Crónica informal, a
propósito del Ier Encuentro de Caja y Pita en Vallanca,
6 de mayo de 2017.
“En Vallanca
la
música tradicional de interpretación popular ha formado parte
como
un elemento festivo imprescindible y solemnizador de múltiples eventos.
Y se sigue haciendo el esfuerzo por mantener
este folclore local a toda costa”
-del folleto anunciador del encuentro-.
Palabras previas, a modo de
introducción.
Hace
un par de semanas recibí una llamada telefónica de Vallanca, la aedl (Mª
Victoria Sánchez López, Toya) me anunciaba que desde el
Ayuntamiento estaban preparando el I Encuentro de Caja y Pita en la villa, al
tiempo que solicitaba mi participación en coloquio con alguna charla o conferencia.
Le agradecí la deferencia, aunque tuve que decirle que no, porque –debo
reconocerlo- no tengo la menor idea de música tradicional, menos todavía de
melodías de caja y pita; nadie es perfecto, diría el clásico. Con todo insistió
en que asistiera al encuentro, que incluía pasacalles, actuaciones de distintos
grupos y una comida de hermandad.
El
día anterior al encuentro recibí un correo-invitación de Toya, con el anuncio
formal del I Encuentro de Caja y Pita, allí se detallaba el programa del
evento, un tríptico bien presentado con sus partícipes, horarios y demás. El
texto del folleto dice en su introducción de la música tradicional valenciana
-de su incuestionable relación con el santoral católico (litúrgico y
eclesiástico en general)-, hasta el punto de hallarse ambos entrañablemente
unidos. Ello se hace todavía más evidente en las celebraciones locales destacadas: el Rosario de la Aurora, los Mayos, la romería a Santerón, las
fiestas de San Roque y las Albadas de Nochebuena, constituyéndose en elemento
“festivo y solemnizador” de este tipo de acontecimientos. De ahí la necesidad
de esforzarse “por mantener este folclore local a toda costa”. Es cierto, sin
embargo, que los tiempos están cambiando –ya han cambiado, inevitablemente-, y
que el sentido tradicional y religioso de la época de nuestros padres y abuelos
poco o nada tiene que ver con el nuestro. De la misma forma que en un monasterio la vida de los religiosos se regía por los horas canónicas, la vida en el
mundo rural venía marcada por el reloj de la torre de la iglesia -cuando lo había-, y el
santoral.
A propósito, cuenta Marguerite de Yourcenar
(1903-1987), autora de la celebrada novela Memorias de Adriano (1951),
que en cierta ocasión encontró en una carta de Gustavo Flaubert (1821-1880) una
frase impactante: “Los dioses no estaban ya, y Cristo no estaba todavía, y de
Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento único en que el hombre estuvo solo”. A
mi entender este es el paradigma del hombre actual, al menos en Europa –y por
ende en el Rincón de Ademuz, pues somos Valencia y España- continente y
civilización que aparentemente ha perdido su rumbo: seguimos celebrando las
hogueras de san Antón, no obstante haber perdido el sentido profundo de
comunicación entre el hombre y la divinidad, labor antaño ejercida en este
aspecto por el bienaventurado santo de la Tebaida: encendemos las hogueras a la
luna de enero sin saber muy bien su significado, mientras acompañamos a nuestros hijos a bendecir
sus mascotas. Ya digo, absurdo y paradigmático. Antaño, la
vida de los animales de carga y labor en nuestros pueblos era demasiado valiosa como para dejarla
sólo en manos del veterinario, había que recabar además la protección de la
divinidad. Pero en espera de ese nuevo tiempo en el que las nuevas tradiciones
adquieran pleno sentido en esta avanzada sociedad, no cabe otra actuación que porfiar y mantener las
prácticas pretéritas que tan fielmente recoge el folclore local.
