Recuerdos
y remembranzas,
a
propósito de la inauguración del adoquinado de la calle.
Viene de:
En
la casa contigua a la que fue de Manuel y Crisanta hubo un comercio
conocido como “El Estanco”, aunque cuando yo era chico ya solo era
tienda. Lo regentaba Carmen Arnalte (de la familia de los
Peperrojos), casada con Francisco Tortajada Gea, alias el Cirujano. Del matrimonio de Carmen y Paco nacieron dos hijos: Paco y Antonia Tortajada Arnalte. Paco casó con una moza catalana y vive en Barcelona; Antonia (a) Tonica casó con Julián, un mozo de Torrebaja que se hizo Guardia Civil, sobrino del célebre padre Julián Morales Martínez, Visitador General de los Paules en México. El padre Morales fue al parecer un hombre notable y muy memorioso, se decía de él que era capaz de memorizar una arroba de papel escrito. Mucho papel me parece, pero no seré yo quien lo ponga en duda.
El tío Paco (a) el Cirujano, era de la quinta del 26, como mi padre
y el tío Secundino (a) el Chullas. Paco pertenecía a la familia de
los Cirujanos, hermano gemelo de María (mujer de Evaristo el Fino),
de Abel (que emigró a Argentina, donde montó una barbería y salón
de peluquería de éxito) y de Ángel (que en segundas nupcias casó
con una maestra de Aldehuela, doña Isabel Marqués Ibáñez). El
apelativo “Cirujanos” les venía por su padre, al que llamaban
Tomás, hermano de don Nicolás -padre de don Agapito, que tras la
guerra fue administrador apostólico de la Diócesis de Segorbe-: ambos hermanos
fueron barberos-cirujanos, de ahí que a los hijos de Tomás se les
conociera como “los Cirujanos” y las hijas de don Nicolás como
“las Barberas”. La trágica muerte de Ángel Tortajada Gea fue
muy comentada, cuando la guerra regentaba el economato del barrio de
Las Minas en Libros (su mujer, doña Isabel, era la maestra del barrio
minero). El caso es que fue detenido en La Aldehuela, el pueblo de su
esposa, adonde habían huido al comienzo de la guerra; traído de
nuevo a Las Minas fue encerrado en las escuelas. Allí estuvo varios
días, hasta que entre varios milicianos y algunos mineros lo
asesinaron. ¿Por qué lo asesinaron? Porque sí, porque era de misa diaria, porque vendía a crédito y las mujeres de muchos mineros le debían dinero, porque entre estos había quienes se gastaban (bebían y jugaban) lo que ganaban a la semana en la cantina del barrio minero "La Bombilla", o en en barecito que la tía Lucía y el tío Daniel montaron en el bajo de la casa de Emilio el Sordico de Torrebaja antes de abrir la fonda. Por eso lo mataron, por nada, porque quisieron, para que nadie les reclamara lo que le debían, con la excusa de que el hombre era de iglesia... Se cuenta que lo metieron en un bidón y lo tiraron por
el barranco del Esparto abajo, hacia la rambla de Riodeva. Una vez
allí lo sacaron del bidón y lo remataron a tiros. Lo enterraron
allí mismo, al borde de la rambla, y allí estuvo hasta que acabó
la guerra, momento en que su hermano Paco (a) el Cirujano y su cuñado
Evaristo (a) el Fino desenterraron lo que quedaba de él y lo trajeron al cementerio de
Torrebaja, donde está inhumado. Su tumba carece de señalización funeraria,
pero está enterrado en el cuartel superior izquierdo del camposanto. El asesinato de Ángel Tortajada Gea no lo recoge la Causa General, el grueso del relato de su muerte lo recopilé a partir de sus hijas Concha y Maruja Tortajada Marqués a las que visité en el centro de mayores de Quart de Poblet donde residían, en 2011. ¿Quién pagó por la muerte de este inocente?
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Obras de pavimentación en la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia), detalle del cementado previo al adoquinado en el tramo medio de la calle, con El Estanco a la derecha (2020).
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Detalle del antiguo comercio del Estanco, en la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia), 2020. |
El
comercio de Carmen (a) la Estanquera tenía una entrada central
cubierta por una cortina, y dos escaparates, uno a cada lado
-parecidos al del
establecimiento de los Ritos: no en vano los hizo el mismo ebanista,
José Garzón Casino. Para entrar en la tienda
había que bajar unos escalones, el piso era de tablas, con un largo
mostrador enfrente y los estantes al fondo. Lo más llamativo, sin
embargo, al menos lo que mejor recuerdo eran los escaparates; como en
la tienda de los Ritos, en el de abajo, por Navidad, ponían un
precioso belén con su nacimiento, el Niño Jesús en su cuna, la
Virgen y san José al lado, el burro y la vaca detrás. Pastores en
el campo con sus ovejas, al amor de una fogata o portando un haz de
leña al hombro, el río con musgo en las riberas y un espejo
simulando la corriente (el papel de plata todavía no se había
inventado); al fondo las montañas de corcho, espolvoreadas con
harina simulando nieve, el palacio de Herodes en lo alto, los Magos
de Oriente con sus camellos y pajes… Los niños nos agolpábamos
ante el escaparate durante horas, con la nariz pegada a los cristales, los más pequeños subidos en un
pequeño poyo que había al pie. En el escaparte de arriba ponían
los juguetes: pelotas de goma, patinetes, cochecitos, muñecas… y
un sinfín de objetos que hacían nuestras delicias.
Junto
al antiguo Estanco se halla la casa de la familia de Antonio Blasco
Almazán, alias el Cestero, que vivió allí con su esposa (María Lozano Soriano) e hijos:
Ernesto, Manuela y María Blasco Lozano. Ernesto (fue barbero-practicante,
casó con Amalia), Manuela (fue peluquera, casó con Luis, procedente de Jabaloyas) y María
(ama de casa, casó con Paco el Rullo). En ciertos momentos del año,
el tío Antonio (a) el Cestero iba por los pueblos y aldeas
ejerciendo su arte, fue maestro del joven Fermín Luz Yuste (de
Sesga), que aprendió el oficio fijándose en cómo trabajaba el
señor Antonio. Antes de la aparición del plástico la cestería fue
una actividad artesanal muy valorada y necesaria para la actividad agrícola, y la
vida rural en general. La gente le llevaba los mimbres ya remojados y
el cestero los montaba. Los últimos que vivieron en la casa fueron
María Blasco Lozano y Paco Romero Muñoz, padres de tres hijos:
Mercedes, Paco y Marina. María falleció joven, y su esposo, que
trabajo como maestro albañil en la construcción del nuevo templo de
Torrebaja, quedó al cargo de sus hijos. Finalmente, la familia emigró a Barcelona, allí se asentó y prosperó.
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Fachada principal (septentrional) de la casa que fue de don Antonio Hernández Montesinos, médico de la localidad y de su esposa, la señora Visitación Navarro Ruescas en la calle del Rosario de Torrebaja, obra modernista con un magnífico mirador (2020). |
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Callejón del Horno, donde se hallaba el antiguo horno comunal del mayorazgo, vía perpendicular por la izquierda a la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia), 2020. |
En
este mismo lado de calle, esquina con el callejón del Horno está la
casa de doña Visita Navarro Ruescas, viuda de don Antonio Hernández
Montesinos, natural de Las Dueñas (caserío deshabitado en el término de Arcos de las Salinas), médico que fue de
Torrebaja. Doña Visita era una señora alta, delgada, semblante
pálido, formas delicadas… persona muy religiosa. Es la
única cristiana que encontré cuando llegué a Torrebaja -me
dijo en cierta ocasión don Gabriel Sancho Marín. No sé si sería
verdad, ni cómo medía el señor cura la cristiandad de cada cual; según don Gabriel la falta de cristianos en Torrebaja se debía a que el pueblo había estado muchos años sin iglesia después de la guerra, celebrándose los actos religiosos, primero en el cine-teatro de los Ritos y más tarde en una nave de la carretera, propiedad de Enrique Sánchez.
En cualquier caso, en el epitafio de la lápida de la señora Visita se lee: “Mi alma
espera en el Señor”. Yo siempre la vi vestida de negro, portaba un
luto permanente; era hija de don Felipe Navarro Artigot,
médico de Ademuz originario de Albarracín que tuvo casi dos docenas
de hijos. Decían que don Felipe llegó a Ademuz con un traje nuevo y su maletín
de médico, pero fue un hombre emprendedor, político y empresario
que hizo fortuna. Prueba de su espíritu práctico fue que a los
hijos varones les dio carrera y a la mujeres las procuró casar con
profesionales liberales: médicos, veterinarios y demás. Algo perfectamente normal, comprensible, pues los padres suelen desear lo mejor para su prole. En el Antiguo Régimen era habitual que en las grandes familias el hijo mayor heredara el mayorazgo (patrimonio indivisible), los demás varones, uno se destinaba al ejército, otro a la Iglesia, los restantes se buscaban la vida... y a las mujeres se las casaba con miembros de otras familias de su categoría, mejor si eran ricas o tenían títulos de nobleza.
Del
matrimonio formado por don Antonio Hernández y doña Visita Navarro hubo dos hijos:
Joaquín, que fue también médico y casó con una señora de Cabra
(Córdoba), lugar donde seguramente ejerció en su juventud e Isabel, natural de Aras de Alpuente, que casó con
don Antonio Villanueva Garrido (hijo de don Casimiro Villanueva Mateo, natural de El Pobo, Teruel, que fue
médico y de la señora Áurea Garrido Camañas, de Ademuz). Don Antonio Villanueva fue boticario, natural de Casas Bajas, y abrió oficina de
farmacia en Torrebaja mediados los años cuarenta. La casa de don
Antonio y doña Vista es amplia y muy vistosa, en su tiempo poseía
comodidades impensables en las demás casas del pueblo; debió
construirse en las primeras décadas del siglo XX, en estilo
modernista. Lo más llamativo es el estupendo mirador que luce en su
fachada septentrional: al frente mira hacia la calle Zaragoza (que es
el norte) y por los lados a la calle del Rosario (al este por abajo,
al oeste por arriba). A don Antonio no le conocí, murió en 1945. Me
contaba Pepita Marín Sánchez, hija de José el Farriate y de
Josefa, que ella nació en el momento en que la aviación nacional
bombardeaba Torrebaja. Los esfuerzos de su madre por parirla se
confundían con el estruendo de las bombas y el tremolar de las paredes de la casa. Según su madre las salvó san Vicente Ferrer, cuya imagen figuraba en un plafón de la fachada. Aunque los ladrillos cerámicos con la imagen del santo estaban enjalbegados, para no molestar a los iconoclastas, ateos y clerófobos. Esto sucedió en las
primeras horas de la tarde del día 26 de noviembre de 1938.
