Reflexiones y soliloquios de un
lugareño ante el hecho electoral.
“Piensa que, en este
país,
Lo que más se parece a
un hombre de izquierdas
Es un hombre de
derechas. […]
No lo dudes: esta
división es inservible”
-Josep Pla (1897-1981), periodista y escritor catalán bilingüe-.
Palabras previas.
Este va ser un año de elecciones,
están previstas municipales, autonómicas y generales; una verdadera zarabanda. Comprendo que en una
democracia son necesarios los partidos y las elecciones, pero tantas me
aturden. Además, ¡cada comicio debe costar un dineral! Mas la democracia es un
sistema político propio de países ricos; no hay, pues, que preocuparse.
Por otro lado pienso que es bueno
el tiempo electoral, porque el país precisa cambios urgentes, profundos, en
muchos órdenes de la vida política, económica, social. Tengo la impresión de
que en los últimos años hemos asistido al agotamiento del gran proyecto
histórico de la Transición, cuyos últimos estertores vimos a raíz del desastre
del “Prestige”, el 19 de noviembre de 2002; y poco después en la desventura
nacional que supuso el atentado terrorista de Atocha, el 11 de marzo de 2004.
La nefasta gestión de aquellos acontecimientos y la mezquina respuesta de la
oposición puso en evidencia su desencuentro en la empresa nacional. La propia
división entre las distintas asociaciones de víctimas del terrorismo manifiesta
esta falta de entendimiento. Resultado de todo ello fue la década siguiente,
prodigiosa en desaciertos...
Detalle de ramas de un álamo (Populus alba) en la ribera del Turia en Torrebaja (Valencia), 2015. |
El tedioso ejercicio de la
elección de un partido al que votar.
Me pasa lo que a un amigo, “que elegir a quién votar me
resulta un ejercicio tedioso, agotador, ya que por más vueltas que le doy no
consigo decidirme por ninguno”. Porque el voto es para mí asunto serio, no algo
intrascendente y baladí. Es más, pienso que a los políticos habría que
examinarles con lupa antes de “meterlos” en las listas, y que cada votante
debería demostrar previamente su suficiencia. Esta es la grandeza y miseria de
la democracia, que pretende que todos los votos sean iguales, cuando las
personas no lo son. En el caso de las autonómicas y generales, los partidos nos
presentan una lista de nombres desconocidos. ¿Qué sabemos de la mayoría de
estas persona?, ¡absolutamente nada! ¿A santo de qué debemos dar nuestra
confianza a personas que desconocemos? Además, soy de la opinión de que la Ley
electoral debe mejorarse sustancialmente, entre otras cosas para que finalmente haya
listas abiertas. Porque como le pasa a este amigo mío, “yo no soy un ciudadano
de voto fijo, de esos que, pase lo que pase y hagan lo que hagan, siempre votan
a los suyos, a su partido”. ¡Qué más quisiera yo que tener un partido a quien
votar! Pero no es mi caso, yo no tengo partido asegurado y tal como están las
cosas votar de forma irreflexiva es temerario. Tengo claro, sin embargo, que a
algunos partidos no los votaré nunca, jamás. Si ustedes tuvieran dos hijos en
paro con tres carreras universitarias comprenderían mi decisión. Cierto,
siempre queda la posibilidad de votar al menos malo, aunque no es ésta una
solución que me satisfaga. Están también los partidos emergentes, los que
tratan de hacerse un lugar en el panorama electoral y necesitan una oportunidad
–partidos vírgenes, inmaculados, porque nunca han gobernado-, pero de los que
apenas sabemos nada, ni cómo van a resultar. De ahí mi intranquilidad y
desconcierto…
La voz de un amigo, eco de la
conciencia.