Vallanca es pueblo antiguo, el primero que se
segregó del término de Ademuz, hecho ocurrido a finales del siglo XVII (1695), reinando Carlos II de España (1665-1700), todavía vigentes las instituciones del Antiguo Régimen. No es de extrañar,
pues, que sea Vallanca uno de los municipios más ricos en tradición y
patrimonio inmaterial de la comarca, siendo de destacar la sensibilidad –y el esfuerzo- de su
Ayuntamiento por recopilar y mantener su memoria. Memoria y patrimonio que la
despoblación amenaza con destruir de forma atroz e irrecuperable, y que tanto
daño ha hecho –y sigue haciendo- en nuestros pueblos a ambos lados de la Sierra
de Santerón, de Cuenca, Valencia y Teruel. A ello cabe añadir la pérdida de la religiosidad
popular, tan íntimamente unida como decíamos a las tradiciones del santoral en
el mundo rural. La civilidad prevalece sobre la ruralidad, con las
consiguientes pérdidas y cambios en todos los ámbitos del acontecer.
Es por ello que resulta
laudatorio el propósito del Ayuntamiento de Vallanca con este I Encuentro de
Pita y Caja en su municipio, “defender nuestra tradición y con ello añadir un nuevo evento a nuestro
calendario cultural, que enriquezca nuestro municipio y comarca”. Dicho con
otras palabras, no queda otra opción que recopilar y mantener lo que tenemos
–aquello que nos identifica como pueblo y comarca- o desaparecer en la
globalización de los mass media.
Detalle del I Encuentro de Música Tradicional en la plaza de España de Vallanca (Valencia), con la parroquial al fondo (2017). |
Detalle del I Encuentro de Música Tradicional en la plaza de España de Vallanca (Valencia), con la parroquial al fondo (2017). |
El encuentro musical, un singular evento festivo.
El sábado por la mañana -6 de mayo de 2017, sobre las 10:00 horas- salí de
Torrebaja (Valencia), el día era espléndido, con apenas alguna nubecilla vagando por el
cielo abierto. Fui por El Montecillo, pasé las Casas del Soto y Ademuz, sin
cruzarme con ningún vehículo. El valle del Turia en completo silencio, una
columna de humo ascendía vertical sobre el verde tierno de los campos. En
Ademuz tampoco vi a nadie, la avenida de Valencia estaba desierta, sin el
habitual tráfico matinal, ni la pesadilla del aparcamiento. Enfilé la carretera
de Vallanca a la salida de la villa, dejando atrás el barranco Seco,
ascendiendo despacio por la ladera del monte. El paisaje se ensancha conforme
subimos, hasta arribar al Mirador de la Hoz, sobre el Bohílgues. Poco más arriba
está el Canto Gordo, desde donde empiezan a verse las primeras casas de
Vallanca. La carretera ha sufrido algunas mejoras, han cementado el arcén por
la parte del monte. Al llegar a Vallanca atravesé la zona baja del caserío y
aparqué frente a la antigua casa del médico, subiendo a la plaza por la
calle Virgen de Santerón, donde la fuente de Los Caños.
Vallanca, pueblo antiguo –decía- se halla sobre la
cota baja de un cerro pedregoso, las calles en pendiente, el urbanismo
complejo, su único espacio llano es la plaza de España y la franja entorno del
Castillo, sobre la Cueva del Hocino. Cavanilles a su paso por el lugar -a
principios de septiembre de 1792- ubica a Vallanca “en una cuesta rápida; sus
calles y edificios sin gusto, ni mas comodidades que las precisas para el
abrigo de 200 vecinos, de las caballerías y frutos”.[1]
Mucho ha cambiado la villa desde entonces, el botánico valenciano no dejaría de
maravillarse si pudiera admirarla hoy; aunque siguen habiendo cuestas y repechos.
El encosteramiento del caserío resulta propicio, sin embargo, para
descansar de las continuas costaneras, contemplando de paso las balconadas de
madera, solanares y tejaroces de las casas.