Finalizado el bombardeo (y concluido el parto) don Antonio el médico
acudió a ver a su madre: Llevaba la cabeza vendada por una herida
que le produjo un cascote, al estallar una bomba en las proximidades
de su casa.
El
relato anterior coincide con otro que me hizo la señora Manuela
Blasco, que cuando la guerra “se hablaba” con un soldado de
Villarreal de los Infantes (Castellón), destinado en esta plaza. Al
mozo le llamaban Manuel Agulleiro Sanz y tenía pánico de la
aviación. Aquel día, cuando comenzó el bombardeo, se hallaba en
casa de los padres de Manuela, situada junto a la de don Antonio y
doña Visita. Temeroso de las bombas, el soldado Agulleiro huyó
despavorido por el callejón del Horno, para protegerse se metió en
una acequia junto a una tapia, con tan mala fortuna que una de las
bombas que estalló en las proximidades derrumbó el muro y le
aplastó. Lo encontró poco después una moza del pueblo (Pilar la de
Manuel el Royico, que casó con Paquito Verbena), que iba por
agua a la fuente Pedorra, y al soldado muerto le asomaban las
alpargatas entre los escombros. La misma bomba que mató al novio
de Manuela es la que probablemente hirió en la cabeza a don Antonio
el médico, de ahí que cuando fue a visitar a la puérpera llevara
la cabeza vendada. En cualquier caso, resulta lamentable que una casa tan hermosa esté tan desaprovechada. !Si doña Visita levantara la cabeza!
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Detalle de la esquina del callejón del Horno con la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia), la primera casa fue de Miguel Aliaga y la segunda de Florentino y Úrsula (2020). |
El
callejón del Horno (en 1939) censaba en la calle del Rosario; la
primera casa por la izquierda era el antiguo horno comunal, activo
hasta finales de los años cincuenta, principios de los sesenta: el
último hornero fue el tío Marino, hijo de Guillermo Cortés y de
Teresa Cañizares. Enfrente del Horno se hallaba la casa de Saturnino
Carpio Pardo, un guardia civil que vino al puesto de Torrebaja,
estaba casado y tenía tres hijos: Isabel, Erlinda e Ignacio (a)
Carpio: éste hizo vida en Alcañiz (Teruel). El señor Carpio
falleció en enero de 1941. Posteriormente la casa de Carpio fue adquirida por Domingo Morales Roselló (que había estado en los Estados Unidos de América) y su esposa la señora Rosa Gómez
Calles, que marcharon a Barcelona; el matrimonio tuvo dos hijas:
María y Emilia Morales Gómez. La casa la heredó la hija menor,
Emilia, que casó con Roque Calvete Morales, padres de José Luis, y
los gemelos Manolo y Rosa M.ª. Rosa está casada con Ramón Esparza Bueno (de Castielfabib) y tiene un hijo (Enrique Esparza Calvete), son los actuales moradores.
La
siguiente casa estuvo habitada por Manuel Soriano Tortajada y su
esposa Adelaida Cortés, padres de Rogelio y Josefa Soriano Cortes,
alias los Cariñena. Josefa se juntó con Melchor Pérez Sánchez, alias Melchorín, un sobrino del tío Pequeñín de Riodeva, Teruel. El tío Pequeñín fue un cacique local del tiempo de la Restauración, vestía blusa valenciana y nunca salía a la calle sin su pistola, al menos es lo que se decía. Pese a que su apelativo hace referencia a una estatura baja, debió ser un hombre de carácter. Me contaba Josefa (la coima de Melchorín) que cuando la guerra vio como los milicianos sacaban los objetos religiosos de la capilla de la casa de la tía Rogelia Sánchez Garrido y los quemaban allí mismo, en la calle de san Roque. Josefa era entonces una muchachaza y recriminó a los milicianos, pero estos la mandaron a escaparrar. Rogelio se casó en el barrio de Las Minas de
Libros con una viuda que tenía dos hijos, ambos murieron en la
guerra; con ella tuvo una hija muy guapa, que fue su heredera: la que
puso la señalización funeraria que indica el lugar de su inhumación
en el cementerio de Torrebaja. Rogelio fue un hombre anecdótico, muy
andarín y bebedor; cuando se emborrachaba salía al balcón y
clamaba no se sabe muy bien si a favor o en contra de Franco y toda
la corte celestial...
Se cuenta de él que en cierta ocasión se puso
muy enfermo, tanto que el médico dijo que de aquella noche no
pasaba. Doña Vista Navarro Ruescas era vecina suya y se fue a dormir
convencida que el hombre fallecería durante la noche. A la mañana
siguiente lo primero que hizo la buena señora fue preparar una
bandeja con algo de desayuno para los que presuntamente habían
estando velando al pobre Rogelio. Se presentó en la casa y llamó
varias veces: Josefa, Josefa… Como nadie contestara
volvió a insistir: Josefa, Josefa… Esta vez respondió
la voz de Rogelio, diciendo: Josefa, que te llaman… La
señora Visitación, al oír la voz de Rogelio, al que hacía
difunto, dejó caer la bandeja que portaba y salió corriendo de la
casa, todo lo deprisa que la llevaban las piernas. El susto que se
llevó fue morrocotudo! A la muerte de Rogelio (porque finalmente le alcanzó la muerte) la casa fue adquirida por Paco (a) el Manso: hoy
es propiedad de su hermanastro, Ramón Martínez Martínez, de Los
Santos. El señor Ramón Martínez es carpintero-ebanista, un excelente profesional, prueba de ello es que le hizo la carpintería de su casa de Barcelona a la célebre locutora gallega Julia Otero, incluyendo una estupenda librería de cerezo. La madera de las estanterías procedía de un cerezo criado en Los Santos, aldea de Castielfabib.
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Señalización funeraria en el cementerio de Torrebaja (Valencia), corresponde a Rogelio Soriano Cortés, hijo de Manuel y Adelaida, fallecido en 1965, a los 68 años (2020). |
Junto
a la casa de los Cariñena se halla la que fue de Miguel Fortea
Garrido y Gerónima Esparza Esparza. El señor Miguel era hermano de
Lucía la de la Fonda y la señora Gerónima era hermana de mi abuela
Vicenta (ambas procedían de Castielfabib). El matrimonio de Miguel y
Gerónima tuvo varios hijos: Marina, Paco, Amparo, Ascensión,
Antonio y Miguel Fortea Garrido. Durante la guerra civil, el señor
Miguel Fortea estuvo al frente de Parques y Talleres del XIX Cuerpo
de Ejército (Ejército Republicano de Levante), el taller estaba en
el garaje de Elpidio Cañizares (de Torrebaja). Aquí conoció a un
tal Josip Broz Tito, dirigente comunista que fue dictador de
Yugoslavia durante décadas. Posteriormente el Parque Móvil se
trasladó a Casas Bajas, el taller lo pusieron en la iglesia
parroquial, para lo cual abrieron un gran boquete en la fachada
septentrional del templo, y un gran foso en el suelo. El tío Miguel
Fortea fue un hábil mecánico, inventó una soldadura especial para
los camiones rusos del ejército popular, a los que se les partía la
culata por el frío y perdían aceite… la soldadura que ideó fue
una mezcla de plata y antimonio, que solucionó el problema. Después
de la guerra el señor Miguel fue taxista, tenía su taller en un
gran edificio con fachada de ladrillo caravista que hay en la carretera de
Cuenca-Teruel, junto a un olmo monumental ya desaparecido. Recuerdo su taxi, muchas veces lo contrataban mis padres para subir a El Cuervo (Teruel), a ver a mis abuelos maternos, José Garzón Casino y Domina Casino Alamán.
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Miguel Fortea Garrido con mis primos (Fernando y Manolo Gómez Sánchez), con el taxi del señor Fortea detrás (s/f). |
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Viviendas de la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia), con el callejón del Horno a la derecha (2020). |
Anexa
a la casa de Miguel Fortea y Gerónima Esparza, esto es, en la
esquina del callejón del Horno con la del Rosario vivieron Manuel
Aliaga Soriano y María Manzano, de cuyo matrimonio nacieron tres
hijos: Antonia, Lola y Manolo Aliaga Manzano, alias los Orejas. Lola
casó con Pepito, hijo de Bienvenido y Marcelina, falleció joven y dejó dos hijos: Lidia y José Miguel. En la casa anexa calle arriba vivió Florentino López
Rodrigo y su esposa Úrsula (a) Ursoleta. El marido era un hombre de
cuerpo menudo y muy vivaracho, que cantaba y tocaba la bandurria en los
pasacalles. Procedía de Garcimolina (Cuenca), donde el matrimonio
regentó un molino, y tenían una hija, Mari: chica vistosa que
siempre lucía muy arreglada. Junto a la casa de
Florentino y Úrsula estaba la
de Anunciación Sánchez
Benedicto (hermana de Consolación, Visitación, Blanca
Flor y Enrique: hijos de Eusebio Sánchez Muñoz y Trinidad
Benedicto), en la que vivió una familia forastera que se instaló en
el pueblo. Procedía de Casas Nuevas (aldea de
Salvacañete, Cuenca), y vinieron como medieros de la señora
Anunciación, esto fue a finales de los años cincuenta. Al hombre le
llamaban Isidoro López Gómez y a la mujer María (a) la Muda, pues
era muda de nacimiento. El matrimonio tenía tres hijos: Daniel (a) el
Muda, una chica y Ángel. Con motivo de las obras de construcción
del nuevo templo de Torrebaja, el ayuntamiento hizo un reparto de
concejadas y al señor Isidoro le tocó llevar un carro de grava. Por
alguna razón el hombre era de ideas avanzadas, no sé si
ateo y comecuras, y cuando Trinitario el alguacil se lo dijo
respondió: Yo a la iglesia no voy ni vivo ni muerto…
El alguacil le dijo entonces: Bueno, pues lleva la grava a
las escuelas -que también las estaban construyendo por
entonces. La anécdota sucedió sin más, aunque es seguro que el
alguacil lo comentaría en el Ayuntamiento.