Este amigo mío dice, “hace años tuve un partido que creí
me representaba, pero me equivoqué. Un partido puede ser como una novia, que al
principio te arrebata; pero que conforme la vas conociendo más te defrauda y
asquea”. Hay que reconocer que tiene su parte de verdad, “porque el trato y la
intimidad te permiten descubrir datos de su carácter, formas de ser y de
comportarse”. En mi caso descarto de entrada los partidos que entablan
conversaciones con terroristas, aquellos que los excarcelan o permiten su
excarcelación. Al respecto, dice mi amigo que “contra el terrorismo no cabe
otra solución que la pena de muerte, quien mata por esa causa, es justo que
muera por ella: lo contrario sería una temeridad”. No le falta razón, pero como
la pena capital está mal vista entre la progresía y resulta hipócritamente incorrecta, habría que
arbitrar, la cadena perpetua no revisable –no revisable al menos en treinta
años-. Dice también mi amigo, “no puedo votar tampoco a partidos corruptos, que
se han corrompido o consentido en la corrupción. Ni a los que han derrochado,
robado y arruinado el país, ni a los que engañan a sus votantes prometiendo lo
que saben no pueden cumplir, ni a los que propician la descomposición de la
Nación española en aras del presunto derecho a decidir…”. Comparto su
sentimiento, así que, por mi parte, ¡al carajo con ellos, que les den…!
Detalle de un bosquecillo de álamos (Populus alba) en la ribera del Turia en Torrebaja (Valencia), 2015. |
Una regeneración necesaria y
urgente.
Por último, respecto a las
autonómicas y generales, pienso que el país necesita una substancial
regeneración -moral, social, política...-, pero que, lamentablemente, ésta no
puede venir de la mano de los grandes partidos nacionales –léase PP y PSOE, que
ya sabemos lo que dan de sí- y menos de los nacionalistas. Mi amigo lo dice con
otras palabras, “de lo podrido solo puede surgir podredumbre y de lo mórbido,
enfermedad”. Seamos serios, ¿cómo vamos a votar a estos grandes partidos que en
tres décadas han sido incapaces de pactar las grandes cuestiones nacionales, la
educación, la sanidad, un plan hidrológico razonable, la política exterior...?
Porque la nación española tiene unos intereses concretos e irrenunciables,
independientemente de quien gobierne. Quedan los partidos emergentes, hoy
todavía menores, pero cuya proyección veremos en las próximas elecciones. El
futuro inmediato de éstos estará en los pactos que establezcan, ése y no otro
será su talón de Aquiles...
El panorama ordinario de las
elecciones municipales.
Respecto a las municipales, la cuestión es mucho más clara
y sencilla, al menos en los pueblos pequeños... Clara, porque aquí nos
conocemos todos, no hay engaño posible. Y sencilla, porque el abanico de
posibilidades es mucho más reducido. Pero no crean, la cosa tiene también su intríngulis.
El busilis está precisamente en la pequeñez e insignificancia de las cosas, en
las insidias ancestrales, personales, familiares, ideológicas –que en ocasiones
están muy arraigadas-. Hablando con unos y otros, aunque yo soy más bien de
escuchar, he llegado a la conclusión de que la solución de los problemas
municipales no está en los partidos de derechas ni de izquierdas. Ambos
términos están ya superados hace mucho tiempo –al menos desde los años
treinta-, pese a que algunos políticos los siguen empleando. Debe ser porque
les resulta provechoso para estimular a la feligresía de su parroquia. Mi decisión es
concluyente al respecto, cuando oigo a alguien decir ser de una u otra de estas
opciones políticas, como hace el antivirus del computador, lo pongo en cuarentena,
deja de interesarme, porque sé que nada nuevo me aportará. Digo esto porque uno
ya está de vuelta de estas zarandajas. Es como elegir entre el susto mortal o
la muerte inminente –ambos te llevan al nicho-. Porque, positivamente, se trata
de una clasificación obsoleta, “inservible” –como dice el ampurdanés.