La plaza Mayor es un recinto abierto frente a la fachada occidental de la parroquial, que luce torre-campanario a los pies, lado del evangelio. En el centro de la plaza hay una magnífica fuente de piedra con pilón, obra de mediados los años cincuenta (1954). En la columna central tiene labrado en una de sus caras el yugo y las flechas, símbolo que se ha librado –de momento- de la damnatio memoriae, ya saben, la proscripción y condena de los símbolos de la dictadura franquista.[2] Nuestro país es paradójico –chocante, incongruente y parcial en este sentido-: mientras por un lado se retiran símbolos que aluden o pueden aludir a la pasada guerra y al franquismo, se mantienen otros, como la estatua de Largo Caballero, “el Lenin español” en Nuevos Ministerios (Madrid), o se nombra hijo predilecto de Gijón a Santiago Carrillo, “el héroe de Paracuellos” –salvo mejor opinión, ambos personajes están directamente vinculados a la Revolución de 1936 y Guerra Civil (1936-1939) y resultan de penosa memoria-.
Sin embargo, Vallanca es el único municipio del Rincón de Ademuz que tiene una plaza mayor en honor de nuestro país –me refiero a España-, hecho que la honra. Poner nombres de personas a las calles y plazas es una lamentable costumbre mediterránea -al menos, eso decía Josep Pla-, en especial cuando se dedican a políticos. En Casas Altas dedicaron una calle al escritor Francisco Candel (1925-2007) –Paco Candel nunca hubiera querido una calle en su pueblo, o tal vez si-: el caso es que se la pusieron y algunos vecinos protestaron, quizá por su significación política, que no literaria.[3] Mejor poner nombres de flores, árboles, parajes, pueblos, ciudades o ríos... En la propia Vallanca tenemos el mejor ejemplo de ello: a la antigua “calle Caudillo” le han puesto calle Vallejo, rebautizando la de “Calvo Sotelo” como cuesta la Plaza. Otros tiempos, nuevas denominaciones para viejas calles; cuanto menos, los nombres actuales resultan francos y descriptivos.
La plaza Mayor es un recinto abierto frente a la fachada occidental de la parroquial, que luce torre-campanario a los pies, lado del evangelio. En el centro de la plaza hay una magnífica fuente de piedra con pilón, obra de mediados los años cincuenta (1954). En la columna central tiene labrado en una de sus caras el yugo y las flechas, símbolo que se ha librado –de momento- de la damnatio memoriae, ya saben, la proscripción y condena de los símbolos de la dictadura franquista.[2] Nuestro país es paradójico –chocante, incongruente y parcial en este sentido-: mientras por un lado se retiran símbolos que aluden o pueden aludir a la pasada guerra y al franquismo, se mantienen otros, como la estatua de Largo Caballero, “el Lenin español” en Nuevos Ministerios (Madrid), o se nombra hijo predilecto de Gijón a Santiago Carrillo, “el héroe de Paracuellos” –salvo mejor opinión, ambos personajes están directamente vinculados a la Revolución de 1936 y Guerra Civil (1936-1939) y resultan de penosa memoria-.
Sin embargo, Vallanca es el único municipio del Rincón de Ademuz que tiene una plaza mayor en honor de nuestro país –me refiero a España-, hecho que la honra. Poner nombres de personas a las calles y plazas es una lamentable costumbre mediterránea -al menos, eso decía Josep Pla-, en especial cuando se dedican a políticos. En Casas Altas dedicaron una calle al escritor Francisco Candel (1925-2007) –Paco Candel nunca hubiera querido una calle en su pueblo, o tal vez si-: el caso es que se la pusieron y algunos vecinos protestaron, quizá por su significación política, que no literaria.[3] Mejor poner nombres de flores, árboles, parajes, pueblos, ciudades o ríos... En la propia Vallanca tenemos el mejor ejemplo de ello: a la antigua “calle Caudillo” le han puesto calle Vallejo, rebautizando la de “Calvo Sotelo” como cuesta la Plaza. Otros tiempos, nuevas denominaciones para viejas calles; cuanto menos, los nombres actuales resultan francos y descriptivos.