Al tiempo sucedió que
iba el señor Isidoro con su carro de varas por la calle del Rosario,
cuando un gato que salió del callejón del Horno espantó al macho,
con tan mala fortuna que envistió a Isidoro, empujándole contra la
esquina de Leoncio (a) el Veinteno, clavándole una vara del carro en
el costado. Parece que el hombre murió casi en el acto, nada pudo
hacerse por salvarle la vida: esto sucedió el 25 de junio de 1960.
Recuerdo el trágico suceso, porque con morbosa curiosidad los niños
íbamos a ver la sangre que durante un tiempo coloreó la esquina del
Veinteno. Al difunto le llevaron directamente al depósito del
cementerio de Los Llanos, allí le practicaron la autopsia, y
terminada la necropsia lo enterraron; el difunto tenía 48 años. Este fue el fatum de nuestro convecino, su destino. Entonces fue cuando alguien
recordó aquello que dijo el pobre Isidoro, que no pisaría la
iglesia ni vivo ni muerto, y no la pisó. A raíz de la muerte de
Isidoro la familia se marchó del pueblo. Pero durante años su hijo
Daniel siguió viniendo a Torrebaja por Todos los Santos a poner flores a su
padre: su tumba se halla en el cuartel superior derecho del
camposanto.
Posteriormente, la casa donde habitó Isidoro con su
familia fue adquirida por Leoncio Vicente Lahuerta y Manuela Morales
González, que la demolieron y reconstruyeron. Leoncio y Manuela tuvieron cuatro hijos: Javier, Elena, Jesús y Pilar. La
familia de Leoncio procedía de Bezas y Manuela de Mas
de los Mudos, lugarcillo de Castielfabib. La niña Manuelica se crió en la aldea y durante sus años escolares (finales de los cuarenta, principios de los cincuenta) asistió a la escuela de Torrealta: hacia cuatro viajes al día, pues regresaba a su casa para comer y volvía por la tarde, regresando de nuevo al terminar las clases; iba por la carretera N-420, cruzaba el viejo puente de tablas sobre el Turia y continuaba hasta la escuela, situada al final de la aldea, en un recinto anexo al torreón gotiforme de los Garcés de Marcilla. La niña se encontraba a veces con don Valentín, el cura que servía las parroquias de Torrealta y Torrebaja, y le daba la mano. En aquellos años circulaban pocos coches por la carretera, aparte de los vehículos de la zona, el camión del Tonta de Ademuz, el de Toperas y el de Elpídeo de Torrebaja, y los coches de línea de Cuenca (La Rápida), El Cuervo, Casas Bajas (La Paloma), y Vallanca a Teruel... El señor Leoncio, marido de Manuela, trabajó muchos años para Enrique Sánchez
Hernández (hijo de Enrique el Eusebio).
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Detalle del levantamiento del cementado de la calle del Rosario en su tramo medio,
obra de los años sesenta (2020). |
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Detalle del levantamiento del cementado de la calle del Rosario en su tramo medio,
obra de los años sesenta (2020). |
Junto
a la casa de Leoncio y Manuela está la que fue de Federico Martínez
y Francisca Garrido. De Francisca se contaba una anécdota de
juventud, ocurrida a principios del siglo XX. Sucedió que esta
señora se encontraba segando una gavilla de alfalfa en una finca que
tenía en la Rambla Villana, junto a la carretera N-420, recién
construida por entonces. En esto que la señora Francisca vio un
coche que pasaba con mucho ruido, y sin caballos. Ella no había
visto nunca algo semejante, debió ser de los primeros coches de
motor que vinieron por la zona y se asustó tanto que se metió en
una acequia, bajo un gallipuente, y allí permaneció hasta que el
vehículo desapareció... Del matrimonio de Federo y Francisca
nacieron tres hijos: Antonio, Cristeta y Amalia Martínez Garrido. La
casa censaba (en 1939) a nombre de Antonio Martínez Garrido, el hijo
mayor de esta progenie -lo que evidencia que los padres ya había
fallecido por entonces. El tío Federo era un importante propietario
de Torrebaja, el que más contribución pagaba del pueblo, por encima
de los Pitos, que eran los segundos grandes contribuyentes. Federo
estaba muy orgulloso de su casa, y no era para menos, pues fue la
primera que se construyó aquí con planos de arquitecto. Basta ver
la fachada con su gran portón de dos hojas en madera labrada,
apliques de bronce, zócalo de piedra y ladrillo, adornos cerámicos,
doble balconada con un ojo de buey en la parte alta, coronada por un
ornado acroterio… podríamos decir que su estilo responde al gusto
modernista de principios del siglo XX. Durante la guerra civil en
esta casa se hospedó Carlos Sanz Asensio (de la CNT), Alto Comisario
del XIX Cuerpo de Ejército, cuyo estado mayor estaba en Torrebaja:
lo mandaba el coronel del arma de Infantería don Joaquín Vidal
Munárriz (que residía con su esposa, doña Carmen, en una casa de
la carretera, propiedad de Francisca Vicente Casino, alias señora
Paca, donde hoy se halla la oficina de farmacia del Ldo. Villanueva);
después de la guerra, el coronel Vidal Munárriz fue juzgado por
"traición" -el fiscal había pedido la pena de muerte,
previa degradación. Valiente paradoja! Fue fusilado en Bilbao, el 4
de agosto de 1939.
La
estancia de ventana circular que da a la calle sirvió de calabozo
para presos militares… en sus paredes todavía se conservan las
siglas de sindicatos anarquistas (CNT-FAI), calendarios con fechas
tachadas, dibujos… Cuando la guerra, Francisco Provencio Garrido
(de Torrealta), sobrino carnal de Francisca, vivió alguna temporada
en casa de su tía con sus primas (Cristeta y Amalia), tenía por
entonces 12-14 años. Allí conoció al Alto Comisario Carlos Sanz,
que de vez en cuando le invitaba a ir con él a los asuntos de su
cometido. Iban en un pequeño coche que tenía el comisario y cuando
llegaban al sitio, a Los Santos o donde fuera el hombre le
decía: Paco,
tú quédate en el coche, no bajes, que vuelvo enseguida…
-y Paquito obedecía. La casa la heredó la señora Amalia, que casó
con Ernesto Blasco (hijo de Antonio Blasco Almazán), que fue barbero
y practicante durante muchos años en Torrebaja. De este matrimonio
nacieron dos hijos: Ernesto y Maruja Blasco Martínez. Ernesto es
abogado, casó en Valencia y es padre de dos hijos; Maruja es soltera
y sin hijos. Hace unos meses, los hermanos Blasco Martínez hicieron
donación de su casa al Ayuntamiento de Torrebaja. Como en el caso de
doña Visita podríamos exclamar: ¡Ay, si el tío Federo y la señora
Amalia levantaran la cabeza!
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Fachada de la casa del tío Federo y de su esposa la señora Francisca Garrido, obra modernista de principios del siglo XX en la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia): la casa ha sido donada por los herederos ( Ernesto y Maruja Blasco Martínez) al Ayuntamiento de Torrebaja (2020). |
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Detalle del portón de entrada a la casa que fue del tío Federo y de su esposa, la señora Francisca Garrido en la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia): durante la guerra civil se instaló en ella Carlos Sanz Asensio, alto comisario del XIX Cuerpo de Ejército (Ejército Republicano), 2020. |
Junto
a la casa que fue de Amalia Martínez y
Ernesto Blasco se halla la que fue de Miguel
Calvo Gimeno (hermano de José y de Consolación: mujer
de Daniel Gómez Julián, alias el Satrecillas). Esta casa
estuvo deshabitada durante décadas, hasta que hace unos
años fue adquirida y rehabilitada con mucho gusto por
una hija de Marina Gómez Romero, alias la
Colasa. Digo "con mucho gusto" porque además de parecerme bonita su fachada está perfectamente integrada con las del entorno. ¡Ojalá sirviera de ejemplo para futuras construcciones o restauraciones en esta calle, y en el pueblo! Marina Morales Gómez es soltera y vive
en esta casa con su madre, la señora Marina Gómez Romero. Junto
a esta se halla la que ocupó Victoriano Aparicio, padre de
Josefina la Chinicas que casó con Ramón el Zapatos, de cuyo
matrimonio nacieron tres hijos: Pepe, Ramón y Paco
Cañizares Aparicio. Pepe fue panadero en Vallanca, Ramón es
panadero en Torrebaja y Paco regenta un bar (El
Rincón de Francho) en la localidad. La madre de éstos (Josefina Aparicio
Soriano) fue la que se quedó enterrada bajo los escombros con su tía
(Joaquina Soriano Valdecebro), cuando el bombardeo nacional del 26 de
noviembre de 1938.
Anexa
a la anterior está la que fue de Julia
Gómez Muñoz, que hace esquina con la actual calle del
Sol. La casa fue habitada posteriormente por Joaquín Gómez Romero
(hermano de Veneranda, Colas y Marina, alias los Colases) y Carmen Bea Gómez (hermana de la mujer de Pepe el Alcaldico); esta familia hizo
su vida en Barcelona. Años después, los propietarios de esta casa
adquirieron la de Josefina la Chinicas y Ramón el Zapatos,
juntando ambas viviendas.
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Obras de pavimentación en la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia), con detalle de la instalación del agua potable y las acometidas particulares (2020). |
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Tramo medio alto de la calle del Rosario en Torrebaja (Valencia), con detalle de una vivienda bellamente restaurada a la izquierda (2020). |
Antes
de proseguir por la calle del Sol, volvamos un momento atrás, para
situarnos en la esquina de la calle del Rosario con la de Zaragoza.
