal tipo, pero sí distante y frío, por no decir indiferente. Conmigo siempre se portó correctamente, aunque nunca se interesó por los que estábamos en la Enfermería, ni por nuestras circunstancias personales. Tenía su despacho en una habitación junto a la enfermería, la estancia poseía un mobiliario fúnebre, de madera oscura y muy historiada, nada acorde con una consulta médica moderna. Su trabajo era rutinario, acudía porque no tenía más remedio y permanecía allí lo justo. Se le pasaba la firma en portafolios, con las recetas y otros documentos. A veces le dejábamos una nota, dándole aviso que su señora había telefoneado, para que la llamara. Pero él se limitaba a firmar, signado incluyo la nota del aviso. Cuando nos apercibimos de ello le poníamos nuestros propios permisos, y los firmaba. Una pequeña malicia que nunca tuvo consecuencias. No, no era mal tipo... Por otra parte, tampoco entendí nunca el comportamiento de otros oficiales y suboficiales, Capitán General incluido, por el aprovechamiento privativo que hacían del personal de marinería. Aunque sin poder generalizar, imagino que era una práctica común en todos los ejércitos...
Hoy no abogaría yo por la vuelta del servicio militar obligatorio, pero estimo que con un giro de 180º aquel periodo de la vida de tantos jóvenes españoles de entonces no hubiera sido un tiempo irremediablemente perdido. De la misma forma creo que la historia oficial que nos han contado sobre aquel triste episodio del 23-F no es completamente verdadera, al menos está incompleta o quedan muchos puntos oscuros y cabos por atar. A propósito de un interesante libro de Javier Cercas -Anatomía de un instante (2009)-:[1]
  • <El relato del 23-F sirvió para consolidar la imagen del rey Juan Carlos, al considerarlo desde todos los ámbitos el salvador de la democracia con su actitud aquella noche de febrero del año 1981. Todas las dudas o errores que cometió durante esas fechas, y las previas, fueron completamente escondidos o minusvalorados para instaurar el relato preferente que ha servido a la monarquía durante 30 años. Algo que también sucedió con todos los actores políticos y sociales que durante los días previos al 23-F conspiraron para instaurar un gobierno de concentración al margen de las urnas, y que posteriormente ganaron las elecciones y ocuparon cargos de responsabilidad>.[2]
Y continua:
  • <Los puntos negros del 23-F son aquellos elementos que fueron olvidados en el relato mayoritario e institucional, y que, si bien no significan una implicación directa de los actores en el golpe de Estado, sí señalan una irresponsabilidad política, unas maniobras completamente antidemocráticas o sombras sobre una actuación que trascienden el relato conocido...>.[3]

Primera página del diario El País, del martes 24 de febrero de 1981.

Pero quizá convenga que sea así... En cualquier caso, no soy un ferviente monárquico, aunque apoyo moderadamente la monarquía (y no por simpatía hacia la real institución y sus miembros, aunque cabría matizar), en especial después de lo ocurrido en los últimos meses con la imputación de una infanta de España por los tejemanejes de su señor marido. Bien está que se respete la presunción de inocencia, aunque el daño ya está hecho -tanto en las personas como para la monarquía-: si hay juicio y le absuelven mal, pues pensaremos que será por ser quien es y si lo sancionan peor, pues un rey con un yerno en cárcel no resulta admisible: ya no cabe término medio. La justicia recibirá presiones de todas partes y sea como fuere quedará en entredicho. Lo del monarca y la cacería de elefantes resulta también de mal gusto, en especial si se contempla con un fondo de cinco millones y pico de parados. Pero don Juan Carlos pidió perdón, algo que le honra frente a los políticos, que ni piden perdón ni dimiten por sus errores. El caso es que la gente común no entendemos como estos individuos, situados en lo más alto de la pirámide social, rodeados de prerrogativas y exenciones, tan finos y elegantes ellos, sin más mérito que la familia de pertenencia o por contrato matrimonial se muestren tan ávidos e insaciables.