Detalle del I Encuentro de Música Tradicional en la plaza de España de Vallanca (Valencia), con la parroquial al fondo (2017). |
Detalle del I Encuentro de Música Tradicional en la plaza de España de Vallanca (Valencia), con la parroquial al fondo (2017). |
Detalle del I Encuentro de Música Tradicional en la plaza de España de Vallanca (Valencia), con la parroquial al fondo (2017). |
Cuando llegué a la plaza de España de Vallanca ya había
movimiento de gente, ambiente relajado y festivo. Habían colocado un tablado frente a la
fachada del Ayuntamiento, y para probar el sonido tocaban algunos instrumentos,
un tabal (tambor) y una dulzaina (flauta), aquí nombrados como “caja y pita”. El sonido de estos populares artefactos musicales resulta en extremo chispeante, alegra el alma
como el vino el espíritu. Poca gente al principio, aunque poco a poco la
plaza fue llenándose. Muchos forasteros –los de los grupos musicales y
sus familiares-; no obstante, enseguida encontré gente conocida. Me precio de
tener amigos y conocidos en todos los pueblos y aldeas del Rincón de Ademuz,
desde Mas de Jacinto a Casas Bajas, desde Arroyo Cerezo a Puebla de San Miguel y
Sesga. Es agradable que la gente nos salude -y saludar a la gente-, que te
conozcan y pregunten por la familia. Yo comencé a conocer a los de Vallanca en
mi primera subida a la Ermita de Santerón, en Algarra (Cuenca), esto fue en el
XL Septenario (1998).[4]
Aquella romería me atrapó para siempre, tanto por su contenido festivo y
mundano como por el religioso –también por la cordialidad de los santerones o
santeroneros: así llamo yo a los peregrinos de Santerón-: desde entonces no me
he perdido un septenario, y pienso hacer todos los que pueda mientras viva,
pues soy devoto ferviente de la Virgen de Santerón (también de Virgen de
Tejeda, no vaya a coger celos). Alicia Monleón, presidenta de la Cofradía de
Santerón, siempre que nos vemos me saluda: ¡Viva la Virgen de
Santerón! –quizá porque vive y siente esta devoción que compartimos. Aunque en
cuestión de ideas y creencias procuro ser prudente; esto es, no creerme más
listo –ni mejor- que los demás.
Doña Ruth Sánchez Férriz, alcaldesa de Vallanca (Valencia), acompañada de algunos concejales durante la inauguración del I Encuentro de Música Tradicional (2017). |
La
presentación del I Encuentro de Caja y Pita corrió a cargo de la señora
alcaldesa de Vallanca, doña Ruth Sánchez Férriz, que leyó desde el tablado un
texto relativo al evento, explicando los motivos y objetivos del acontecimiento,
y deseando continuidad al Encuentro. Inaugurado el programa nos dirigimos al
Centro BTT Santerón -en la calle Cruces-: allí tuvo lugar el coloquio. Dos
charlas a cargo de eruditos locales, actuando como moderador el periodista
Álvaro Sánchez Férriz, redactor de Informativos en Aragón TV. Álvaro Sánchez
hizo las presentaciones de rigor, en primer lugar intervino el señor Fermín
Pardo Pardo (Hortunas, Requena, 1945), profesor jubilado y musicólogo
folclorista con un tema de su especialidad: Recopilación de la música
tradicional en Vallanca, disertación con la que señaló la rica
tradición musical del municipio, y el proceso recopilatorio llevado a cabo en
la zona; propiamente, “los expertos gaiteros vallanquenses eran reclamados antaño
en todos las fiestas de la comarca y alrededores, para animar bailes,
solemnizar procesiones e intervenir en cualquier acto festivo”. Aquella rica
tradición musical fue acopiada durante varios años (1976, 1986 y 1999) y
publicada –en CD-: Música de la romería de la Virgen de Santerón y canciones
populares de Vallanca (2000). El señor Pardo, con extrema sencillez hizo
gala de sus conocimientos en música tradicional valenciana; posee un amplio
currículo como recopilador del folclore en el ámbito provincial, habiéndose interesado
también en la indumentaria, las fiestas de la tradición religiosa y popular,
incluso en la arquitectura vernacular. Tuve oportunidad de saludarle y charlar
con él después del coloquio, manifestándole mi admiración y simpatía. Me
llamó la atención que en la romería de Santerón cada momento tenga su música -la subida, el almuerzo, el prado...-,
algo por lo demás enteramente natural de lo que yo –en mi ignorancia musical-
no me había apercibido. Sucede lo que con otras músicas populares -la jota, la
sardana-, que al lego todas le parecen la misma pieza.