A principios del siglo pasado –en 1918-, escribía Pla que
su padre era “un hombre que hubiera querido que la política impulsase a los
hombres, que pusiese en marcha las fuentes de riqueza -sobre todo la riqueza
agrícola- y acabase con el abandono, la ignorancia, la mezquindad y el
contrapeso de dejadez de la vida”. Otros han definido la política como “el arte
de hacer posible lo necesario”, una idea notable y positiva. A mi me pasa
igual, me identifico profundamente con estas formas de pensar tan sencillas y prácticas. Aquí debo
reconocer la influencia de mi propio padre, del que heredé un acentuado amor
por la tierra que me vio nacer. Es bueno amar nuestra tierra, cada cual la suya,
sin detrimento de las demás. Mi adhesión a la idea de España comienza en el
amor al terruño, a su pequeña historia, algo que me incita en el sentimiento de
pertenencia a un todo superior y trascendente.
Detalle de manzanos esperiegos en la huerta de Torrebaja (Valencia), 2015. |
Momentos de desmoralización.
Cuando yo comencé en política creí que en el pueblo y la
comarca “estaba todo por hacer”, lo que no dejaba de ser una ingenuidad. Hoy,
sin embargo, veinticinco años después, tengo que luchar contra el
sentimiento de que aquí “no hay nada que hacer”, otra forma de candidez. Ya sé que
la idea es penosa, por eso lucho contra ella. Porque no quiero dejarme llevar
por el pesimismo y la inercia de los hechos. Cuando me asaltan estos
pensamientos los barro de mi mente y me digo: Ni la historia ni el futuro
están escritos... Decía que mi padre estimaba profundamente su tierra, y
que yo heredé esta misma pasión. Él –mi padre- era un apasionado de la
Concentración Parcelaria, lo fue desde el principio, allá por los años setenta,
antes que se dictara el Real Decreto que la declaraba “de utilidad pública y
urgente ejecución” (1978). No cabe duda que fue un adelantado a su tiempo,
porque veía que el campo y la agricultura no tenían otro camino que la
unificación de las parcelas fragmentadas por la historia y las herencias, y la explotación conjunta, cooperativa, de las
mismas.
Un caso histórico, la concentración parcelaria y su
aparente fracaso.
Tengo a gala decir que desde la alcaldía tuve la
posibilidad y el honor de trabajar por la consecución de aquel gran proyecto
supramuncipal -incluía el término de Torrebaja (y Torrealta) y parte del de
Ademuz y Castielfabib-, lo que suponía unas 600 hectáreas. Desde el principio
se opuso una parte de los propietarios, además del Ayuntamiento de Ademuz y
Castielfabib; aunque la Administración estaba dispuesta a llevarla a cabo,
íntegra y gratuitamente. La responsabilidad de los Ayuntamientos comarcanos en el fracaso de aquel extraordinario propósito es evidente; los disculpa, sin embargo, el hecho de que no sabían muy bien de qué se trataba, su ignorancia. Al final se invirtió el proceso, quien se resistía a
ejecutar las obras era la propia Consejería de Agricultura; quizá porque ya no
tenía dinero o porque veía que el tiempo de las concentraciones había pasado.
No en vano había transcurrido un cuarto de siglo entre el Decreto y su
realización. Posteriormente, y no sin gran esfuerzo de varias alcaldías, la
Concentración tuvo lugar, aunque sólo en una pequeña parte del término de
Torrebaja -excluyendo el de Torrealta, Ademuz y Castielfabib-.[1]
Hoy la Concentración es un hecho y mi padre estaría profundamente satisfecho
viendo las fincas agrupadas, el trazado de los nuevos caminos, las estupendas
acequias de cemento. Ello debiera suponer la posibilidad de impulsar esta
enorme riqueza local de que escribía arriba... Pero en la misma medida creo que
se sentiría apenado, al ver las tierras improductivas o plantadas de chopos...
¡Porque la concentración parcelaria no se concibió para cultivar chopos! En
cualquier caso, la plantación de chopos y otras especies arbóreas maderables
demuestra el fracaso parcial de aquel gran proyecto agrario, que hubiera debido
servir para lanzar definitivamente la agricultura municipal y comarcal con una
marca propia. Una verdadera lástima, pero es lo que hay...
Detalle de fincas resultado de la Concentración Parcelaria en Torrebaja (Valencia), con el caserío al fondo (2005). |
En los pueblos pequeños no hay engaño posible, todos
nos conocemos.