En dicha esquina está la casa que fue de Leoncio Martínez (de Los
Santos), alias el Veinteno y de María Tortajada Gimeno, hija de
Roque el Manzanero -padres de Ramón el Leoncio y de Maricarmen,
segunda mujer de Dámaso Cortés Jarque (de Los Santos)-: pero esta
casa censa en la calle Zaragoza, no en la del Rosario. Anexa a esta
se halla la que habitó Justa Tregón
Pérez, esposa de Daniel González Gracia, procedentes de
Teruel. El matrimonio tuvo cinco hijos: Daniel (que fue político
durante el franquismo y segundo alcalde de Valencia), Manolo el Varela, Ricardo, Carmen (falleció joven) y Justo González Tregón
(que fue alcalde de Torrebaja). El padre de esta familia, señor
Daniel, era carpintero y falleció estando la madre embarazada de
Justo; esta fue la razón de que a Justo lo criaran unos familiares
en Villastar (Teruel), porque la madre no podía atender a todos. La señora
Justa era una mujer menuda, amable, educada. Además de subvenir a las necesidades de la
casa y a sus hijos cosía para los Ritos, pues era costurera. Los
Ritos le proporcionaban el material (tela, hilo, botones…) y ella
cortaba y cosía camisas, calzoncillos, toquillas... -esto antes y
después de la guerra. Pero la tía Justa y su familia estaban
alquilados. La casa era propiedad de Teresa la Peperroja y de su
marido Manuel (hermano de Clara, Teresa, Ramona y Concha Jimeno
Fortea), padres de Josefina y Manuel Jimeno. La casa pasó a
Josefina, que casó con Dámaso Cortés Jarque (de Los Santos), de
cuyo matrimonio nació Clara Cortés Jimeno (que casó con Manolo),
su actual propietaria.
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Detalle de la fachada de una vivienda tradicional en la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia),
en ella censaba (en 1939) la señora Clara Jimeno Fortea (2020). |
Anexa
a la anterior está la que habitó Pedro Marín Gómez (hermano de
Antonia la Abadeja y de Miguel Marín Gómez: padre éste de Anuncia,
Victoria y Miguel Marín Adán) y su esposa la señora Tomasa Pérez
Jarque, alias la Vizcarra (de Ademuz), a la que me describen como
mujer “guapa de cara y de piel fina y blanca”. El matrimonio
formado por Pedro y Tomasa tuvo tres hijos: César (funcionario, casó
en Alberique), José el Farriate (nacido en Ademuz, padre de Pepita
Marín Sánchez: esposa de Ramón el Isaías) y Miguel (veterinario,
falleció joven). La casa le tocó a César, que la vendió al tío
Julián Pérez Soriano, el Aperador y a su esposa, la señora Erlinda
Carpio (hermana de Ignacio e Isabel: hijos de Saturnino Carpio
Pardo), padres de Noelia y Elvira Pérez Carpio, sus actuales
propietarias. En el censo (de 1939), el señor Julián Pérez Soriano,
de profesión carrero, tenía su vivienda y taller en la calle
Carretera, entre la casa de Rafael Ramírez y la de Juan José de la
Salud Gómez, es decir, donde al presente se halla el supermercado
“Aldi” de las Toperas. En el local donde el señor Julián el Aperador tuvo su negocio se editó durante la guerra civil el periódico "Ofensiva", del Frente de Teruel, órgano de la Columna número 3.
Junto a la de
Pedro Marín y Tomasa Pérez ésta la que
habitaron los Cristos: José Iglesias Lagunas y
Antonia de la Salud (ella era hermana de Enrique el Casimiro: alcalde
del tercer ayuntamiento de Torrebaja durante la guerra civil y
concejal del cuarto). El matrimonio tuvo varios hijos: Antonio,
Enrique (casó con Tonina), Pepe (marchó a Venezuela), Tomás (casó
con Anita la Bruna), Teresa y Ascensión Iglesias de la Salud. El
mayor de los hijos, Antonio (a) el Cristos, cuenta en su currículo
con el dudoso honor de haber participado en el expolio y destrucción
de la antigua iglesia parroquial de Torrebaja, se le recuerda también
vistiendo ornamentos religiosos y haciendo procesión burlesca calle
del Rosario arriba… Asimismo, se le menciona en la Causa General
como miembro de la checa que dio muerte a Conrado Andrés Sánchez,
natural de Casas Altas y vecino de Las Minas de Libros, donde sus
padres tenían carnicería; participó también como voluntario a las
órdenes del Comité Revolucionario de Torrebaja, haciendo guardia en
las barricadas de la carretera, y requisando caballerías por los
pueblos.
Según un informe del comandante de la Guardia Civil de
Torrebaja, ya antes de la guerra, a Antonio el Cristos se le tenía por persona de mala
conducta. No obstante sus antecedentes, después de la guerra civil
no fue detenido ni encausado por ningún delito. Era un personaje de
lo más singular (simpático y dicharachero), conocía a todo el mundo, y todo el mundo le conocía; y si no encontrabas
entrada para los toros en Valencia no tenías más que llamarle, él
te la conseguía… Compinche de correrías de Antonio el Cristos
fue su cuñado Vicente Chordiz Femenia, de 33 años, natural de
Albalat de la Rivera (casado con una de las hermanas de Antonio el
Cristos). Este individuo llegó a Torrebaja con las primeras columnas milicianas, de triste memoria, y en cierta ocasión obligó al médico de la
localidad (don Antonio Hernández Montesinos) para que fuese a ver a
alguien enfermo, a punta de fusil, aunque sin causarle daño.
Encausado en la detención y muerte de Conrado Andrés Sánchez (el
citado carnicero de las Minas de Libros), en 1941 se hallaba en la prisión de San
Miguel de los Reyes (Valencia), extinguiendo condena de treinta años. Seguramente lo soltaron antes de cumplir un tercio de la pena, porque las cárceles franquistas estaban por entonces abarrotadas; pero Conrado, el joven de Casas Altas, asesinado a los 22 años en el barranco de la Virgen de Castielfabib, no resucitó. Es cierto lo que afirma Andrés Trapiello en su magnífica obra Las armas y las letras (2019), que "en la guerra civil no todos fueron asesinos"; tan cierto como que en la guerra civil hubo muchos canallas y muchos asesinos en ambos bandos que compitieron en bellaquería y crueldad. No en vano se trataba de una guerra de exterminio en la que el vencedor no tendría piedad del vencido, como había pronosticado Indalecio Prieto (1883-1962) a propósito del asesinato de Calvo Sotelo (1893-1936).
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Detalle de portón de entrada a un patio posterior correspondiente a la casa de la izquierda: aquí se hallaba la casa de José Iglesias Lagunas y de su esposa la señora Antonia de la Salud, alias los Cristos (2020). |
En
la casa de los Cristos (actualmente desaparecida), residieron a
principios de los años sesenta los Matorros de Casas Altas (un
matrimonio con cuatro hijos: dos chicas y dos chicos), vinieron como
medieros de doña Visita Navarro. La familia estuvo en Torrebaja unos
años, hasta que emigró de nuevo, esta vez a Barcelona; allí se
asentó y prosperó. Con uno de los hijos (Moisés Sánchez), tuve
amistad -tanto en Torrebaja como en Barcelona-: estando en la ciudad
condal muchos domingos por la tarde quedábamos, y junto con José
Manuel Gómez Pinazo recorríamos la ciudad. Cuando yo me marché de
Barcelona a Valencia (en 1970) para continuar los estudios en la Universidad, perdimos
el contacto. Junto a la casa de los Cristos hay una casa que (en
1939) figura como deshabitada. Sin embargo, aquí vivió en 1940
María Martínez Martínez, alias la Manzana, esposa de José Báguena
Tortajada, alias el Frailecico, padres que fueron de Mercedes, Ramón,
Aurora, Joaquín y José. Joaquín falleció de rabia, a consecuencia
de la mordedura de un perro, tenía 17 ó 18 años. Aquí vivieron
después Bienvenido Pérez Martínez (sastre fe profesión) y
Marcelina Ruiz Alcarria: el matrimonio procedía de la Laguna del
Marquesado, Cuenca; trajo dos hijos: Pepe y Mercedes Pérez Ruiz.
Pepe (casó con Lola Aliaga Manzano y falleció joven dejando dos hijos: Lidia y José Manuel) y Mercedes
(casó con Cándido Roselló Domingo y tuvo dos hijos, de los que sobrevive Merceditas). Esta casa en la que vivieron
Bienvenido y Marcelina tiene como acceso a la parte posterior el solar de la antigua casa
de los Cristos, pertenece a Lamberto y a su esposa, él de la familia
de las Jacintas.
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Detalle de fachadas de casas en el tramo medio alto de la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia), la primera de la izquierda fue de la señora Clara Jimeno Fortea, la siguiente es una construcción restaurada (2020) |
La
casa contigua a la de Bienvenido y Marcelina fue de Clara Jimeno
Fortea: una señora de porte antiguo, de las de pañuelo negro, saya
y faldriquera. Cuando yo la conocí era ya una anciana, viuda de José Domingo Lázaro (1870-1939), natural de Los Santos (Castielfabib); José Domingo (de la familia de los Peperrojos), tenía fama de jugador y aventurero: cuando tenía ya 50 años emigró a los Estados Unidos de América, consta que se embarcó en el "Manchuria" en el puerto de Vigo, con destino a Johnstown, Pensilvania. Nada sabemos de su estancia en América, ni el tiempo que permaneció emigrado; falleció en Torrebaja en abril de 1939. Del matrimonio de José Domingo y Clara Jimeno nacieron tres hijas: Manuela, Antonia y Ana Domingo Gimeno. Manuela casó con Manuel Domenech, Antonia
casó con Lisinio Aliaga Soriano (padres de Anita y Pepe) y Ana casó
con Ramón Martínez, mozo de Los Santos de cuyo matrimonio nacieron
Fernando y Paco Martínez Domingo. Ana falleció joven y el marido viudo regresó a Los Santos donde contrajo nuevas nupcias; de este segundo
matrimonio nació Ramón Martínez Martínez, ebanista de profesión.
Los hijos del primer matrimonio (Fernando y Paco el Manso) quedaron
al cuidado de la abuela Clara y de sus tías Antonia y Manuela.