En
segundo lugar intervino el señor Mariano López Marín (Salvacañete, 1954),
maestro jubilado, cronista oficial de Salvacañete (Cuenca) y viejo conocido
mío, hombre generoso y prudente que atesora un ingente conocimiento sobre la
zona: no en vano ha investigado durante años en distintos ámbitos: históricos,
culturales, etnográficos. Su charla versó sobre “Aspectos etnológicos y
costumbristas de las relaciones entre Salvacañete y Vallanca a través de los
dulzaineros”. Con datos, anécdotas y experiencias personales nos
ilustró acerca de las amplias relaciones que históricamente han mantenido las
gentes valencianas del Rincón de Ademuz –y muy especialmente Vallanca- con las
conquenses del otro lado del Santerón. Resulta curioso –y de gran interés-
oírle nombrar personas, parajes y lugares de ambas vertientes de la Serranía,
teniendo como hilo conductor las actividades comerciales, las costumbres y
tradiciones festivas que secularmente les han unido, en particular a través de
los dulzaineros. Entrevisté a Mariano López Marín con motivo de la publicación
de su último libro –Etnología y costumbres populares en Salvacañete
(2016), edición en gran formato y larga trayectoria investigadora, con la que
evidencia su profundo conocimiento. Contra el decir popular, su
magna obra demuestra que el saber ocupa tiempo -y lugar-, además de pesar lo
suyo. Lo que me sedujo del personaje, sin embargo, fue su humildad y buen
hacer, alejado de toda prepotencia.[5]
Marcha por las calles de Vallanca.
Tras
el coloquio nos dirigimos de nuevo a la plaza de España, desde allí se
organizaron los distintos grupos musicales para hacer un pasacalle -recorriendo
el callejero de Vallanca-:
Dolçainers i tabaleters el Cudol (Valencia).
Germans Caballer (Sagunto).
La Brama dolçaines i tabals (Bonrepos y Mirambell).
La Propera (Tavernes Blanques).
Som de Traca (Chiva).
Cada grupo iba precedido por un menor portando un cartel con el nombre. El pasacalle partió de la plaza de España, bajó por la avenida del Cid, siguió por la calle Aduana, de nuevo la avenida del Cid, la calle de la Luna, la placeta de Luis Corominas (tras la parroquial, donde el Pósito), y la calle Cruces. Aquí me llamaron la atención los plafones del Vía Crucis, ladrillos de cerámica enmarcados en hierro, recientemente repuestos, y que continúan hasta la Ermita de San Roque, faltando tres pilones por colocar. Resulta admirable comprobar como se han recuperado los ladrillos, cuando en otros lugares –mezquinamente- los han dejado perder: tal el caso de Torrebaja, donde ya no se repusieron tras su devastación en la guerra civil (1936-39). Una lástima, pues al fin se trata de un sencillo patrimonio local que merece la pena preservar. De los antiguos ladrillos, en Vallanca solo quedaba la Estación IV: Jesús en condenado por el Sandrín -situada en la mencionada calle Cruces-, puestos en una hornacina de pared enmarcada en madera con verja metálica.