Decía que el panorama de las elecciones municipales se
manifiesta mucho más sencillo y claro en los pueblos comarcanos que en la
ciudad, porque aquí todos nos conocemos. El conocimiento de las cosas, de
alguien o de algo, facilita considerablemente la elección. Quiero decir que en
los lugares pequeños no caben engaños, sabemos la trayectoria personal de los
vecinos, y de lo que cada cual es capaz. No obstante los acérrimos, aquí la
ideología ocupa un lugar muy secundario. El caso es que a dos meses
escasos de las elecciones ya comienza a percibirse en nuestros pueblos ruido de
urnas. El ruido es pequeño, un bisbiseo apenas perceptible. Pero parece que ya
se están barajando nombres para componer las listas. A uno de mis hijos le han
propuesto formar parte de una de éstas, como relleno. No sé si aceptará, lo
dudo; porque está muy quemado con este sistema que aparta del mundo laboral a
la generación mejor preparada de los últimos cincuenta años. Cabe recordar en
este punto a los jóvenes de nuestra comarca que se hallan en el extranjero
buscándose la vida, y a sus padres, cuya pesadumbre compartimos.
Pero es bueno que los propios vecinos se preocupen del
devenir municipal, ya que alguien debe estar al mando de las cosas del común, y los
jóvenes no deben ser ajenos a este suceder. Alguien con ilusión, capaz y con
dos dedos de frente. No hace falta mucho más para llevar adelante la administración local. El fundador del estado alemán moderno, Otto von Bismark (1815-98), decía que "La política no es una ciencia exacta, sino un arte", a lo que cabría añadir, no obstante, que para todo arte hay que estar dotado. Mas ello no constituye un problema en los pequeños municipios, donde la política se reduce o debiera reducirse a una buena gestión. En muchos casos bastaría con mantener lo que hay, en espera de tiempos
mejores. Suele suceder, sin embargo, que una alcaldía debe dedicar una parte
considerable de sus energías -y recursos- a arreglar lo que ha descompuesto la anterior. Los
daños, a veces, se arrastran durante legislaturas. El avance resulta así más
lento y gravoso, aunque incontenible. Porque ni el tiempo ni la historia pueden
detenerse. Como he escrito en alguna otra ocasión, lo peor que le puede ocurrir
a un alcalde es creer que la historia municipal comienza con él... Porque el
Ayuntamiento es un totum continuum, una continuidad sin fisura que viene
de lejos, y cada presidente de corporación, cada consistorio debe hacer lo que
en cada momento le corresponda. La cuestión está en descubrir lo que debe hacer
y en llevarlo a cabo con eficiencia.
Detalle de chopos maderables en el camino del Rento de Torrebaja (Valencia), junto a la antigua ribera del Ebrón (2015). |
La despoblación, un problema fenomenal.
La dificultad más importante con la que se enfrentan los
pueblos del Rincón de Ademuz es el mismo que afecta a la denominada “Serranía
Celtíberica”: triángulo geográficamente delimitado por Soria, Teruel y Cuenca,
la despoblación.[2] Se trata de
un problema enorme, morrocotudo, que nadie sabe muy bien cómo afrontar, ni sus
consecuencias a medio y largo plazo. Con los pueblos vacíos no hay nada que
hacer. Todas las políticas que no estén enfocadas a la resolución de esta
fenomenal cuestión carecen de sentido, son inútiles, están irremisiblemente
condenadas al fracaso. Podremos tener pueblos limpios, ordenados,
bellísimos..., pero si están vacíos de gente, nada importará. Y si alguien no
lo remedia esto lo veremos antes de que concluya el tiempo de nuestra
generación... Ya me dirán ustedes qué pasará cuando desparezca la vecindad
octogenaria, que es una porción considerable de la población actual. No sé ustedes,
pero yo prefiero no pensarlo...
La enjundiosa cuestión de los impuestos locales.