En
la casa inmediata de la tía Clara vivió Dolores Gómez, una señora
ya mayor y menuda de cuerpo, siempre vestida de oscuro; con ella
vivía a temporadas una nieta o sobrina de mi edad con la que jugábamos a los médicos. La casa anexa fue del
matrimonio formado por Bienvenido Gómez Martínez y Antonia Marín
Gómez, alias la Abadeja. Del matrimonio nació una hija, Trinidad,
que casó con Pedro González Mañas (familia de los Sargentos de
Cuesta del Rato), padres que fueron de Pedro, Trinidad y Miguel González Gómez. El
señor Bienvenido fue concejal en el último ayuntamiento
constitucional de la II República (que presidió el señor Laureano
Gimeno Manzano); pero yo le recuerdo ya de mayor. Era un hombre alto,
con boina calada, enjuto de carnes, siempre con un saco al hombro y
una corbella en la mano: su uniforme de faena para ir al campo. No
debía ser el hombre muy sociable, más bien de los que van a
la suya, sin interesarse mucho ni poco por los demás. Pero no creo que su
actitud fuera premeditada, más bien era su forma de ser. También es
posible que tuviera sus motivos para ser como yo le veía. No frecuentaba la iglesia, ni los
bares… tampoco se le vio nunca en un funeral. Digo esto porque hay
una anécdota que explica su proceder, y fue el día de su fin y
acabamiento. Era costumbre en el pueblo que cuando alguien fallecía
se le velará en su casa veinticuatro horas antes de llevarle a la
iglesia, para la misa de cuerpo presente y el entierro. Antonia la Tatá, que vivía enfrente (en lo que hoy es la calle del Sol) me
contó que cuando falleció Bienvenido la viuda se presentó
angustiada en su casa, para que Román, su marido, buscara cuatro hombres para
llevar el féretro, porque era la hora de venir el cura y no había
más que cuatro viejas en la entrada. El tío Román tuvo que buscar rápido a
gente para llevar el cajón de Bienvenido a la iglesia. Al parecer,
desde aquel día no faltó alguien de esta familia en ningún
entierro… La anécdota es real y tiene su moraleja: Si quieres que
vayan a tu entierro, procura ir al de los demás.
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Detalle de fachada tradicional en la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia),
en dicha vivienda censaba (en 1939) la señora Dolores Gómez (2020). |
Frente
a la casa de Bienvenido y Antonia la Abadeja está la calle del
Sol. Hasta mediados de los sesenta las viviendas de esta calle
censaban en la del Rosario (al igual que las casas del callejón del
Horno), y como se dice arriba, por en medio de la calle discurría
una acequia descubierta en cuyas márgenes de obra las vecinas
lavaban la ropa y fregaban los cacharros de cocina. La acequia
continuaba por un callejón cubierto (el callejón del tío Román),
que daba acceso a los corrales y cuadras. Fue en esta acequia donde
se le manifestaron los primeros síntomas hidrofóbicos al joven
Joaquín Báguena Martínez, que falleció de rabia en Valencia (en
1940), a consecuencia de la mordedura de un perro propiedad de
Armando León Valero. Como se dice arriba, Joaquín Báguena vivía con su
madre (María Martínez Martínez, alias la Manzana) y hermanos en la
casa que posteriormente habitaron Bienvenido y Marcelina (entre la de
Antonia la Cristas y la tía Clara). El padre de Joaquín (José
Báguena Tortajada) fue guardia civil y falleció en el frente de
Teruel durante la guerra.
Pero
volvamos a la acequia de la calle del Sol... en una casa de esta
parte de calle vivía el matrimonio formado por Román Gea Sánchez y
Antonia Tortajada Luis, padres de Joaquín, Manuela, María y Tonica.
Joaquín marchó a la guerra y ya no volvió, la mataron en el frente
de Teruel, por Celadas, según se dijo por sus propios compañeros de
trinchera, por ser de derechas. El caso de Joaquín no fue un caso
excepcional en la guerra; tanto en uno como en otro bando. Desde
entonces y hasta el fin de sus días la tía Antonia vistió luto. No
obstante, Antonia era una mujer alegre, sabia a su manera, conocía
muchas historias antiguas del pueblo, anécdotas, oraciones, incluso
conjuros para que aparecieran los objetos perdidos… era también el
centro de la tertulia que se formaba en las noches de verano en la
esquina de la calle del Rosario con la del Sol, cuando la vecindad
salía con su silla baja a tomar la fresca. Otra tertulia notable era
la que se formaba en la puerta de la casa de doña Visita, esquina
del Rosario con el callejón del Horno. Antonia la Tatá era muy
devota, además de buena mujer, cualidades que no siempre van juntas.
En una habitación de su casa tenía una imagen de san Antonio de
Padua de tamaño natural que a mí me imponía; pero lo que más me
impresionaba era saber que en el último cajón de la cómoda de su
habitación guardaba su mortaja. Se lo oí contar muchas veces, y siempre me producía cierto repelús. Al parecer, la
tía Antonia no temía la muerte, sabía que tenía que llegar y la
esperaba sin prisas, aunque preparada, lo que desde la perspectiva de Séneca resulta perfectamente razonable y congruente. Además, tenía el don de la narrativa, daba
gusto escucharla; por eso centraba las tertulias de la fresca
encandilando a chicos y mayores.
El marido de Antonia, Román, era un hombre discreto, alto
y bien plantado, tan bondadoso como ingenuo. Alguien le convenció
de que en un huerto que tenía a la entrada de Los Callejones, los
moros (o los carlistas) habían enterrado un pellejo con un
tesoro de monedas dentro. Y el buen hombre cavó de arriba abajo el
huerto, por si acaso era verdad. Dicen que lo volvió a labrar de
abajo arriba, sin encontrar nada. Otros dicen que aunque estuvo a
punto de hacerlo lo cierto es que no llegó a cavarlo ni a
labrarlo... vaya usted a saber.
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Detalle de la esquina de la calle del Sol (derecha) con la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia), en ella censaba (en 1939) la señora Julia Gómez Muñoz (2020). |
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Detalle de fachadas en la calle del Sol de Torrebaja (Valencia): la vía comunica la calle del Rosario con el camino de los Callejones (2020). |
En
la casa anexa de la de Román y Antonia (a) la Tatá está la que
habitó Jacinto Montón de la Merced (en
1939). Jacinto era sastre de profesión, aunque no me
ha sido posible filiarlo. No conocí a este señor,
pero sí a Blanca Flor Sánchez Benedicto, que la habitó siendo yo
niño. La señora Blanca (hermana de Anunciación, Consolación,
Visitación y Enrique, alias los Eusebios) estuvo casada con Manuel el Royete, que fue capitán de la Guardia Civil. El matrimonio
tuvo dos hijos: Manuel (ingeniero industrial, emigró a Suiza) y Lola
que casó con Paco. Lolita y su marido eran un matrimonio de aspecto
muy formal, educado y circunspecto, debían ser funcionarios. El marido padecía
una sordera profunda; no oía nada, pese al audífono que portaba. Es
por ello quizá que siempre iba junto a su esposa. La pareja venía
a pasar el verano con sus hijos (Paco y Blanca) a Torrebaja: el chico
estudió medicina y se hizo dentista. La hija era una chica rellenita
y pelirroja, muy graciosa. En cierta ocasión estuve en su casa de
Valencia, no recuerdo bien por qué, pero me atendieron en mi demanda. Fallecidos los padres los hijos dejaron de venir a
Torrebaja, se desvincularon del pueblo. En la casa de la señora
Blanca había otra vivienda, en ella residieron el tío Paco el
Pintor y su familia, que por entones debía limitarse a su hijo mayor. Conocí al tío Paco el Pintor, porque muchas veces vino a pintar la casa de mis padres; también conocí a sus hijos: Paco, Luciano y a los gemelos, Pili y Santiago. Me contaba Manolo el Varela que en cierta ocasión se encontró en Valencia con el tío Paco y le dijo: Tío Paco, cuénteme cosas de la guerra... Y el tío Paco le respondió: Pues mira, cuando comenzó la guerra lo primero que hicimos fue ir a la Presa, fuimos Manuel el Ciriaco y otros, y cortamos varios chopos, los más gordos que encontramos y con los machos los arrastramos hasta la carretera, allí los cruzamos para que no entraran los fascistas de Teruel... Yo nunca hablé de estos asuntos con el tío Paco, aunque me hubiera gustado. Puede resultar llamativo que en este relato se nombre tantas veces la guerra civil (1936-1939); pero es comprensible, pues estamos diciendo de la generación de la guerra, y la guerra fue el acontecimiento más relevante ocurrido en España en el siglo XX. Posteriormente, en la casa de la señora Blanca Flor vivieron otros vecinos: Julio (de Negrón) y su esposa Sara (hija de Daniel Sánchez y Lucía Fortea), y también un nieto de éstos: Daniel González el Gasiosero y su esposa (de Castielfabib). Desde hace años, la casa está deshabitada, con la fachada arreglada pero cerrada a cal y canto.
La
casa colindante por abajo es de nueva planta, posee un singular alero
y fachada de ladrillo caravista, obra singular de José Durbán (hijo de la Cafetera de Torrealta), que
también construyó el campanario de la iglesia parroquial. Dicha
casa no aparece en el censo de 1939, debió construirse después de
la guerra, en el solar de otra casa anterior. El edificio posee tres plantas, pues fue construida por
Anunciación Sánchez Benedicto y Pedro Hernández Montesinos para
sus hijos: Gonzalo, Trinidad y Paco Hernández Sánchez. Gonzalo casó
con Leonor (hija de Alberto Miguel) y tuvo tres hijos: Gonzalo,
Marileo y Pedro Alberto Hernández Miguel. Fallecidos los padres. los hijos se
desvincularon del pueblo. Trinidad casó con Manuel Aznar (de
Vallanca), de cuyo matrimonio nacieron Manuel, Trini y M.ª José
Aznar Sánchez, que pasa temporadas en la casa con su esposo (Enrique
Rivera). Paco fue farmacéutico en Villel durante muchos años, tuvo
cuatro hijos: Pili, Piedad, Paco y Pedro. Próxima a la casa donde
vivieron Gonzalo y Leonor hubo un lavadero cubierto, utilizaba el
agua de la acequia de Los Callejones. El lavadero era particular, pues en
Torrebaja no hay constancia de que hayan habido nunca lavaderos públicos;
aquí las mujeres lavaban y fregaban en las acequias y en el río
Ebrón, pues las aguas del Turia siempre han bajado algo turbias.