Al mismo tiempo, y con todos los respetos hacia los que piensan lo contrario, rechazo la aparición y profusión de banderas republicanas en tantas y cuantas manifestaciones y eventos públicos se convocan -y ello venga o no a cuento-; pues fastidia a los espectadores o participantes en dichos actos que no comulgan con esa opción. De tanto reivindicarla a destiempo, la tricolor se ha convertido antes en signo de régimen que en símbolo de nación. Asimismo, siempre me ha sorprendido la desafección de una parte de la ciudadanía española por la bandera nacional, singularmente entre los llamados de izquierdas –entiendo que ser de un bando es distinto a ser de otro, ¡pero no mejor!: en cualquier caso, siguiendo el pensamiento del político y poeta cubano José Martí (1853-95), me inclino por los que aman y crean, frente a los que odian y destruyen, que en una contienda son los dos grupos de personas posibles-. ¡Qué envidia me produce al respecto la actitud de los norteamericanos de Estados Unidos ante su bandera! Aquí a los que hacen gala de su enseña les tildan de fachas, ¡valiente majadería! Yo me siento orgulloso de la mía, me refiero a la rojigualda ondeando al viento, en tanto representa a la gran nación española desde hace más de doscientos años (salvando el segundo periodo republicano). Y si mañana la cambiaran por otra distinta, respetaría y amaría la nueva, mientras siga simbolizando a nuestro país –me refiero a España-. Todo esto sin estridencias ni fanatismos. Ya lo decía Manuel Azaña (1880-1940): ¡España ya está creada..., lo que hace falta crear ahora es a los españoles! –no le faltaba razón al personaje-. Pero como decía el mismo presidente: Por ese lado, el país no da para otra cosa... –¡así nos ha ido, así no va, así nos irá!-.


En cualquier caso, estoy convencido de que en un régimen republicano de cualquier tipo, además de no aportar nada nuevo a la democracia y la justicia común (a los derechos de los trabajadores y a la libertad individual y colectiva), España se fragmentaría. Por otra parte, si algún día entramos en república, ¿tolerará el régimen banderas de otra forma de gobierno que no sea la propia? Habría que verlo..., ¡o mejor no! Por lo demás tenemos el precedente de los dos periodos republicanos habidos en nuestro país: la Iª República que apenas duró un año (1873-74) y tuvo cinco presidentes -aquí la “Niña Bonita” terminó como el gallón morón, ergo, “sin plumas y cacareando”-. Y la IIª República, que tuvo dos presidentes y duró cinco años (1931-36) -ésta concluyó todavía peor, en una espantosa e incivil contienda (1936-39) provocada por las acometidas de uno y otro lado, y que abrió la puerta a una larga dictadura autoritaria y personalista (1939-75)-. ¡El vencido vencido y el vencedor perdido! Aunque siempre habrá quien piense, ¡a la tercera va la vencida! Es posible, pero yo me digo: Si un sistema medio funciona, ¿por qué cambiarlo por otro que no sabemos cómo marchará? A fortiori, antes que cambiar, perfeccionar, mejorar y pulir lo que ya tenemos. Debo ser un conservador, mejor un liberal recalcitrante, ¡qué le vamos ha hacer!; pues no creo en las revoluciones, que se sabe cómo empiezan y no cómo terminan.  De ahí que los experimentos políticos de este tipo, mejor con gaseosa, porque en la España de hoy el problema no es la forma de gobierno, sino los políticos y sus trápalas. De ello tenemos ejemplos por doquier... Vale.
 

© Alfredo SÁNCHEZ GARZÓN.


[1] Anatomía de un instante. (2014, 15 de febrero). Wikipedia, La enciclopedia libre. Fecha de consulta: 12:42, febrero 24, 2014 desde http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Anatom%C3%ADa_de_un_instante&oldid=72590246.
[2] El relato de los héroes del 23-F y los sucesos escondidos, en: http://www.eltambor.es/2014/02/el-relato-de-los-heroes-del-23-f-y-los-sucesos-escondidos/, del domingo 23 de febrero de 2014.
[3] Ibídem.

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