Otra cuestión que debiera aflorar a la hora de las
elecciones es la de los impuestos, asunto ciertamente preocupante... Parece que
la falta de ingresos de nuestros Ayuntamientos se trate de paliar aumentando la
presión fiscal sobre el sufrido vecindario. Bien está que tengamos que pagar una tasa
por el mantenimiento de un servicio, pero no más. Valga un botón como muestra.
Hace tiempo tuve que compulsar tres documentos que precisaba para cierta
gestión, así que me dirigí a la secretaría del Ayuntamiento. La compulsa duró
lo que cuesta estampar un sello, poner una fecha y un garabato de firma. Cuando
me entregaron las compulsas pregunté –por educación-, si tenía que pagar algo.
Mi sorpresa fue que me pidieron tres euros, digo tres euros, quinientas pesetas
de las antiguas. Me pareció una barbaridad, y pedí un recibo. No me lo querían
dar, pero finalmente me lo dieron. Si alguien lo pone en duda, puedo
mostrárselo. La compulsa de documentos es un servicio que el Ayuntamiento debe
prestar inexcusablemente al vecindario, el cual supone una tasa que debe valer lo que cueste el
mantenimiento del servicio, esto es, céntimos, nada. Porque con lo que me
cobraron a mí ya amortizaron el precio del sello, la almohadilla y la tinta incluida.
Pongo este ejemplo extremo de lo que me sucedió con la compulsa, pero este es
un dato menor... Lo que quiero decir en última instancia es que el Ayuntamiento está para servir a sus vecinos, no para sangrarlos.
Valga el punto para decir que en ocasiones el Ayuntamiento se ve obligado a asumir competencias que no son de su incumbencia, verbi gratia, el mantenimiento y la limpieza de las acequias. Como es sabido, dicho asunto corresponde en exclusiva a las Comunidades de Regantes de cada municipio, o intermunicipales, cuando aquellas atraviesan varios términos. En el caso de Torrebaja es proverbial el secular abandono de estas cuestiones por parte de sus responsables, y que viene de antiguo. Durante la legislatura municipal de 1991-95 se trató de dar esta competencia a quien compete -que como digo son las mencionadas Comunidades de Regantes-; pero en vista del desastre ocasionado, durante la siguiente legislatura, el Consistorio decidió volver a asumir la gestión de las acequias. Cuestión comprensible, ya que, lamentablemente, no hay agricultores ni nadie que se arrogue la responsabilidad de este negocio. Propiamente, si el Ayuntamiento tiene que adjudicarse esta labor, que la asuma. Pero antes cabría hacer un censo de propietarios con la extensión de tierras que posee cada uno y poder explicar así, de forma cuantitativa, razonada y numérica, lo que paga o debe pagar cada uno por el enojoso mantenimiento del azud, de las canales y conducciones. ¿Dónde está ese censo, cuándo ha estado expuesto al público...? Quiero decir que, cuanto más claro y transparente un asunto, mejor...
Valga el punto para decir que en ocasiones el Ayuntamiento se ve obligado a asumir competencias que no son de su incumbencia, verbi gratia, el mantenimiento y la limpieza de las acequias. Como es sabido, dicho asunto corresponde en exclusiva a las Comunidades de Regantes de cada municipio, o intermunicipales, cuando aquellas atraviesan varios términos. En el caso de Torrebaja es proverbial el secular abandono de estas cuestiones por parte de sus responsables, y que viene de antiguo. Durante la legislatura municipal de 1991-95 se trató de dar esta competencia a quien compete -que como digo son las mencionadas Comunidades de Regantes-; pero en vista del desastre ocasionado, durante la siguiente legislatura, el Consistorio decidió volver a asumir la gestión de las acequias. Cuestión comprensible, ya que, lamentablemente, no hay agricultores ni nadie que se arrogue la responsabilidad de este negocio. Propiamente, si el Ayuntamiento tiene que adjudicarse esta labor, que la asuma. Pero antes cabría hacer un censo de propietarios con la extensión de tierras que posee cada uno y poder explicar así, de forma cuantitativa, razonada y numérica, lo que paga o debe pagar cada uno por el enojoso mantenimiento del azud, de las canales y conducciones. ¿Dónde está ese censo, cuándo ha estado expuesto al público...? Quiero decir que, cuanto más claro y transparente un asunto, mejor...