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Detalle de fachadas de viviendas en la calle del Sol de Torrebaja (Valencia): la primera por la izquierda fue de la señora Blanca Flor Sánchez Benedicto, la segunda es obra de nueva planta, construida con posterioridad a la guerra civil, propiedad de los herederos de Anunciación y Pedro Hernández Montesinos (2020). |
Al
final de la calle hay una casa exenta, fue propiedad de Manuel
Herrero Álvaro y de su esposa Crisanta Hernández Tomás, una
familia procedente de Ademuz que se asentó en Torrebaja en enero de
1936 con sus hijos: Vicente, Manuel, Juan, Ramona, Ramón y Pedro
-éste último nació ya en Torrebaja y falleció siendo niño. En
los primeros sesenta habitó la casa otra familia originaria de
Ademuz, apodados los Matazorras: Luciano Giménez Camañas y Manuela
Lozano Manzano, el matrimonio vino con tres hijos: Pilar, Araceli y
Manolo Giménez Lozano. Al poco de llegar a Torrebaja falleció
Araceli (en noviembre de 1961), tenía 17 años y al año siguiente
su madre, la señora Manuela (en octubre de 1962), tenía 45 años.
No obstante ser vecinos recién llegados al pueblo la gente sintió
mucho las muertes de estas personas, algunos todavía recuerdan los
entierros, con la calle de acceso a la casa llena de gente. Pilar, la
hermana de Araceli, era una chica guapa y presumida, marchó a Lloret
de Mar a trabajar; algún tiempo después se fue el hijo menor,
Manolo el Morrongo. El padre se trasladó a otra casa de la calle
Cantón (la que fue de Secundino el Tonelero). Posteriormente, esta
casa de los Callejones fue habitada por otra familia emigrada de
Cuesta del Rato, la del señor Vicente Aparicio Jarque y la señora
Agustina Bueno Sánchez, que vino con sus hijos: Paco, Dionisio y
Pepe. Paco (está soltero), Dionisio (casó con Milagros Blasco) y
Pepe (falleció joven y dejó mujer y dos hijos) -los tres fueron producto
del segundo matrimonio de la señora Agustina. Al presente la casa la
habita el hijo mayor: Paco, persona afable y servicial.
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Última construcción de la calle del Sol en Torrebaja (Valencia), en el comienzo del camino de los Callejones, a la izquierda se la vía hubo un lavadero cubierto, de propiedad particular (2020). |
Volviendo
a la calle del Rosario, margen izquierdo de la misma, la primera
casa es en la actualidad de Luis Perpiñán Sánchez y
Amparo Mas. Dicha casa fue de don Gregorio Sacedo
Martínez y de su esposa la señora Consolación Sánchez
Benedicto, de la familia de los Eusebios. Don
Gregorio era natural de Moscardón y fue maestro en
Los Santos (en 1931), donde tiene una calle en su memoria:
después de la guerra fue depurado como tantos otros
maestros, lo desterraron no sé dónde varios años. Don Gregorio
y Consolación no tuvieron hijos, pero criaron a una sobrina, Ofelia
Sánchez Hernández: hija de Enrique Sánchez Benedicto y de Valentina
Hernández Cortés. Valga el punto para decir que la familia de los
Eusebios constituye una larga progenie. Los padres fueron Eusebio Sánchez
Muñoz y Trinidad Benedicto, que tuvieron cuatro hijas y un hijo:
Consolación, Anunciación, Visitación, Blanca Flor y Enrique.
Cuando nació Enrique los padres quisieron ponerle “Bienvenido y Deseado” (una forma de manifestar su alegría y agradecimiento por
un varón después de cuatro hijas), pero las hijas se opusieron,
poniéndole el nombre de Enrique, el santo del día. Poner a un hijo
el nombre del santo del día era como buscar la protección divina,
una tradición que estuvo muy arraigada antaño, causa también de
que muchas personas tuvieran nombres poco comunes; aunque los nombres
infrecuentes tenían la ventaja de que evitaban un apodo.
Conocí al
tío Enrique el Eusebio, era un hombre de mucho carácter, a mí me daba la
impresión de estar siempre enfadado. Falleció en un huerto de la
Hoya, tal vez de un infarto -nadie sabe dónde le esperan las parcas.
Me contaba su hijo que cuando la guerra tenía un camión con el que
trajinaba por estos pueblos, y por temor a que se lo requisaran lo
emparedó al fondo del garaje de su casa de la Carretera. El caso es
que alguien debió denunciar el hecho y se lo requisaron. Después de
la guerra el camión se hallaba destartalado en una zona del Rento,
pero el tío Enrique lo volvió a recomponer y siguió trajinando con
él durante años. Ya digo que era hombre de carácter, perseverante,
trabajador, como muchos de su generación en aquellos años de
penuria. Volviendo al hijo del relato: la señora Ofelia (hija de
Enrique el Eusebio) casó con un maestro (después catedrático de
dibujo) natural de Landete (don Luis Perpiñán Aguilar), de cuyo
matrimonio nació Luis Perpiñán, que casó con Amparo Mas, los
actuales habitadores de la casa del Rosario, que tienen tres hijas:
María, Ana y Elena.
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Detalle de la fachada de la casa que fue de Gregorio Sacedo y Consolación Sánchez, obra modernista situada en el tramo alto de la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia), 2020. |
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Vista de la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia), con la calle del Sol a la derecha y el campanario de la parroquial al fondo (2020). |
Anexo
a la casa de Luis y Amparo hay un solar, corral o descubierto que yo
siempre he conocido como tal y más arriba la casa que habitó
Antonio Lozano Adalid (esposo de Serafina), posteriormente ocupada
por sus cuñados Vicente Rubio Andrés e Isabel Camañas Ramírez:
matrimonio proveniente de Ademuz con tres hijos: Manuela, Jerónimo y
María Rubio Camañas. Manuela (casó con Justiniano y tuvo dos hijos: Justiniano y Cesáreo), Jerónimo (casó
con Manuela la Barbera y tuvo dos hijos: Jesús y Marilín) y María (casó con Florencio y tuvo dos hijas: Consuelo e Isabel); en Torrebaja les
nació otra hija: Pilar (que casó con Manuel, hijo de Damián y tuvo tres hijos: Manolo, Salvador y Emilio). A
la progenie Rubio Camañas se la conoce como los Paticortos (apodo que ya trajeron
de Ademuz). En la casa de Vicente e Isabel vive hoy su nieta Isabel,
hija de María, viuda de Julio Gómez Aparicio (hijo de Eusebio el
Ciriaco), y aquí criaron a sus hijos: Laura y Oscar.
En
la casa contigua a la de Isabel y Julio vivió Manuel Cortés Pérez.
Antes de continuar por ese lado de calle volvamos atrás, para
continuar por la margen derecha de la calle. Habíamos dejado la
descripción en la casa de Bienvenido y Antonia la Abadeja,
frente a la calle del Sol. La casa contigua por arriba fue la de mis
padres: Alfredo Sánchez Esparza y Paquita Garzón Casino, de cuyo
matrimonio nacieron dos hijos: Alfredo y José Mª Sánchez Garzón. Alfredo (médico, casado con Luisa
Sendra: padres de Alfredo Ferran y Álvaro Pau) y José María
(enfermero, casado, con Marisa Barbero: padres de María y Chemari).
Decía arriba que la casa fue anteriormente de Francisco el
Pachicho y de Virginia Sánchez Garrido (hermana de mi abuelo
Román). Este matrimonio tuvo una hija, Antonia, que casó con
Francisco-Íñigo García Monferrer, farmacéutico procedente de
Mosqueruela (Teruel). Ella falleció joven, de tisis y no dejó hijos.
El farmacéutico cuidó de sus suegros hasta que fallecieron, vendió
la herencia de su esposa, traspasó la oficina de farmacia y se
marchó a un pueblo de Valencia, donde continuó ejerciendo de
boticario hasta su jubilación. Este hombre fue alcalde de Torrebaja
inmediatamente después de la guerra, era un hombre delgado, alto y
bien plantado: yo le conocí y traté en el antiguo Centro Aragonés
de Valencia de la calle las Barcas: allí acudía todos los días a
tomar café y jugar a las cartas. Del tío Pachicho se contaba que durante la guerra pasó mucho miedo por causa de la persecución y detención por los rojos de su yerno el farmacéutico, de su cuñado (Román Sánchez Garrido, mi abuelo), del médico (don Antonio Hernández Montesinos), y de otros vecinos simpatizantes de la derecha. En casa de mi abuelo Román se votaba a la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), un partido liberal-conservador, católico y de orden. Tras la guerra el tío Pachicho se trastornó y dicen que en cuanto oía llamar a la puerta de su casa o cualquier otro ruido extraño se escondía por los rincones de su casa, exclamando: ¡Que vienen, que vienen! La anécdota puede parecer graciosa, pero tiene muy poca gracia. Murió con la obsesión de la guerra y de la persecución de que fueron objeto personas de su entorno en la zona.
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Detalle de muro de mampostería con piedra arenisca en el tramo alto de la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia), 2020. |
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Detalle de fachadas tradicionales en el tramo alto de la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia), 2020. |
Decía
que a mi padre le llamaban Alfredo Sánchez Esparza, hijo de Román
(nacido en las Casas de Guerrero) y Vicenta (de Castielfabib, hermana
de Agustín, que falleció de tisis a su regreso de los Estados
Unidos de América y de Gerónima: mujer de Miguel Fortea Garrido).