Detalle del comienzo del pasacalle en I Encuentro de Música Tradicional en Vallanca (Valencia), 2017. |
Detalle de actuación en el I Encuentro de Música Tradicional en la plaza de España de Vallanca (Valencia), 2017. |
La
comitiva musical continuó por la calle Nueva, calle Larga, subiendo a la plaza
Mayor por la cuesta la Plaza (antigua Calvo Sotelo). No sabría definir
la impresión que me produjo en el ánimo oír los sones de aquellas músicas
tradicionales, al tiempo que recorríamos las estrechas calles de Vallanca,
admirando los antiguos edificios, las balconadas y solanares de los viejas
casonas y portales. De tener memoria, seguro que oír aquellos acordes les evocarían a las calles y edificios otros tiempos. Hay muchas viviendas con las
fachadas rehabilitadas; el pueblo impresiona favorablemente por su orden y
limpieza. Al llegar a la cuesta la Plaza no pude evitar evocar aquella vieja
fotografía del Arxiu Mas (Fundació Institut Amatller d´Art Hispànic) realizada
por el señor Adolf Mas Ginesta (1860-1936) a principios del siglo XX (1917), en la que
puede verse un entierro, con la comitiva subiendo la cuesta con el féretro,
camino de la parroquial. ¿Quién era el difunto –me pregunto-; sería varón o
mujer, joven, viejo, de qué murió...? En realidad, poco importa ya...
De
nuevo en la plaza de España los distintos grupos dieron muestras de sus
habilidades musicales tocando varias piezas, algunas de ellas con acordes de
gaita. El sonido de gaita tiene la especial cualidad de remover sentimientos -emociones profundas-, su sonido es visceral, hondo y cálido. Como decía arriba,
no entiendo nada de música –tampoco de vinos-; pero como cada cual tengo mi
sensibilidad musical y mi paladar, y aún sin entender de acordes reconozco las músicas y los vinos que me gustan. Porque –justo es reconocerlo- el mejor vino es
el que a uno le agrada, y a nadie le gusta un caldo picado.
Durante
la actuación conocí a Cristina, “la pitera de Negrón”; alguien la había
nombrado durante el coloquio y me incitó la curiosidad por conocerla. Me
imaginaba a una anciana, cuanto menos una persona mayor; cuál fue mi sorpresa
al ver que se trataba de una chica joven, y guapa. Creo recordar que tocaba en
el grupo “Gemans Caballer Folk” de Sagunto. Apenas pude hablar un momento con
ella, tenía que actuar de inmediato, aunque quedamos para más adelante.
Desconozco su conexión con el Rincón de Ademuz, pero sus padres tienen casa en Negrón, pedanía de Vallanca.
Resulta esperanzador comprobar cómo la gente joven se entusiasma con la
práctica de estos instrumentos musicales tradicionales, cuya música alegra y
arrebata, acaso porque estimula fibras que nos conectan con lo que el sociólogo francés Maurice Halbwachs (1877-1945) llama la memoria
colectiva propia de cada sociedad.
Detalle de actuación en el I Encuentro de Música Tradicional en la plaza de España de Vallanca (Valencia), 2017. |
Detalle de actuación en el I Encuentro de Música Tradicional en la plaza de España de Vallanca (Valencia), 2017. |
Palabras finales, a modo de epílogo.
Lamentablemente
no pude quedarme a la comida de hermandad, pero seguro que los manjares fueron
buenos y el ambiente agradable. Según programa, a media tarde debió tener lugar un
Concierto de clausura -a cargo de Germans Caballer Folk-; y tras el
concierto, una entrega de regalos.
Aunque
me reconozco poco sociable -incluso solitario, aunque sin llegar a la misantropía-, me
encantan este tipo de eventos, en los que puede conocerse gente nueva y saludar
a viejos conocidos. A veces me entra la morriña y me acerco hasta la Ermita de
Santerón, voy con una moto de montaña que tengo, por el camino nuevo, siguiendo
los viejos descansaderos de la Virgen, vía el pozo del Herrero y el rento de
Vallongo. El panorama es espléndido, rodeado de densos pinares. Al pasar por estos
parajes siempre me acuerdo de mi primera travesía del Santerón, en el XL
Septenario (1998). Durante la bajada coincidí un trecho con un señor ya mayor
–sobrepasada la séptima década. Hablando de la romería recuerdo que
me dijo: En mi casa no somos de misa, pero a la Virgen de Santerón que no
nos la toquen... –dando a entender, quizá, que siendo poco religiosos tenían gran querencia por aquella Virgen. Rememoro aquella anécdota porque dice mucho
-a mi particular entender- de la religiosidad popular de las gentes de estos
lugares, sencilla pero arraigada en lo profundo de sus vidas. Porque al fin la
religiosidad –como la espiritualidad- no son cosas de la teología y el refinamiento intelectual, sino de sentimientos y percepciones que nos ayudan
a entender y sobrellevar la vida. Y la vida en estos lugares -en otro tiempo-
fue muy dura...