Detalle de ramas de nogal (Juglans regia) en una finca del Cau, junto a la acequia y el camino que lleva a la Canal en Torrebaja (Valencia), 2015. |
Un caso concreto de abuso generalizado.
Hace poco, hablando con mi amigo de estos temas me contó
el caso de un joven del Rincón de Ademuz, enfermero de profesión, al que le
había salido un trabajo en una residencia de ancianos en una población próxima.
El enfermero de marras, diplomado hace dos años, tenía un contrato de media jornada, para hacer un
trabajo que antes realizaba una enfermera a jornada completa. Por su trabajo
percibía unos 600 euros al mes. Para poder realizar su trabajo precisaba un
vehículo, así que se compró un cochecito de segunda mano. Además del
mantenimiento del vehículo, la ITV, el seguro obligatorio y la gasolina, hace
poco le llegó el recibo del impuesto municipal de vehículos de tracción
mecánica del Ayuntamiento de Torrebaja (Valencia), cuyo importe asciende a unos 73 euros anuales. A mi amigo le parecía
que esto era una inmoralidad. Si este joven enfermero no viviera con sus padres
se moría de hambre, porque con su sueldo no podría llevar a la novia ni a tomar
un refresco, mucho menos soñar con un futuro. Este es el resultado de la
reforma laboral, el trabajo real que se está creando hoy en España. Pienso que
mi amigo es muy comprensivo a la hora de calificar el hecho como “inmoralidad”;
a mi me parece más bien que lo que está ocurriendo en este país es una
indecencia, una desvergüenza. Lo que se está provocando con esto es crear una
juventud resentida, sometida, quejosa, que tarde o temprano nos lo hará pagar.
Yo
comprendo que vivir en el pueblo puede ser el sueño de muchas personas de
ciudad que desearían tener una vida más sencilla y en contacto con la
naturaleza, algo con lo que imagino sueñan muchos futuros jubilados. Pero vivir
en el pueblo comienza a resultar caro, más costoso de lo que parece, además de
carecer de los servicios y comodidades de la ciudad. Por el contrario, sin
embargo, los arbitrios municipales –agua potable, alcantarillado y basuras-,
que no dejan de ser tasas, son muy elevados. No digamos el impuesto de bienes
inmuebles, este es sencillamente escandaloso. Hay casas en Torrebaja que
proporcionalmente pagan más por este impuesto que una vivienda en la Ciudad de
las Ciencias de Valencia. Además está la tasa de Transferencia y Valorización
de Residuos, el nuevo impuesto por derechos de aguas de riego, las licencias de
obras..., y no sé si me dejo alguno. Todos ellos por las nubes, salidos de
madre. Con lo recaudado por estos conceptos no se resolverán los problemas
económicos de nuestros ayuntamientos, pero se grava considerablemente la
economía vecinal. Estos temas debieran debatirse y tener su lugar en los programas
electorales...
Detalle de manzanos esperiegos en la partida del Rento en Torrebaja (Valencia), 2015. |
Palabras finales.
Las elecciones, como el propio
sistema partitocrático imperante, suponen un mal necesario, agravado por la
tradicional pobreza de las propuestas y la estulticia de los debates. El autor
estima que el gran proyecto político español de la Transición comenzó a
manifestar su agotamiento a comienzos de la centuria -entre el 2002 y el 2004-,
con el accidente del Prestige y los atentados de Atocha, en que ciertos
medios de comunicación y la oposición de entonces se desmarcaron del designio
inicial: Resultado de todo ello fue la década siguiente, prodigiosa en
desaciertos...