Alfredo fue alcalde de Torrebaja entre 1943 y 1956. Mi madre,
Francisca Garzón Casino era natural de Madrid, hija de José y de
Dominica (ambos de El Cuervo, Teruel). Anexa a la casa de mis padres
está la que habitaron Vidal y Dolores Gómez Muñoz, una singular
pareja que frecuentemente discutía, aunque sin llegar la sangre a la
acequia: digo a la acequia porque por debajo de su casa pasaba una
acequia de riego. En realidad eran muy buena gente y en momentos difíciles se
portaron como buenos vecinos con mis padres. Durante años pensé que
formaban matrimonio, pero eran hermanos, algo de lo que me enteré
siendo ya mayor. De facto, los matrimonios sin hijos acaban
pareciendo hermanos, y los hermanos solteros que conviven muchos
años, matrimonio. Decía que por debajo de su casa pasaba (y
continúa pasando) una acequia, ramal de la de Castiel que
riega la zona de La Porcal; a veces la acequia en embozaba y la
cuadra se les encharcaba, lo que constituía un grave problema para
personas y animales. Cabe decir que Vidal y Dolores eran hermanos de
Vicenta Gómez Muñoz, esposa de Juan José de la Salud Gómez:
padres de Mercedes, mujer de Francisco (a) el Toperas -otra notable
progenie de Torrebaja.
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Detalle de fachadas en el tramo alto de la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia), a la derecha la casa que fue de don Francisco Íñigo García Monferrer, donde se halla la oficina de farmacia de Torrebaja hasta 1945, la la izquierda la calle del Sol (2020). |
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Detalle de la fachada de una casa del tramo alto de la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia), desde la calle del Sol (2020). |
En
la casa siguiente vivió una familia procedente de Ademuz, al hombre
le llamaban Francisco Pastor y a la mujer Magdalena Camañas, padres
de Paco Pastor Camañas, alias el Poncio. Esta casa no aparece en el
censo de 1939, debió construirse con posterioridad: posee dos pisos
y altas balconadas sobre la calle que miran al sureste,
posteriormente fue prolongada hasta la carretera N-420. Paco (a) el
Poncio casó con Carmen Agustí (de
Casas Altas), de cuyo matrimonio nacieron dos hijos: Francisco y José
Pastor Agustí. El padre falleció en las minas de caolín de
Riodeva, a resultas de un accidente; la casa la habitan hoy su viuda
e hijos.
La
casa contigua a la de los Poncios fue de Antonio Lozano Adalid y
Serafina Camañas Ramírez, matrimonio procedente de Ademuz que tuvo
tres hijos: José, Marina, Adelina y Emilia Lozano Camañas. José
(casó con Asunción: hija de Evaristo el Marianazo), Marina
(casó ya mayor, y enviudó pronto), Adelina (casó con Jesús el Chimba) y Emilia
(casó en Ademuz). En los años de mi infancia la casa estaba
habitada por la señora Serafina: hermana de Isabel, mujer de Vicente
Rubio Andrés, que vivían enfrente. Serafina era una señora mayor,
viuda, vestida siempre de oscuro, cabello recogido en mono y con
pañuelo negro a la cabeza: hablaba de forma peculiar, quizá por
alguna alteración en la faringe congénita o adquirida. Con ella
vivían su hijo José el Negrito y los hijos de éste: Pepito y
Marina Lozano Gómez. La esposa de José fue Asunción, que enfermó
de tisis (una enfermedad frecuente entonces) y la llevaron a un
sanatorio de Castellón, donde falleció, tenía 30 años. Poco antes de morir le llevaron a
sus hijos, para que los viera: Pepito tenía 5 años y Marina 2. Ellos no se enterarían del drama que suponía para la familia, pero Asunción sí. Trinidad Martínez Arnalte (hija de Gregorio y Josefina),
que conoció a Asunción me decía de ella: Era una mujer muy
dulce, ingenua y bondadosa como no he conocido otra… su hijo Pepito
parece que heredó su carácter. Yo no la llegué a conocer, pero
sí a la abuela Serafina, a José el Negrito y a sus hijos, que
fueron mis vecinos y compañeros de juegos en la infancia.
A Pepito y
a Marina los criaron entre su padre y su abuela paterna, aunque quizá
les faltó el cariño y los cuidados que solo puede dar una madre.
Marina marchó de jovencita a Barcelona, apenas tenía 17 años, allí casó con un mozo
catalán, de cuyo matrimonio hubo una hija. Pepito casó con una
chica de Tramacastiel y tuvo también una hija, pero enfermó del
hígado y falleció tras un trasplante fallido. Desde los años de
nuestra infancia (años cincuenta y primeros sesenta) vi pocas veces
a Pepito y a Marina, pero siempre guardé de ellos el mejor recuerdo.
A su padre le traté más: muchas veces me lo encontraba en su puerta
de la carretera y charlábamos: era un hombre de mirada triste,
padecía del pecho, quizá por causa del tabaco; en nuestras
conversaciones siempre salían a relucir los hijos, y él terminaba
con los ojos húmedos de lágrimas contenidas. Falleció hace ya
algunos años; pero cuando paso por la carretera, frente a su casa,
me lo imagino saludándome con un movimiento de cabeza.
Calle
del Rosario arriba, contigua a la casa del Negrito está la que fue
de Vidal y Enriqueta (padres de Vidal Gimeno: que fue alcalde de
Torrebaja); en el censo de 1939, en esta casa aparece Antolín Gimeno
Sánchez, padre de Ángel, marido de Delfina la de Manuel el Ciriaco.
A continuación esta la parte trasera de la Fonda de Daniel y Lucía,
y a continuación la salida (de emergencia) del cine-teatro de los
Ritos y varias más. Todas éstas -desde la del Negrito en adelante-
censan en la calle Carretera.
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Detalle de fachadas en el tramo alto de la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia), 2020. |
Volviendo
a la margen izquierda de la calle del Rosario, nos habíamos quedado
en la casa que fue de Vicente Rubio Andrés e Isabel Camañas Ramírez
-ambos de Ademuz-: padres de Manuela, María, Jerónimo y Pilar Rubio
Camañas (la única de las hermanas que nació en Torrebaja). La casa
inmediata es la de Leonor Bea Cortés, viuda de Pepe de la Salud
Luis, padres de tres hijos: Roberto (falleció de niño), Roberto (es profesor de Química en una
universidad de los Estados Unidos de América) y José Luis (regentaba un bar en Valencia, falleció joven). La siguiente casa fue
la de Miguela Cortés Muñoz (hermana
de Dolores, madre de Mari la Borita y de
Angelina, madre de Lita). Miguela estuvo muchos años
trabajando en Inglaterra, a su jubilación regresó a su casa de
Torrebaja, falleció soltera y sin hijos. La casa la heredó una hija
de Manolo Roselló y Lita Hernández. Entre esta última casa y la de
José Gómez Mínguez no había ningún edificio en mi infancia, las
actuales fueron construidos en las últimas décadas: la primera casa
a comienzo de los años setenta, fue de María Gómez Tortajada (a)
la Chata y de su esposo Félix Ribera Benito (taxista, natural de
Albarracín): en la actualidad vive su hija M.ª Carmen y su marido,
Antonio Reyes. La siguiente es también una construcción de nueva
planta (data de 2005), propiedad de Miguel Sánchez Manzano y de
Mabel Adán Somarriba, de Teruel: Mabel falleció joven, dejó dos
hijas pequeñas.
La siguiente vivienda es una obra (de 1936) que habitó José
Gómez Mínguez y Felisa Pinazo Martínez, padres que fueron de
Santiago, Carmen, Pepe y Amparo Gómez Pinazo. José era sordomudo,
primer y único hijo del Tomás el Rito y de su primera mujer
(Joaquina Mínguez Lázaro), zapatero de profesión y un hombre
bueno. Su esposa era la señora Felisa, ama de casa por decisión y
partera de vocación (seguramente aprendió el oficio de su madre:
Petra Martínez Aspas, que también fue partera). La señora Felisa
ayudó a muchas mujeres de Torrebaja a traer sus hijos al mundo
-entre ellas a mi madre. Su vocación era muy sacrificada, las
embarazadas se ponían de parto en cualquier hora del día o de la
noche, y ella acudía a atender a la parturienta en cuanto la
llamaban; a veces los partos duraban horas, incluso días, ello le
ocasionaba trastornos familiares. Cuando los partos no iban bien,
cosa que ella percibía de inmediato, llamaba al médico. Siempre
cobró como pago a sus servicios la voluntad, mayormente en especies
(una hogaza de pan, lo que fuera...), dinero pocas veces. La casa de
José y Felisa la heredó su hija Carmen (casada con Teodoro Manzano
Verbena), ahora la habita sus herederos: Teodoro Manzano Gómez, su
esposa e hijos: Lucía y Teo.
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Detalle de una construcción de nueva planta en el tramo alto de la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia), 2020. |
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Detalle de una construcción de nueva planta en el tramo alto de la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia), 2020. |
Cerca
de la casa de Teodoro Manzano Gómez está la que fue de su tío Pepe
(hermano de su madre), fallecido hace unos años. Pepe emigró de
joven a Francia, allí se caso y tuvo dos hijas. Separado de su
esposa regresó solo a Torrebaja y construyó esta casa, aunque más
próxima al camino de Los Callejones que a la calle del Rosario. El
tío Pepe era un hombre tranquilo, de ideas avanzadas... vivía su
vida a su estilo y cuando falleció no quiso funeral religioso: lo
inhumaron en el cementerio local con una sencilla ceremonia laica.
Muchos vecinos (amigos y conocidos) hubiéramos querido acompañarle
en este tránsito, pero no llegamos a enterarnos; sit tibi
terra leve, compañero.