Detalle de fachada con arco de medio punto en una casa antigua de Vallanca (Valencia), 2017. |
Ladrillo cerámico con inscripción alusiva al pueblo de Vallanca, partido judicial de Chelva, provincia de Valencia (2017). |
Durante
el concierto en la plaza, tras el pasacalles, estuve conversando con Mariano
López Marín, uno de los ponentes del coloquio. Hablando de la despoblación en
estos pueblos, nombrando el abandono de los campos de cultivo, evocó lo que ya
le decía su padre: Sirvieron mientras sirvieron; si ahora no sirven es
porque se vive mejor... Tal vez tenga razón. Los campos -y la forma de vida
en otro tiempo- es poco probable que puedan recuperarse, pero sí su espíritu y
el sentir profundo que une la gente al paisaje, cuyo hálito palpita muy
especialmente en la música de caja y pita, y en las tradiciones que acompañan y
enaltecen.
En
suma: sería
estupendo que estos encuentros de música tradicional pudieran tener su
continuidad en años próximos -y profundizarse-, pues su traída constituye todo
un acierto. Vale.
[1] CAVANILLES,
Antonio Josef (1797). Observaciones sobre la historia natural, geografía,
agricultura, población y frutos del Reino de Valencia, Madrid, tomo II,
párrafo 101, pp. 73-74.
[2] SÁNCHEZ
GARZÓN, Alfredo. La ley de Memoria Histórica en el Rincón de Ademuz, en Desde el Rincón de Ademuz, del lunes 30 de enero de 2012.
[3] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. Casas Altas homenajea a Francisco Candel, en Desde el Rincón de Ademuz, del viernes 5 de junio de 2015.
[4] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo (2022). Los Santerones de Vallanca, en Desde el Rincón de Ademuz, segunda edición, Valencia, pp. 279-383. ID. La Virgen de Santerón en la memoria (I y II), en Desde el Rincón de Ademuz, del lunes 8 de octubre de 2012.
[4] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo (2022). Los Santerones de Vallanca, en Desde el Rincón de Ademuz, segunda edición, Valencia, pp. 279-383. ID. La Virgen de Santerón en la memoria (I y II), en Desde el Rincón de Ademuz, del lunes 8 de octubre de 2012.
[5] SÁNCHEZ
GARZÓN, Alfredo. Mariano López Marín, cronista oficial de Salvacañete (Cuenca), en Desde el Rincón de Ademuz, del viernes 19 de agosto de 2016.
--- ARCHIVO FOTOGRÁFICO ---
Detalle de actuación en el I Encuentro de Música Tradicional en la plaza de España de Vallanca (Valencia), 2017. |
Detalle de actuación en el I Encuentro de Música Tradicional en la plaza de España de Vallanca (Valencia), 2017. |
Detalle de actuación en el I Encuentro de Música Tradicional en la plaza de España de Vallanca (Valencia), 2017. |
Detalle de actuación en el I Encuentro de Música Tradicional en la plaza de España de Vallanca (Valencia), 2017. |
Detalle del pasacalle en I Encuentro de Música Tradicional en Vallanca (Valencia), 2017. |
Detalle del pasacalle en I Encuentro de Música Tradicional en Vallanca (Valencia), 2017. |
Detalle del pasacalle en I Encuentro de Música Tradicional en Vallanca (Valencia), 2017. |
I Encuentro de Música Tradicional en Vallanca (Valencia), de regreso a la plaza de España, tras el pasacalle (2017). |
Detalle de actuación en el I Encuentro de Música Tradicional en la plaza de España de Vallanca (Valencia), 2017. |
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