Cabe esperar que las confrontaciones electores de los
próximos meses supongan cambios positivos en el devenir político y social
español, lo que se manifestará en el presumible quebranto del bipartidismo y en
la aparición de nuevos partidos no nacionalistas que traigan aire fresco al
viciado panorama nacional. El proyecto de los hasta ahora grandes partidos
nacionales parece concluido, y la pérdida de las mayorías absolutas no debiera
suponer una mayor inestabilidad; en cualquier caso manifestará el hastío de la
ciudadanía ante las fechorías cometidas, léase despilfarro, corruptelas,
atropello de las instituciones, etcétera.
Los grandes partidos nacionales, los que hasta ahora han
gobernado, se han portado miserablemente con las asociaciones de víctimas del
terrorismo, su gestión del fenómeno terrorista es incalificable, vergonzoso. Asimismo,
el hecho de que no hayan sido capaces de pactar sobre las grandes cuestiones
nacionales –educación, sanidad, plan hidrológico, política externa...- los
incapacita para seguir gobernando, pues pone en evidencia su partidismo, al que colocan por
encima del bien de la Nación. Sólo por ello deberían desaparecer...
El resultado de las últimas
elecciones autonómicas en Andalucía -del 22 de marzo de 2015- demuestra que a una parte de los votantes no les
preocupa en absoluto la corrupción ni la alta tasa de desempleo que les afecta, pues
han votado al partido que ha gobernado la autonomía durante las últimas tres décadas y que les ha llevado donde están. Por decir algo suave,
ello me parece un escándalo, además de reflejar cierta desfachatez en esa porción de electores andaluces. Por el
contrario, el partido del Gobierno se ha visto enormemente castigado, quizá por las políticas restrictivas a nivel nacional. Al mismo
tiempo, los grupos emergentes lo hacen con fuerza, y parece que llegan
para permanecer. La coalición de izquierdas pasa al lugar que le corresponde,
pues sus políticas resultan extemporáneas.
Detalle de álamos (Populus alba) en el camino de la ribera del Turia en Torrebaja (Valencia), partida de las Carreteras (2015). |
Respecto a las próximas elecciones municipales -del 24 mayo de 2015-, la
cuestión resulta mucho más sencilla, al menos en los municipios de nuestra
comarca, pues aquí nos conocemos personalmente. El problema principal, con diferencia de cualquier otro, y que deberían abordar prioritariamente los partidos, es
la despoblación y el vaciamiento vecinal. Atajar esta cuestión es sustancial y
cualquier política -municipal, provincial, autonómica, estatal- que no vaya en este
sentido está condenada al fracaso: Podremos tener pueblos limpios,
ordenados, bellísimos..., pero si están vacíos de gente, nada importará.
Para comenzar a luchar contra la despoblación, una
medida inteligente será revisar a la baja todo tipo de tasas e impuestos
municipales. Asimismo, el Gobierno central y autonómico deberá favorecer la permanencia de
la población local con medidas concretas, lo que se podría lograr disminuyendo los impuestos
generales, la seguridad social a las empresas, el IRPF a los trabajadores, el
IVA a los consumidores, etc. Además de todo tipo de prácticas que favorezcan el arraigo de los jóvenes en su tierra, el incremento de las ayudas
familiares, el mantenimiento de los servicios escolares, sanitarios y demás
prestaciones en el ámbito de la ruralidad. Porque la gente suele querer vivir allí donde ha nacido, donde están los suyos, en el ambiente que conoce, siempre que tenga un modo de vida. Ello no significa que los jóvenes no deban salir a formarse y conocer el mundo..., pero muchos desearían volver y no pueden.
En suma: más que por ver las listas electorales de los
partidos locales que concurran a las próximas municipales, estoy
ansioso por ver los programas que nos vayan a presentar. De un vistazo
podremos comprobar si atienden a la realidad o son la palabrería de siempre,
papel mojado. Vale.
De la Real Academia de Cultura Valenciana (RACV).
[1] SÁNCHEZ
GARZÓN, Alfredo. Referente a la concentración parcelaria de Torrebaja (I y
II), en Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia,
2007, vol. I, pp. 363-365 y 367-368.
[2] ID. El Rincón de Ademuz y la “Serranía Celtibérica” de
España, en la web Desde el Rincón de Ademuz,
del lunes 5 de enero de 2015.
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