La
casa siguiente es una obra inconclusa de ladrillo sin revocar,
construida junto al solar de una antigua aguardentería por Ramón Caballero, que casó con Concha Millán (hermana de Alejo
Millán Eslava); el matrimonio tuvo varios hijos, pero ninguno
sobrevivió. Tras la muerte de su esposo ella continuo viviendo en la
casa en condiciones de abandono, por su enfermedad. Concha pasó los
últimos años en una residencia de Chelva, quizá fueron los mejores
y más lúcidos de su vida. Tras el fallecimiento de Concha la casa la heredó una sobrina de Ramón Caballero, su actual propietaria. La siguiente casa por ese lado la habitó
Eulogio de la Salud Gómez (hijo de Mariano de la Salud Durván y de
Isabel Gómez Marqués), que casó con Ana Licer Casinos (hermana de
Casto Licer), de cuyo matrimonio nacieron dos hijas: Isabel y otra
cuyo nombre desconozco. La vecina Aurora Sánchez Fortea (1924-2019)
que le conoció le describe del siguiente tenor: “Era
un hombre alto y delgado, vivía al final de la calle del Rosario,
junto a la casa del Roches...”. El
señor Eulogio falleció en mayo de 1947, a los 55 años de su edad:
en el paso a nivel del tren eléctrico (de Las Arenas a Valencia), al
parecer se suicidó. Sus restos mortales se hallan en un columbario
del cementerio de Los Llanos. Con posterioridad la casa estuvo
habitada por distintas familias. La siguiente y última casa de la
calle del Rosario fue la de Juliana Jiménez Puerta y su esposo
Antonio (a) el Roches (hermano de Plácido Luis Giménez), que
procedía de Landete. Según refiere la citada señora Aurora Sánchez
Fortea: “El
Roches tenía algo de tasca en la planta baja, con algunas mesas y
sillas, un banco con un par de lebrillos con altramuces y
cacahuetes, y una medida de madera para el vino, allí iban los
hombres a beber y pasar el rato. Las niñas de mi época íbamos los domingos a
comprar un cucurucho de cacahuetes por una perra gorda...” -esto
fue antes de la guerra civil. La
casa de Juliana y el Roches fue demolida por amenazar ruina, queda el
solar.
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Casa en el tramo alto de la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia), construida en 1936, fue de José Gómez Mínguez y de su esposa la señora Felisa Pinazo Martínez (2020). |
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Detalle de una construcción inconclusa de nueva planta en el tramo alto de la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia), fue de Ramón Caballero y de su esposa la señora Concha Millán (2020). |
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Construcción en el tramo alto de la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia), aquí censaba (en 1939) el señor Eulogio Gómez de la Salud, anexa a la misma se hallaba la de la señora Juliana Jiménez Puerta, viuda del Roches (2020). |
Palabras
finales, a modo de epílogo.
Rememorar
la historia de la calle del Rosario de Torrebaja a través de los que
nacieron, vivieron o murieron en las casas que la conforman ha
constituido un trabajo agotador, al tiempo que satisfactorio. El
documento base utilizado para el estudio es un censo de 1939,
realizado por el Ayuntamiento para recoger los daños en casas y
muros de la localidad, ocasionados con motivo de los bombardeos de la
guerra civil.[1] La
relación incluye el número de policía de las viviendas y el nombre
del cabeza de familia, lo que no supone titularidad. La numeración
de entonces no corresponde a la actual, aunque se le aproxima.
La
calle que yo conocí en mi infancia (años cincuenta y primeros
sesenta del pasado siglo) era una vía muy transitada por personas y
animales de carga y labor, tenía el piso de tierra, en la que se
formaban charcos y barrizales (en los que se atascaban los carros)
con motivo de lluvias y nieves. Era también el patio de juegos de
los numerosos niños y niñas de mi generación, cuando la población
censaba cerca de mil habitantes: 947 (1950), 783 (1960).
Resulta
asombroso comprobar la cantidad de personas que habitaron en las
casas de esta calle; a muchas de ellas las conocí, pudiendo
evocar su fisonomía, carácter y forma de ser. De hecho me las
imagino entrando y saliendo de sus viviendas, en particular a las
mozas y mujeres que rociaban y barrían su parte de calle, o andaban
calle arriba calle abajo con cántaros y botijos, con gavetas de ropa
y cacharros, para lavar y fregar en la acequia de la calle del Sol.
Aunque entonces la calle del Sol censaba en la calle del Rosario, al
igual que el callejón del Horno.
Resulta
también sorprendente la complejidad de las relaciones familiares de
los moradores de esta calle y su vinculación con otros del pueblo.
Los cambios de residencia en los vecinos a lo largo del tiempo ha
sido considerable, para su comprensión hay que conocer la historia.
Por ejemplo, ¿qué hacía el señor Evaristo Gómez Aliaga, el
Marianazo, viviendo (en 1939) en la casa número 44 de la calle del
Rosario cuando su casa solar estaba en la calle Arboleda? Para
entenderlo hay que recurrir a la historia. Buscando en el censo de
referencia la casa del tío Marianazo veremos que figura como hundida
por la aviación (en noviembre de 1938). Es por ello que al quedarse
sin casa la familia se trasladó a la citada casa de la calle del
Rosario (la inmediata por arriba a la de los Poncios: que por cierto
no estaba construida entonces). En relación con lo anterior vemos
que en el número 57 de esta misma calle vivía (en 1939) Antonio
Lozano Adalid con su esposa la señora Josefina Camañas Ramírez e
hijos: Pepe, Marina Adelina, Emilia Lozano Camañas. Curiosamente,
una hija de Evaristo el Marianazo de nombre Asunción casó con
Pepe el Negrito. Lo más probable es que la pareja trabara
conocimiento en esos años en que una familia vivió enfrente de la
otra. Resulta también peculiar que la familia de Antonio Lozano y
Josefina Camañas se trasladara después a la casa que había ocupado
Evaristo el Marianazo, y que la que dejaron libre fuera habitada
por Vicente Rubio Camañas e Isabel Camañas Ramírez con sus hijos:
Manuela, Jesús, María y Pilar. Esta progenie procedía de Ademuz
(con la excepción de Pilar, que nació ya en Torrebaja); el punto de
unión entre ambas familias está en la señora Isabel, hermana de la
señora Josefina.
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Detalle del tramo final de la calle del Rosario de Torrebaja (Valencia);
a la izquierda la carretera N-420 (de Cuenca a Teruel), 2020. |
Al
nombrar a las personas he procurado evitar la reseña de su segmento
vital, con el propósito de no abrumar al lector; asimismo, decidí
no anotar al pie de página las referencias bibliográficas o
testimoniales; en lugar de las notas he puesto una bibliografía
general recomendada. No obstante, se ha amenizado el texto con
anécdotas verídicas que hacen a personajes igualmente reales. De la
misma forma he traído al relato los apodos y sobrenombres de muchos
de los vecinos que se citan; pido disculpas se alguien se molesta por
ello, pero muchas veces el apodo dice más que el nombre y los
apellidos juntos. Con todo, como dice un personaje de "Misericordia", una de las grandes novelas de Benito Pérez Galdós (1843-1920), reconozco que "poner motes es cosa fea. Las personas decentes se llaman por el santo bautismo, con sus nombres de cristiano".
Reflexionando
acerca de las personas y familias que vivieron en la calle del
Rosario (y del pueblo en general) uno se apercibe de los que de una u
otra forma se desvincularon de Torrebaja, no obstante tener aquí sus
orígenes, propiedades, incluso familiares difuntos. Probablemente
tendrán sus razones. En este sentido quiero hacer mención del
proceder de Daniel (a) el Muda (hijo de Isidoro López Gómez,
fallecido en accidente de carro en la esquina de la calle del Rosario
con la de Zaragoza), que pese a haber emigrado de aquí con su
familia, cada año por Todos los Santos, venía a poner flores en la
tumba de su padre. Una actitud que le honra, frente a los
desvinculados.
Merece la pena considerar que
después de la guerra civil (el acontecimiento socio-político más
dramático vivido por los españoles durante el siglo XX), los
vecinos de la calle del Rosario, de uno y otro signo, tuvieron que
convivir, y convivieron como pudieron, no obstante los dramas locales
ocurridos durante la contienda. A mi entender, las palabras más
clarividentes (premonitorias, proféticas) a propósito del conflicto bélico que esperaba a los españoles las escribió el
dirigente socialista Indalecio Prieto al día siguiente del asesinato
del líder de la derecha, el monárquico José Calvo Sotelo, relativas a las consecuencias del
magnicidio: “Será una batalla a muerte, porque cada uno de los
bandos sabe que el adversario, si triunfa, no le dará cuartel” (El
Liberal, del martes 14 de julio de 1936). Sus palabras no pudieron
ser más ajustadas, acertó de pleno. Vencieron los
autodenominados nacionales (sublevados), pero pudieron haber ganado los gubernamentales (frentepopulares), en cuyo caso el resultado no hubiera sido mejor. Pues
la salida de aquella guerra solo podía contemplar una dictadura, de
derechas o de izquierdas. Quede claro que entre los nacionales
no todos eran fascistas, de la misma forma que entre los republicanos
no todos eran demócratas; tanto los fascistas como los demócratas y republicanos escasearon en pro de los extremistas y revolucionarios. No obstante, la cuestión acabó dirimiéndose entre "fascistas y comunistas" (no entre fascistas y demócratas, como se nos ha hecho creer); su nexo de unión es que ninguno de los contendientes quería una república democrática, liberal. Mi padre, que vivió en la calle del
Rosario durante la mayor parte de su vida, tuvo el honor de haber
servido a su pueblo como alcalde entre 1943 y 1956, unos tiempos
difíciles de escasez, represión y malquerencias. Me contaba que en cierta
ocasión recibió quejas de algún vecino, conforme en la secretaría
no se trataba bien a los que habían pertenecido a los rojos.
Entonces se encaró con el secretario y le dijo: Octavio, por esa
ventanilla -refiriéndose a la de la secretaría del ayuntamiento-, no
hay colores que valgan, debes tratar a todo el mundo por igual…
-y nunca más hubo quejas. En muchos lugares la concordia entre
españoles empezó mucho antes del advenimiento de la democracia y la
Constitución de 1978.
Cabe
decir, finalmente, que la evocación de personas que vivieron (nacieron,
murieron) durante los pasados siglos XIX-XX y primeras décadas del XXI en
la calle del Rosario de Torrebaja constituye el mejor homenaje que
podemos ofrecerles, pues recordar a alguien ya fallecido equivale a
traerlo de nuevo a la vida. Valga el punto para manifestar mi
agradecimiento a los que me han ayudado a desentrañar los nombres,
relaciones familiares y anécdotas de muchas de las personas que aquí
se nombran, muy particularmente a Trini la del tío Gregorio. Lo más
estimulante del trabajo, sin embargo, es constatar que el esfuerzo
realizado ha sacado a la luz la vida de muchas personas olvidadas
(humildes, sencillas, trabajadoras...) como fueron la inmensa mayoría
de los convecinos. Vale.
_____________________________________________________
[1]
SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo (2009). Relación de calles y
muros de Torrebaja, con detalle de las derruidas por la aviación
(1939), en Desde el Rincón de Ademuz, vol. III, pp.
522-523.
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